El Gobierno ya ha aprobado la exhumación de los restos de Franco, pero siguen sin haberse quitado el otro muerto: ¿qué hacer con El Valle de los Caídos? Lo último que Pedro Sánchez comentó al respecto fue que no veía posible “resignificar” el mauseoleo y propuso dejarlo como “cementerio civil”. Propuestas hay para todas las sensibilidades. Desde convertirlo en un Museo de la Memoria -al estilo Auschwitz- a demolerlo -bajo el argumento de que fue construido por presos políticos-. Los más ácidos han recabado miles de firmas para cambiar la cruz por una estatua de Batman, por ser “el héroe que engloba todas las clases sociales, todas las ideologías políticas, a bandidos y maleantes, a la clase trabajadora y a los nacionalistas de aquí y de allá”.
Pero, ¿tiene valor arquitectónico El Valle? ¿Merece el conjunto ser conservado? Alberto Ruiz, profesor del Grado en Arquitectura de la Universidad Rey Juan Carlos, señala que este asunto “es muy difícil de desligar de la cuestión ideológica”: “Este monumento no deja de tener significación política. Dicho esto, arquitectónicamente, como es evidente, el edificio no tiene ningún valor interesante. Está construido con una idea en la cabeza: que fuese grande, impresionante, y es una especie de ‘quiero y no puedo’. Más que un edificio es una declaración de intenciones”, explica el experto.
“Después de la guerra, la arquitectura española vive unos años de bastante desorientación, porque en el fondo no se sabe qué es eso de la arquitectura con la que se debe construir la sociedad e un nuevo país. Así que optan por la grandeza. El Valle de Los Caídos sigue la manera que tenía el Régimen de entender la arquitectura en los primeros años después de la guerra. Se trataba de reconstruir el país y de demostrar quién había ganado. Pero que eso lo invalide como monumento patrimonial… es pantanoso”.
El valor de las esculturas
Recuerda que se trata de un “edificio histórico” y que “pertenece al patrimonio arquitectónico español, independientemente de que sea bonito o feo, o de una ideología u otra”: “Las esculturas de Juan de Ávalos son mucho más interesantes en sí mismas que el conjunto, pero están hechas para ser incorporadas al edificio. Sería arriesgado plantearse el separarlas, porque su valor va unido al valor del edificio”.
A este respecto, el escultor vivo del Valle de los Caídos, Martín Chirino, también ha llamado la atención sobre el hecho de que se respeten las “grandes piezas” artísticas del conjunto. Él se encargó en su momento de “unos grandes frisos” del “desembarco de los legionarios en Almería”, pero alaba el trabajo del escultor principal: “Considero que alguna de las piezas que hizo Ávalos son grandes piezas. El descendimiento es una pieza hermosa, sólo por la grandiosidad con la que está hecha y la fidelidad con la que tradujo lo que había modelado”.
Alberto Ruiz explica a este diario que “los monumentos funerarios a menudo son construidos con ideologías reprobables y no por eso se plantea el derribarlos”: “Por ejemplo, ahí están las pirámides. Seguramente los faraones no planteaban su Gobierno con valores democráticos particularmente interesantes, ¿no? No pretendo compararlo, pero quiero decir que el único valor de un edificio no es la ideología que lo construyó. Hay muchísimos edificios construidos por el Régimen de Franco que tienen un valor arquitectónico muy alto. ¿Tiramos el Ministerio del Aire que hay en Moncloa porque es franquista?”, plantea. “O si la Iglesia nos presenta valores que no nos interesan, ¿tiramos la catedral de Burgos?”.
Si no valor arquitectónico, sí histórico
Relata que la cruz del Valle fue construida “con la idea de que fuese una de las más altas de Europa”: “Si no es el monumento más alto de Europa, estaba pensando con ese espíritu. Se convocó un concurso para ello. La basílica es de Pedro Muguruza, que en 1950 dejó el proyecto porque se pone enfermo y fallece al poco tiempo. Lo coge Diego Méndez, que trabajaba en Patrimonio Nacional, y es él el que se encarga de terminar la basílica y construir la cruz”. Cuenta que en el concurso “se presentaron propuestas inviables o que no gustaban a los que lo decidían”.
