Hace 25 años una empresa francesa nació para gestionar los monumentos olvidados por la gestión pública. Son responsables de seis hitos del patrimonio de Francia que reciben un millón y medio de visitantes cada año. Quieren difundir la historia de cada monumento (desde un tren a una cueva), salvaguardarlo, que sea accesible y atractivo para “el mayor número de personas posibles”. Y todo esto debe tener una eficacia económica, porque es una sociedad privada cuyo objetivo es explotar el legado histórico y artístico.
“No estamos a favor del turismo de masas, porque es un peligro para el monumento”, responde a este periódico Catherine Bonamy, directora de desarrollo de Kleber Rossillon, principal operador en Francia de monumentos y espacios históricos. “Actuamos en aras de la conservación. Un monumento histórico tiene una capacidad limitada. Trabajamos un turismo para un número importante, pero no un turismo de masas porque nos preocupamos mucho por la conservación”, añade.
Prohibido dañar
En esa misma línea, Carlos Giménez Cuenca, subdirector del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), apunta que el equilibrio entre el turismo y la conservación “es uno de nuestros puntos críticos”. “El patrimonio debe ser visitable y accesible, pero el límite es la conservación. El caso crítico es la cueva de Altamira”, responde a este periódico. Cuenta que se pueden montar pasarelas por las cubiertas de catedrales para atraer más visitas, pero sólo si no daña al conjunto.
“Si el acceso a Altamira supone un daño, hay que controlarlo. Por eso tenemos monitorizada la cueva, minuto a minuto. Pero nosotros definimos más la conservación, que el control del turismo”, añade. El subdirector del IPC aclara que este organismo dependiente del Ministerio de Cultura no está incluido en los planes de desarrollo turísticos del Estado. Ha participado en en Pública 18, el encuentro internacional de gestión cultural celebrado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, junto con la experta francesa.
El negocio del Patrimonio
Bonamy también explicó en qué consiste el negocio de gestionar patrimonio: la empresa paga un canon anual al dueño del monumento a cambio de su gestión turística. Los ingresos que generan proceden de la venta de entradas, de las cafeterías y las tiendas, que incluyen en el recorrido histórico de los bienes. Y a pesar de vivir de los ingresos de caja, aclara que el Patrimonio es la peor idea para explotar el turismo de masas.
Durante 50 años gestionarán el Museo de Montmartre de París, pero el Ayuntamiento pidió a la empresa una inversión de cuatro millones para revitalizar un museo que estaba abandonado. “Y nos aclararon que no les pidiéramos ni un euro en subvenciones”. Han conseguido que 150.000 visitantes pasen por allí cada año.
Organizan eventos y alquilan espacios “sin riesgos para las obras y la conservación”. Lo que sacan de un lado y otro, les permite pagar el canon al propietario y seguir con su explotación. “El umbral crítico es 100.000 visitantes. Si no lo alcanzamos no podríamos encargarnos de ello”, cuenta. Hacen una inversión inicial para revitalizar el lugar, de un mínimo de 700.000 euros. Por eso prefieren contratos largos, porque así pueden invertir mucho y tienen tiempo para amortizarlo.
Vivir sin matarlo
“Queremos que el visitante se lleve un trozo del patrimonio. Esto es importante”. Bonamy se refiere a los productos que venden en sus tiendas. Cada uno de los sitios que gestionan tiene una línea de productos adaptada. “Son productos de calidad, porque no queremos que la imagen del monumento se vea deteriorada por un mal imán de nevera”. Las tiendas son “un punto de paso obligado” en el recorrido de las visitas.
Una parte de público les acusa de entradas muy caras a los nueve bienes que gestionan, desde castillos medievales, al Museo Montmartre (pintura del siglo XIX), un tren turístico o la gruta del Pont d'Arc (patrimonio de la Unesco). La entrada más barata es de 7 euros y la más cara, 10 euros. La empresa no recibe ayudas públicas y los patrocinios que consigue se destinan a sufragar las exposiciones temporales.
Orgullo histórico
Aseguran que no quieren poner en riesgo el monumento con un exceso de visitas, pero viven de ellas. “El visitante tiene ganas de que se le cuente una historia y olvidarse de su día a día”. Recurren a decoradores y conservadores para ser fieles al espíritu original de los escenarios que recrean. Su mayor reto es hacer que los visitantes regresen.
“Si no creamos animaciones nos va a costar mucho atraer público familiar. No se trata de transmitir un mensaje sin revisar por un historiador. No podemos mentir al público”, cuenta la responsable de desarrollo. “Queremos dar a conocer el patrimonio, que es la riqueza de un país, para que los franceses estén orgullosos de su patrimonio”.