El contraste entre su origen volcánico y el carácter apacible de los canarios es solo uno de los muchos que nos ofrecen las Islas Afortunadas. Como el de los biotipos de los mejores deportistas de su historia. Al lado de las figuras hercúleas del discóbolo Mario Pestano (195 cm y 120 kg) y del que muchos señalan como el mejor en la historia de su lucha autóctona, el formidable Francis Pérez, el Pollito de la Frontera (196 cm y 150 kg), aparecen dos de los protagonistas del tiki-taka, Pedro y David Silva, de quienes obviaré sus estaturas, pero añadiré que entre ambos se quedan bastante lejos del peso del coloso de la lucha. Y junto a ellos, dos almas también ligeras, aunque no tanto, y gemelas. Las dos que mejor han sabido interpretar en nuestras canchas que el baloncesto es una fiesta: Sergio Rodríguez y Carmelo Cabrera.
Carmelo Cabrera ha sido el jugador más auténtico e imaginativo que ha dado nuestro baloncesto y el mejor pasador español de la historia. En un tiempo en el que no había vídeos ni revistas y apenas televisión nacional, el genial canarión imaginó que el balón se podía botar y pasar entre las piernas, por detrás de la espalda y sin mirar. El hecho fue tan sorprendente que, al igual que ocurre hoy en día con el aburrido debate acerca de si lo que hacen algunos futbolistas es una falta de respeto, tuvo que soportar en sus inicios que parte del público le abucheara y le tildara de chuleta.
El base no se arredró por ello y bien que hizo, porque con su estilo marcó una época en el baloncesto español. En un deporte ya fuertemente constreñido por la táctica, los jugadores eran serios y disciplinados, cada uno a su estilo, pero todos dentro de la norma. Quizá el contraste más llamativo lo producía su pareja en el Real Madrid, Vicente Ramos, un fantástico jugador centrado en el orden, la defensa y el tiro lejano. A su lado, Carmelo era el bendito caos, el jugador temido por los entrenadores, casi tanto por el propio como por el rival, y adorado por el público, al que, en ocasiones, también ponía al borde del ataque de nervios. Con imagen de galán de teleserie estadounidense, su simpatía y su estilo enseguida calaron entre la hinchada madridista, sobre todo entre las mujeres, en unos años en los que el fútbol era cosa de hombres.
Alegre, bromista y dicharachero, no he visto a nadie que se comporte de forma tan parecida en la vida y en la cancha. Fue una figura emblemática en el Madrid de los 70, quizá el mejor de la historia, aunque las comparaciones son odiosas y tanto el de Emiliano y Sevillano como el actual, podrían optar a la hipotética distinción. El hecho es que desde la llegada de Walter Szczerbiak el equipo conjugó una máquina de baloncesto que se alzó con tres Copas de Europa y todos los títulos habidos y por haber. Y por encima de eso, desplegaron un juego rápido, exacto y, cuando entraba en pista Carmelo, imprevisible.
Mi memoria se ha activado porque el martes pasado se presentó en Madrid una biografía del gran base canario que recomiendo de forma encarecida, aunque no esté de acuerdo con su título: 'Carmelo Cabrera. El Globetrotter blanco'. Carmelo no era un malabarista en esencia como los Trotamundos de Harlem, sino un ejecutor de partidos. Su aportación fue fundamental para que el Madrid remontase muchos partidos, entre ellos dos finales de la Copa de Europa en la que su actuación fue sencillamente magistral. Lo que ocurría es que, tan generoso como sincero, mi maestro Carmelo solo entendía el juego como el espejo de su alma.
P. D: También la semana pasada otro extraordinario base, Raül López, anunció su retirada a final de temporada. A su estilo. Discreto y sin declaraciones. Discreto seré yo hasta que el fantástico jugador se manifieste. Pero discreto no puedo ser con uno de los personajes de esta columna: Ole Einar Bjoerndalen. En el año de su retirada ha conseguido dos nuevas medallas en las dos pruebas que ha disputado en lo que va de Mundial de biatlón. El sábado, consiguió 42 medallas, apenas un mes después de cumplir 42 años. Sencillamente memorable.