¿Ha acabado la Liga? La pregunta es inevitable. La victoria deja al Barcelona a tres puntos del Atlético de Madrid (2-1) y con un partido menos -además del gol average-. ¿Suficiente? Ya se verá. En el Camp Nou, durante los próximos días o meses, negarán el alirón. Y también lo harán en el Bernabéu y en el Calderón. No les queda otra a los tres grandes de España, aunque sea por orgullo, pero lo cierto es que es inevitable no pensar en ello, no creer que todo ha acabado. Ya no sólo por la solvencia de los hombres de Luis Enrique, sino también por cómo se queda el conjunto rojiblanco, que vive sin Augusto (afectado el ligamento de la rodilla izquierda) y Tiago, lesionados; y su defensa en cuadro para el próximo partido tras las expulsiones de Godín, Filipe Luis y la sanción por tarjetas que tendrá que cumplir Juanfran.
Ese varapalo, tan real como trascendente a corto plazo, no bebe de la justicia. El Atlético hizo un buen partido, a pesar de terminar con nueve. Porque lo cierto es que el Cholo acertó en su planteamiento. Trató de pensar qué podía hacer en el Camp Nou para quitarle la posesión a su rival y lo consiguió. Pobló el centro del campo con cuatro jugadores y atascó al Barcelona. Es más, se puso por delante en una combinación entre Saúl, que puso la pelota, y Koke, que remató desde el punto de penalti. Pero ahí se acabó el sueño del Atlético, que pasó de controlar el partido a ser engullido. Primero por Messi, que recibió un balón de Jordi Alba e hizo el empate; y después en una de esas jugadas made in Premier, con un balón largo de Dani Alves que dejó botar Luis Suárez antes de colar el cuero entre las piernas de Oblak y colocar a los suyos por delante.
Pero el resultado, al descanso, era lo de menos. El Atlético, ya con 10 por la expulsión de Filipe Luis por una entrada a Messi, no pudo agarrarse a la fe de otros días. Ni siquiera Griezmann pudo obrar el milagro. Lo intentó, pero se encontró con el pie de Claudio Bravo. Con su última oportunidad y la del Atlético de Madrid, que sucumbió ante el infortunio. Primero, al perder a Godín -expulsado por doble amarilla- y después al ver a Agusto desaparecer entre la bruma del Camp Nou con una lesión que está lejos de ser un rasguño.
Ni siquiera todo ese infortunio quebró la fe del Atlético de Madrid. Pero con nueve, sólo pudo esperar encerrado en su área que el correctivo no fuera mayor. Y no lo fue porque el conjunto de Luis Enrique ni quiso ni pudo hacer daño. Se llevó media Liga sin hacer un buen partido, pero salió vivo -aunque pueda parecer contradictorio- de un duelo en el que se llevó la victoria, pero en el que no implantó su estilo. Y da igual. Ahora, el único peligro del Barcelona es vivir en soledad y ajustarse a esa exigencia.