Las imágenes de las llamas descontroladas y avivadas por las fuertes ráfagas de viento todavía producen escalofríos. La aguja partiéndose y derrumbándose sobre la bóveda de la catedral sigue siendo una escena sobrecogedora, inverosímil. Aquello sucedió hace justo un año, en la trágica tarde noche del 15 de abril: Notre-Dame, emblema de la historia de Francia y de Europa, fue devorada por el fuego. A pesar del devastador incendio, el templo gótico construido hace ocho siglos sobrevivió, magullado y débil, pero mantiene los cimientos en su sitio.
Desde aquel nefasto día, la catedral parisina solo ha celebrado dos ceremonias. La última fue el pasado Viernes Santo, con una mínima afluencia y no precisamente a causa del confinamiento impuesto por la pandemia del coronavirus. Mientras tanto, Notre-Dame sigue inmersa en la retirada de la madera y la piedra calcinadas y las obras de reconstrucción —que durarán varios años y paralizadas por la anómala coyuntura actual—, recordando el primer aniversario de una catástrofe que pudo haber sido mucho mayor.
La misteriosa llama —la Justicia gala no ha podido dilucidar el verdadero origen un año después— prendió a las 18:18 horas, tres minutos después del comienzo de una misa con 700 fieles presentes en la nave de la catedral. Un piloto rojo con la palabra "fuego" en mayúsculas se encendió en el panel de control de la garita de seguridad, avisando de que algo iba mal. Pero en lugar de subir al ático del templo, donde las llamas comenzaban a propagarse, el guardia comprobó las estancias de la sacristía. Allí, a las 18:25, informó de que no había nada extraño; tardaría más de 20 minutos, hasta las 18:48, en descubrir el desastre que se abalanzaba.
Desde que se declaró el incendio hasta que se dio aviso a los bomberos de París, se consumió media hora valiosísima, según desveló The New York Times. Notre-Dame "estuvo más cerca del derrumbe de lo que la gente sabe", señalaba en su reportaje el periódico estadounidense. Lo mismo se desprende de un documental del canal DMAX que reconstruye cronológicamente las fases del incendio y las situaciones críticas con los testimonios de algunos de los principales protagonistas. El capítulo, enmarcado en la serie Fuera de Control, que indaga en las grandes tragedias de la historia provocadas por el ser humano, se emitirá este viernes 17 a las 17:45 horas.
El primer destacamento de bomberos llegó a la catedral a las 19 horas, cuando el bosque, el entramado de 1.300 vigas de roble —cada una de un árbol distinto— situado en el techo del templo, ya era pasto de unas llamas desbocadas. El objetivo era tratar de controlar el fuego desde su mismo corazón: bajo la aguja erigida por Viollet-le-Duc en el siglo XIX. Pero este icónico elemento se partió en dos una hora más tarde, abriendo dos boquetes en la bóveda de piedra, la última protección del templo.
"Fue un momento de pánico. Yo me dije: 'Mira bien tu catedral porque la cosa no pinta bien'", reconoce monseñor Patrick Chauvet, el rector de la catedral, en el documental. Lo que milagrosamente no se derrumbó fue el inmenso andamiaje que unos meses antes se había colocado para llevar a cabo unas labores de restauración en el tejado. Los hierros, unos soldados y otros deformados por las temperaturas que superaron los 800 grados, se convirtieron en un armazón enorme que aún no ha sido posible retirar en su totalidad. A nivel del suelo, las llamas las combatía un robot que lanza 3.000 litros de agua por minuto y no los bomberos: la amenaza de colapso se incrementaba cada minuto.
El momento clave
En una operación guiada más por la fe que por la sensatez, el administrador del tesoro de Notre-Dame logró salvar la gran reliquia que conservaba el templo: la corona de espinas de Jesús; y también otras que pudieron ser depositadas en el Ayuntamiento parisino. "Estábamos rodeados de humo, llovían trozos de carbón, nos mojábamos, pero daba igual, teníamos que llegar a la sacristía. Era una escena totalmente surrealista", describe Laurent Prades.
La situación verdaderamente crítica surgió a las 20:15 horas, cuando un fuerte viento del este amenazaba con lanzar las llamas de la zona de la aguja hasta las torres de la fachada principal. Una de ellas escondía el campanario: 17 toneladas de campanas de bronce sustentadas sobre una estructura de madera. Si el fuego prendía ahí, la torre colapsaría y podría desatar un efecto dominó para todo el monumento. La primera estrategia fue crear una barrera de agua concentrado en la misma zona las 21 mangueras con las que contaban los bomberos. Pero resultó insuficiente.
A las 20:35, Emmanuel Macron, el primer ministro francés, llegó a Notre-Dame. En la comisaría de policía de enfrente del templo se llevó a cabo un gabinete de crisis con los encargados del operativo. En ese momento, el general Jean-Claude Gallet, jefe de los bomberos de París, reconoció que sólo restaba una vía para controlar el fuego: enviar a un grupo de hombres a la torre norte para frenarle el paso a las llamas. Les advirtieron de que se iban a jugar la vida.
Esa veintena de bomberos ascendió al tejado del templo por los 322 escalones de la otra torre, pertrechados con un equipo de más de veinte kilos de peso y las mangueras. Entraron en el campanario, densamente poblado de madera —incluso uno de ellos quedó atrapado al trabarse su equipo de respiración—, a las 20:58 horas. Ahí ya estaba el fuego, pero lograron controlarlo por primera vez. Esa arriesgada maniobra evitó un resultado todavía más dramático: el derrumbe de Notre-Dame. A las 23:00, Macron declaró la victoria contra el incendio.