La presentan como “la clasicista más conocida del mundo”. Es Mary Beard, Premio Princesa de Asturias, catedrática de la Universidad de Cambridge y exponente combativo de la revisión y divulgación del mundo clásico. La llaman “incisiva interrogación”: lo mismo lidera guerras culturales contra los presuntos expertos que crean mitos sobre Roma que pone el foco en la posición que la Historia ha reservado a las mujeres -desde Livia, la esposa de Augusto, a Cleopatra-. Se ha sacudido los prejuicios. No blanquea, no asiente, no da por hecho. No se anda con tonterías, Beard, y golpea desde la investigación científica sin olvidar el humor. Cómo no, si hasta ha explicado en su propio programa de televisión las divisiones del Imperio Romano sirviéndose de las porciones de una pizza. Qué sorpresa: fue la primera vez que a muchos les quedó claro.
Este domingo rodará en Cádiz un documental sobre Julio César. Ahora ha inaugurado el ciclo de conferencias sobre la antigua Roma que tendrá lugar en el Museo Arqueológico Nacional con su exposición Roma y nosotros. Cómo entender la herencia romana en nuestro tiempo, y, para no fallar a las expectativas de una sala a rebosar y una cola digna de estrella del pop, lo ha hecho sin remiendos: hablando de política y basándose en imágenes de la cultura popular. Mary Beard, celebrity clasicista, agudísima mujer que escruta el mundo romano y lo mastica en ejemplos para que los dummies entendamos cuánto nos concierne hoy, en 2017.
Roma concierne a nuestros políticos
“El Imperio Romano es parte de nuestra cultura popular y política. Me arriesgo a una generalización: creo que no ha habido ningún político varón que haya sido líder en Occidente y que no haya sido comparado por algún caricaturista con Nerón”, sonríe. “¡Obama lo estaba siempre! Y el antiguo primer ministro británico… y por supuesto, Donald Trump”, señala, mientras muestra en diapositiva una viñeta del presidente de EEUU vestido de romano, ardiendo el imperio detrás, intentando infructuosamente tocar la lira y gritando “¿cómo narices funciona esto?”.
Sin embargo, tras la coña, añade que es “peligroso simplificar”: “Tenemos que plantearnos el vínculo con más ahínco. Tenemos que eliminar la idea de que los romanos tienen cosas que enseñarnos: no. No aprenderemos que es mala idea intervenir Afganistán porque los romanos no lo hicieron nada bien por allí. Hay muchas más razones para saber que eso es malo”. Se detiene. “No necesitamos pensar en el Imperio Romano para plantearnos si el imperio americano está a punto… no de caer, pero sí de sufrir fuertes grietas. Este diálogo con el pasado es un juego, sí, pero tenemos que ser más ambiciosos”. Cree que lo esencial de relacionarnos con el mundo romano es “sacar ideas de por qué podemos hacer las cosas de forma diferente”. Mirarnos a nosotros mismos desde el exterior.
Historia clásica vs. Xenofobia
Comenta que recorría esta mañana el centro de Madrid en coche y que vio el enorme cartel que reza “Refugees welcome”: “¡Pues bien! Toda la historia romana puede concebirse a sí misma como un lugar de asilo. Roma tiene una historia fundada por extranjeros, y esto nos enseña algo sobre nosotros mismos. Claro que no podemos basar la política migratoria del siglo XXI en esto, pero sí nos puede ayudar a luchar contra nuestros propios prejuicios”.
Aborda entonces la cuestión central de su conferencia, que es una que le ha tocado muy de cerca, hasta personalmente. Todo comenzó cuando la BBC publicó un vídeo para niños sobre la historia de la Bretaña romana. En una de sus imágenes aparecía una familia -que seguramente era parte de la élite romana-: una madre y una niña blancas, pero, ¡ah!, un padre y un niño negros. “Por su atuendo, podemos imaginar que el hombre sería un gobernante, un oficial del Estado muy importante, y, vaya, no es blanco”. Reino Unido no se lo podía creer. ¡Un negro romano en sus dominios!
Un comentador de los medios sociales en particular, un tipo de derechas, colgó esta imagen y dijo que esto era ‘reescribir la historia’, que cómo se podía presentar una perspectiva tan incorrecta de la Bretaña romana
“Se trataba de Quinto Lolio Urbico, un militar y político romano del siglo II. No sabemos cuál era su etnia. Podía ser un inmigrante romano italiano. Mucha gente dice que era bereber, pero no hay razón para suponer que lo era. Pudo haber tenido algún tipo de legado subsahariano...”, reflexiona. El problema es que este dibujo causó una tormenta mediática, porque “un comentador de los medios sociales en particular, un tipo de derechas, colgó esta imagen y dijo que esto era ‘reescribir la historia’, que cómo se podía presentar una perspectiva tan incorrecta de la Bretaña romana, mostrando a un oficial romano negro”. Mary Beard se vio involucrada cuando se le consultó su opinión y ella dijo que “era una imagen bastante precisa de la Bretaña romana”.
