La temporada de sequía ha llegado a su conclusión en el dolmen de Guadalperal. Un agua de color verdoso anega ya la cámara central del monumento megalítico de más de cuatro milenios de vida, cuya fama se dispara día tras día al aparecer en los medios de comunicación de todo el mundo. Los mehires verticales asoman todavía medio cuerpo, pero son conscientes de que en unas semanas volverán a su estado natural desde la construcción del embalse de Valdecañas durante la dictadura: sumergidos. Mientras tanto, los expertos en conservación se enzarzan en un debate sobre la fórmula más idónea para poner en valor el Stonehenge español.
El arqueólogo Miguel Ángel López Marcos, dedicado a la conservación del patrimonio desde hace más de tres décadas, es de la corriente que apuesta por el traslado del conjunto megalítico a un lugar seguro; o al menos de los 55 ortostatos de granito grueso —el dolmen lo componen en la actualidad un total de 142 piedras de diversos materiales— que, según un informe de la Asociación Geológica de Extremadura (AGEx), presentan una probabilidad muy alta de pérdida a causa de su elevado grado de alteración.
"La situación del pantano no es la idónea para que el dolmen se conserve bien", expone a este periódico el experto, que ha visitado el yacimiento hace unos días. "Si estuviera debajo del agua todo el tiempo sería mejor porque encontraría un equilibrio, pero si emerge cada dos por tres y las piedras están en una línea de oleaje, se produce un proceso de hidrólisis del feldespato y el mineral se convierte en arcilla. Eso es un hecho".
Para el equipo del Instituto de Patrimonio Cultural de España (IPCE), que también estuvo realizando trabajos de reconocimiento del conjunto megalítico a lo largo de septiembre como parte del grupo de trabajo creado por el Gobierno y la Junta de Extremadura, los ortostatos no parecen estar tan alterados. La única información ofrecida hasta ahora en una nota de prensa del Ministerio de Cultura es que "el estado de la piedra se encuentra directamente ligado con su naturaleza litológica y no se han hallado alteraciones reseñables en los materiales cuarcíticos [15 en total], mientras que el deterioro de los granitos y metagrauvacas es muy heterogéneo, con múltiples causas que requieren de tratamientos diferenciados". Una radiografía bastante ambigua.
Primitiva Bueno, catedrática de Prehistoria, especialista en arqueología megalítica y una de las integrantes del grupo de trabajo, expone que el dolmen de Guadalperal forma parte de un conjunto de monumentos megalíticos que se localizan en la orilla antigua del Tajo y que es necesario estudiar en su totalidad para disponer de una imagen adecuada del contexto de estas construcciones neolíticas. "Un inventario sistemático, escanear con precisión todos los yacimientos, realizar prospecciones intensivas y obtener el primer mapa de riesgo de este patrimonio es el modo de obtener los informes necesarios para cumplir con las prescripciones de la legalidad vigente sobre patrimonio, y de proponer soluciones más justas para el total de yacimientos incluidos actualmente en su cota de aguas", señala a este periódico a través del correo electrónico.
En su última visita al dolmen el pasado 23 de septiembre, los expertos del IPCE colocaron sucesivas hiladas de ladrillos de tejar en la base de las piedras para contrarrestar su posible deslizamiento. Una acción no bien vista en todos los frentes. "Esta medida no es eficaz, parece una improvisación", dice López Marcos, que ha sido el responsable de una misión internacional para reconstruir la estatuaria colosal del templo funerario de Amenofis III en Luxor (Egipto). "Un ladrillo que pesa un kilo no puede sujetar una piedra de una tonelada, menos estando suelta". Cultura también ha avanzado que los arqueólogos del Museo Nacional de Arqueología Subacuática participarán en las labores de seguimiento una vez el dolmen vuelva a quedar sumergido.
¿Qué medidas de urgencia hubiera aplicado López Marcos? "Lo primero, hacer una monitorización: georreferenciar los ortostatos y comprobar si se mueven o no. Es una cuestión elemental que se ha hecho en la torre de Pisa y yo he utilizado en los Colosos de Memnón. Y después, poner unos testigos en las grietas de los ortostatos; son como unos puentes de escayola que montas sobre la grieta y, si se rompen, es que la fractura se hace más grande y es urgente una actuación sobre la piedra", explica. También menciona la necesidad de poner juntas de neopreno entre las piedras caídas que se apoyan en otras para evitar la fricción.
"Todos los datos obtenidos están siendo elaborados", defiende Primitiva Bueno, haciendo hincapié en que todas las actuaciones deben ajustarse a la Ley de Patrimonio y contar con los permisos pertinentes de las administraciones, lo que no es un proceso rápido. "Sería poco riguroso que unos profesionales con una o dos visitas al sitio hicieran un dictamen categórico. Hay que elaborar las muestras, estudiar con detalle los resultados en cada uno de los puntos testados, definir el tipo de materia prima de cada uno de los soportes, pues son distintas, y con todas esas evidencias bien argumentadas, establecer acciones de conservación".
La prehistoriadora con experiencia en el estudio de megalitos y sus decoraciones —dato a recordar: el menhir que se erige en la entrada de la cámara funeraria del Stonehenge español podría contener un mapa del río Tajo— en todo el mundo, condujo en los años 90 un estudio fotográfico de la superficie de los ortostatos. Pero la única excavación como tal fue realizada entre 1925 y 1927 por el arqueólogo alemán Hugo Obermaier, quien describió sepulturas en torno al monumento y levantó el túmulo de tierra que formaba una especie de cubierta, dejando las piedras al aire libre, como han sobrevivido hasta ahora.
"Los megalitos son grandes estructuras en piedra levantadas para enterrar a los muertos que seguro tuvieron otros objetivos sociales, ideológicos y económicos, además del funerario", explica Primitiva Bueno. "En muchos de ellos se disponen decoraciones sobre sus paredes, grabados o pinturas, que revelan discursos funerarios más antiguos que los más conocidos de las pirámides".
¿Y qué hace especial al dolmen de Guadalperal? "Es una evidencia de la capacidad de levantar monumentos con grandes piedras", añade la catedrática de Prehistoria. "Estas huellas del modo de uso del paisaje de los grupos humanos del Neolítico son excepcionales. Una decisión ponderada respecto a su futuro debe pasar por el respeto a su entorno y a su contexto original. Si tenemos la suerte de disponer de lo más difícil, que es este pasado que ha llegado hasta nosotros, deberíamos ser capaces de encontrar soluciones acordes y respetuosas con su valor histórico".
López Marcos, que trabajó con Primitiva Bueno y Rodrigo Balbín —otro de los miembros del grupo de expertos— en la recuperación y reubicación del menhir del Cabezo en Alcántara (Cáceres), de doce toneladas, uno de los más grandes de la Península, cierra con una interesante reflexión: "Para mí todos los yacimientos son únicos. La arqueología es la que construye la historia. Esto del patrimonio se ve como la ruina del pasado cuando es el futuro de un pueblo"; y avisa sobre la salud de nuestro particular Stonehenge: "Mientras discutimos, se está muriendo el paciente".