“Dicen que se construyó en colaboración estrecha con el propio Franco, pero eso entra dentro del terreno de la leyenda. La verdad es que el valor que tiene el Valle es su tamaño. No hay calidad”. Entonces, ¿habría que volarlo? “En absoluto. A mí demoler ese edificio me parece que no tiene ningún sentido. Con los valores arquitectónicos también pasa como con los valores ideológicos: habrá quien te diga que la catedral de la Almudena es estupenda y habrá quien te diga que no tiene ningún valor. Y si mañana se decidiese que no tiene valor… seguiría teniendo valor patrimonial e histórico”.
La comparación odiosa: Oteiza y Chillida
El arquitecto David García-Asenjo también está de acuerdo en que hay que mantenerlo: “Sería absurdo tirarlo. Es el resto de una época que nos puede gustar más o menos, pero que esté nos ayuda a guardar memoria de lo que se hizo, y de lo que pretendían hacer los que lo hicieron. Es una exaltación de la dictadura y de la figura de Franco y José Antonio, es ese lenguaje clásico con el que se intentaban evocar las glorias pasadas”, relata. “En eso se parece al Escorial. La época en la que se hizo El Escorial hablaba de ‘somos grandes’, y el Valle de los Caídos es un ‘ahora somos grandes otra vez’. Creo que habría que explicar junto al edificio cómo se construyo, qué tipo de obreros trabajaron allí, en qué condiciones”.
García-Asenjo sostiene que “las esculturas son horrorosas” y andan “muy a la par” del resto del edificio. “Al menos las esculturas llaman más la atención, pero no son Bernini. Lo realista nos gusta porque nos entra por los ojos, pero esas esculturas son totalmente anacrónicas. En ese momento, Chillida y Oteiza ya empezaban a trabajar en otras esculturas”, lanza. “En la época en la que se construyó el Valle de los Caídos también se hizo el Santuario de Aránzazu en Oñate, y la comparación es odiosa. Empezó con una propuesta más historicista pero acabó siendo moderno. El Valle de Los Caídos no tiene nada que ver… sólo es una exaltación de épocas pasadas”.
Cree que esa cruz “es un despropósito”, pero “no por eso hay que volarla”: “Si tiramos el Valle de los Caídos, hay que tirar la catedral de la Almudena por ser igual de desastre. O el Arco de la Victoria, que tampoco tiene calidad pero ahí está. El Valle de Los Caídos nos habla de quién lo hizo, y es un adefesio, pero explica que en una época en la que éramos pobres de solemnidad se invirtió mucho dinero en excavar una gruta”. En concreto, 1.600.000 pesetas, casi 7 millones de euros.
La visión histórica
Enrique Moradiellos, Premio Nacional de Historia 2017 y autor de Historia mínima de la Guerra Civil (Turner), dice a este periódico que “el Valle de los Caídos es un monumentos histórico bueno o malo o regular, como las catacumbas, pero la idea de dejarlo caer o dinamitarlo es una barbaridad”. “Es como si dinamitas el mausoleo de Lenin. No tiene que ser una tumba de Estado, sino un lugar turístico, como las momias embalsamadas. Nunca deben destruirse los testimonios de la Historia. Nunca se destruyó el estadio olímpico de Núremberg. Ahí está, incluyendo el trazado de las autovías para que se movieran los tanques rápidamente”.
Señala que “aunque El Valle de los Caídos no tenga valor, no deja de ser parte de la arquitectura nacionalcatólica en España, y eso tiene valor”: “Ya ves que te lo dice alguien que no es nada favorable, pero esa tumba es un icono. El lugar natural donde está el Valle de los Caídos es espectacular, es una labor faraónica, y la gruta sobrecoge. El hombre queda empequeñecido ante la grandeza de esa obra y de la naturaleza. Es la obra de un Régimen que reinó 40 años. ¿Las obras no tienen valor como preservación de la memoria histórica? Entonces, ¿qué hacemos: damnatio memoriae [condena a la memoria]? ¿Vamos borrándolo todo según quién venga después?”, pregunta.
Moradiellos recuerda una exposición de 1998 del Instituto de Historia Contemporánea (Barcelona), donde se explicaba el arte de tres dictaduras: “Era una gran exposición sobre arte y poder. Ahí la Italia fascista, la Alemania nazi y la Rusia soviética. Te impresionaría ver las similitudes que había en sus proyecciones. La nueva Germania, la capital que organizaba Hitler, se parecía mucho a las nuevas ciudades soviéticas que organizó Stalin. La cartelística de unos y otros…”, resopla. “En cualquier caso, siempre que hablamos de esto pienso en que estamos en Constantinopla discutiendo sobre el sexo de los ángeles… y mientras Constantinopla está a punto de caer”.