Finisterre no fue ese acantilado donde se creía que el mundo se extingue, sino más bien el vértice que todo lo conectaba. Era la actual Galicia, ya desde las postrimerías de la Edad de Bronce, un territorio estratégico que aglutinaba intercambios de personas y alimentos, de ideas y creencias, de fusión de culturas, la atlántica y la mediterránea. No fueron los romanos, comandados primero por Décimo Junio Bruto (137 o 136 a.C.), a quien llamarían el Galaico, ni más tarde por el dictador Julio César (61-60 a.C.), los colonizadores de lo que bautizarían como Gallaecia. La sociedad castreña era todo lo contrario a un pueblo poco desarrollado antes de la revolución social que propulsó Roma.
La forma de vida de las comunidades galaicas de la Edad de Bronce final se caracterizó por un seminomadismo basado en la agricultura extensiva y la ganadería. Vivían en poblados levantados con materiales perecederos que fueron sustituidos en la Edad de Hierro por un sistema mucho más sofisticado: los castros; localizados en puntos prominentes, se convirtieron en fortificaciones sencillas amoldadas a la topografía del lugar. Y es en esa época cuando se registran los primeros trazos de la apertura comercial hacia el Mediterráneo. Galicia, y en especial las Rías Baixas sirven, desde entonces, de bisagra entre dos mundos.
Toda esta es una historia que se narra a través de la arqueología, susceptible de alterar sus resultados al no ser un dogma, una ciencia exacta. Porque la sociedad galaica fue una de las culturas más creativas de la prehistoria, autosuficiente y con arte para el negocio y el comercio con otros pueblos, moldeable a causa de las influencias externas y que legó un patrimonio abundante. Así se desprende de los últimos yacimientos excavados en Galicia; y así se quiere reivindicar en en la exposición Galaicos. Un pueblo entre dos mundos, que se inaugura en el Museo Arqueológico Nacional fruto de un proyecto de investigación de la Diputación de Pontevedra.
La muestra cuenta con una selección de 65 objetos arqueológicos, como hachas de talón, ánforas, estelas que representan guerreros o torques, además de fotografías e ilustraciones, que se articulan en una suerte de viaje cronológico que termina en el siglo VI con la implantación del reino suevo. El argumento es ese viraje transformador del contexto único atlántico de los galaicos hacia una mayor evidencia de frecuentes contactos con el mundo mediterráneo.
Romper con los tópicos
La exposición, comisariada por el arqueólogo Rafael Rodríguez y por el experto en patrimonio cultural Antoni Nicolau, también se articula para "romper tópicos" que todavía perviven sobre la sociedad galaica y su territorio, como que fueron culturizados por los romanos. "Pretendemos luchar contra el estigma de Galicia como lugar apartado de la Península Ibérica, inaccesible. Desbanquemos la idea del atraso gallego", explica Nicolau. "El noroeste peninsular era el centro de una amplia zona de intercambios. En una época en la que solo se podía viajar en barco o caminando, lo realmente difícil era alcanzar el centro de la Península".
El desembarco del imperialismo romano y los hábitos latinos en la actual Galicia lo alteró todo: las identidades colectivas, la propiedad de la tierra, el contexto religioso, etcétera. Y como la historia la cuentan los vencedores, sobrevivió una versión extendida por la propaganda romana que calificaba a los galaicos de pueblo atrasado. Es ahí cuando la arqueología se revela en el antídoto contra las fake news de la antigüedad. "Nuestro trabajo se ha centrado en leer lo que estábamos excavando, esas piedras, esa tierra, y transformar lo que conocíamos, lo que habíamos estudiado", señala Rafael Rodríguez citando todos los hallazgos que han ido registrando en la provincia de Pontevedra en las últimas dos décadas.
Durante todos estos años de trabajo, los arqueólogos que han desmenuzado el pasado de Galicia se han topado en las excavaciones con otros indicios llamativos del orden social como la jerarquización del grupo o el papel de la mujer. En cuanto a esto último, los comisarios aseguran que las figuras femeninas desempeñaron una "función importante" en la Edad de Hierro, según se desprende de la alfarería hallada. Muchos de estos objetos fueron creados por mujeres y eran elementos imprescindibles que servían para cocinar y almacenar los alimentos.
Por último, con la muestra, "una exposición del pasado que nos habla del futuro", en palabras del comisario Antoni Nicolau, se quiere dar a conocer el rico patrimonio cultural y arqueológico de Galicia, empezando por los yacimientos de castros excavados en los últimos años que se suceden desde A Cabeciña hasta Monte do Castro pasado por Santa Tegra o A Lanzada. Un rincón verde y escarpado lleno de historia.
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