Rodrigo Díaz de Vivar fue un mercenario burgalés que se compró su posición de señor feudal de Valencia allá por el siglo XI a base de guerrear para quien más le pagara, fuera cristiano o musulmán. Probablemente. No sé. Nadie lo sabe a ciencia cierta. Ni siquiera Menéndez Pidal, gloria de las letras españolas y quintaesencia del friki de principios del siglo XX (el tipo dedicó su luna de miel a hacerse la ruta del Cid, ejem…).
Menéndez Pidal es el protagonista de uno de los mejores chistes del primer episodio de la segunda temporada de El Ministerio del Tiempo, titulado Tiempo de leyenda y centrado en la figura del Campeador. Tranquilos, no voy a espoilearos nada. Quiero que lo disfrutéis en toda su dimensión, la gamberra y la pedante, porque El Ministerio del Tiempo no renuncia a darle a cada uno los suyo.
Sirve como gran metáfora de lo que la serie quiere contar, que “lo que pasó” es el relato de los que ganan y que las certezas absolutas son patrimonio de los necios
A mí me da de todo. No voy a disimular lo mucho que me gusta esta serie. Reconcilia mi infancia de niña gafotas con mi necesidad adulta de cuentos sofisticados. Tiempo de leyenda, que se emite esta noche a las 22:15 en La 1 de Televisión Española, es una de las mejores entregas hasta la fecha, un episodio ejemplar donde todo, de los flecos pendientes a las tramas nuevas, funciona con precisión. La anécdota histórica, la España del Cid, sirve como gran metáfora de lo que la serie quiere contar, que “lo que pasó” es el relato de los que ganan y que las certezas absolutas son patrimonio de los necios. El capítulo es una emocionante reflexión sobre los símbolos, sobre la impostura, sobre el sacrificio. Y es, ante todo, una reivindicación de la contribución colectiva.
Nadie es imprescindible, tampoco en la patrulla ministerial. Julián estará ausente durante parte de estos nuevos capítulo (Rodolfo Sancho se va a sufrir, no sabemos por cuánto tiempo, a los viveros de Mar de plástico), y sus compañeros Amelia (Aura Garrido) y Alonso (Nacho Fresneda) recibirán a un nuevo galán, Hugo Silva, un policía macarrón apodado Pacino, baqueteado en los ochenta del jaco y del 124.
Qué culpa tendrán los espectadores de que un actor tenga la agenda hasta arriba
El abandono del protagonista (temporal, vale, pero abandono al fin y al cabo) está integrado en la historia con elegancia y discreción, respetando al personaje y a sus admiradores. Qué culpa tendrán los espectadores de que un actor tenga la agenda hasta arriba. Julián es un héroe; el suyo es un mutis discreto y, a la vez, una salida por la puerta grande. Como debe ser.
Hacer de la necesidad virtud es uno de los puntos fuertes de El Ministerio del Tiempo. A los creadores (con “ese cabrón de Olivares…” a la cabeza) les gustaría tener más presupuesto, evidentemente. A ellos tampoco les han subido la asignación del año pasado para acá. Se merecerían manejar pasta larga, desarrollar virguerías propias de una superproducción. Sin embargo, qué ironía, les luce muchísimo la modestia. Cada capítulo es un triunfo orgulloso resuelto con gallardía. El Ministerio del Tiempo avanza en su brillante gesta y yo recibo esta nueva entrega con reverencia.