La parodia: Shakespeare, negro
“’Vieja carca, gorda y estúpida’ fue lo más bonito que me dijeron. Recibía 4 millones de tuits al día. Incluso empezaron a hacer parodia y creaban portadas de libros que yo presuntamente habría escrito volviendo a todos los clásicos negros. Shakespeare negro. Romeo y Julieta, negros”, ríe. “Pero lo cierto es que no hay ninguna duda de que la Bretaña romana fue una comunidad de etnia mixta. Lo sabemos por las tumbas: en la de Adriano se habla de un comerciante sirio que tenía una mujer británica, Regina Barates”, muestra.
“Por las calaveras del Museo Yorkshire sabemos, con un 99% de seguridad, que había gente en la Bretaña romana que tenía antecedentes subsaharianos”. Y sigue pasando diapositivas. “¡Lo sabemos hasta por sus dientes! El diente guarda una huella de las condiciones climáticas, y mis investigaciones apuntan a que en la Bretaña romana había muchos dientes que provenían de un sitio diferente, más cálido, que no tiene por qué ser África, ¡puede ser España!”.
Esclavos y muertos: ayer y hoy
Lo que Mary Beard pretende señalar con todo esto es que no entiende el rechazo ignorante que existe hoy día hacia el multiculturalismo. Su intención, dice, “es combatir los malos argumentos y la incomprensión: ahora quieren que todos los romanos fueran caucásicos. Pues no”. Pide que el debate, aunque “abierto, siempre, por favor”, sea “informado”. Rechaza el blanqueamiento al que se somete a la cultura romana. “En Gran Bretaña, los niños de 12 o 13 años ya empiezan a aprender de los romanos. Y ellos dicen: ‘pero los romanos tenían esclavos’, y el profe salta: ‘pero, ¿tenemos esclavos a día de hoy?’, y los niños, ya tranquilos, dicen ‘noooo’”, sonríe.
En Gran Bretaña, los niños de 12 o 13 años ya empiezan a aprender de los romanos. Y ellos dicen: ‘pero los romanos tenían esclavos’, y el profe salta: ‘pero, ¿tenemos esclavos a día de hoy?’, y los niños, ya tranquilos, dicen ‘noooo’
Beard cree que esa supuesta consideración de que no tenemos esclavos “responde a una superioridad moral injustificada, porque sí que tenemos esclavos, y sí que matamos a gente por placer, como los romanos en el Coliseo”. Ella aplica otros métodos de enseñanza más libres, menos complacientes, menos ortodoxos. Para explicar el mundo clásico utiliza conceptos relativamente modernos, como “terrorismo” o “genocidio”: “Les hablo a mis alumnos de la conspiración de Catilina, que fue descubierta por el gran héroe de Roma, Cicerón. Cicerón lo mató sin previo juicio, y más adelante sufrió el exilio precisamente por esto, porque suponía incumplir la Constitución”.
Señala que este es el mismo debate que tenemos ahora respecto a nuestros ministerios de Interior. “Hablamos todo el rato sobre cuánto podemos suspender las libertades para proteger al Estado. Y ya ven, enseguida los chicos se pusieron a hablar de Tony Blair y la Guerra de Irak: de repente Cicerón y Caitilina cobraban importancia para ellos”. Con todo, al final, entre risas, se quita importancia: “Los Monty Python ilustran muy bien lo que los romanos hicieron por nosotros...”, guiña.
¿Y el feminismo en Roma?
¿Y qué hay del feminismo que tanto le preocupa? ¿Qué enseñanza podemos extraer el mundo romano que sea aplicable hoy? “Bueno, para hablar de mujeres y de género, Roma no es el mejor lugar. No había nada allí”, dice, contrariada. Pero sí menciona uno de sus primeros artículos científicos: uno acerca de las vírgenes vestales. “En las películas siempre aparecen justo cuando van a dejar de ser vírgenes”, ríe. “Son una especie de diosas sexuales, pero que son vírgenes, y siempre tienen una muerte muy terrible si de repente quebrantan su castidad o si dejan que se les apague el fuego que se supone que tienen que estar cuidando”.
Me sorprendió descubrir que las vestales tenían buen asiento en el teatro, que tenían una casa pija en el foro romano, que podían castigar a otros… y a la vez me decepcionó que sus privilegios siempre estuviesen asociados a los hombres
Latía la segunda ola del feminismo cuando Beard se empeñó en tratarlas. “Me sorprendió descubrir que tenían buen asiento en el teatro, que tenían una casa pija en el foro romano, que hasta podían castigar a otros… y a la vez me decepcionó el hecho de que sus privilegios siempre estuviesen asociados a los hombres”, suspira. “¡Parecía que había encontrado por fin mujeres poderosas en Roma y al final es que intentaban parecerse a los hombres! Ese debate se perpetúa. ¿Por qué visten así nuestras políticas y hablan con voz grave? Porque están haciendo como que son hombres”.
En las vestales, añade, la feminidad desaparecía: la cambiaban por poder. “Entendí, sin embargo, que el hecho de que las mujeres que estaban en el núcleo del espacio político romano tuviesen la sexualidad negada… era fundamental, esclarecedor. Roma era una cultura que veía en su espíritu a una virgen no reproductiva. Eso es el corazón de Roma”.