El canterano del Real Madrid es un artefacto de combustión fugaz. Una especie de veterano prematuro: cuando juega por primera vez de blanco no debuta; da sus primeros pasos hacia el olvido. Ese primer día, al acabar, el equipo le firma la camiseta del estreno, el recuerdo del partido homenaje. Pasa todo tan rápido, que a veces el canterano no tiene tiempo ni de comprarse el Porsche, y llega cedido al Badajoz en un Seat de segunda mano. En eso está todavía Borja Mayoral, que trata de aferrarse a la cornisa minúscula de su oportunidad.
El miércoles, contra el Levante en Valencia, tiró al poste y el balón, al salir rechazado, le dio al portero en un tacón, luego en un brazo, y entró. En el descanso, Mayoral se fue a ver al árbitro al vestuario: "Le he dicho que era mi primer gol y que por favor me lo diera a mí". El árbitro le dijo que bueno, que en principio sí, pero se lo anotó a Mariño en propia puerta. A Mayoral se lo ve dispuesto a luchar contra el olvido en cualquier rincón. El canterano ha de dar esas batallas, porque las de casa las tiene todas perdidas.
El sábado, sólo tres días después del gol que voló, le pasaron otros siete por delante sin que los oliera apenas. El destello de un canterano que prende puede ser brevísimo; pero a menudo, como el sábado contra el Celta, el fogonazo es capaz de despertar a la manada de cuyo adormecimiento iba a aprovecharse el joven. Cristiano se presentó al campo como si acabara de llegar al equipo y la Liga no llevara semanas perdida: marcó de lejos, de falta (¡de falta!), de cabeza, de caza goles del segundo palo. Un tornado que vuelve a girar. A veces da la impresión de que los canteranos acuden al templo del Bernabéu a sacrificar su juventud; a ceder su llama a las bestias cansadas. Para desaparecer enseguida.
Si quiere alargar eso, el canterano no debe dejar de parecerlo. Al Bernabéu le gusta administrar el aire de panoli de los suyos: la cosa paternal del dueño de una bolsa de pipas. Le aplaudirán una carrera a un balón que se pierde, una entrada a destiempo y las lecciones que le dé Cristiano, regresado de su letargo. Para aguantar en el banquillo hasta que llegue el siguiente, a Mayoral le queda eso, la cara de coche de segunda mano; o lo de Raúl con Butragueño, pasarle por encima y enviarlo al dique de la memoria. Se sabe que ha pasado eso cuando no hay que ir a pedir un gol por favor al árbitro. Los goles no se piden por favor: los goles se cogen.