El gran humorista barcelonés El Perich, autor de un sinfín de agudos aforismos, dio con uno de sus más afortunados al afirmar que “las estadísticas demuestran que las estadísticas mienten”. Deberían repartir el adagio en las facultades de periodismo para evitar esta proliferación de datos absurdos que inundan los medios desde hace un tiempo ocultando la verdad del deporte. Por supuesto que unas cifras bien analizadas ayudan a explicar lo que está pasando, pero, por ejemplo, lanzar titulares acerca de que la BBC es más productiva por minuto que la MSN y hablar de ello como si fuera una cuestión trascendental entra en el terreno de la frivolidad.
La fiebre estadística entró en España de la mano de los deportes estadounidenses, tan aficionados los norteamericanos a reducir la realidad a números. Tampoco les viene mal a ellos esta proliferación, ya que su sistema de competición suele ser más bien soso durante los meses que dura lo que llaman la regular season, así que buscan récords de lo que sea. Este último año en la NBA el asunto está en si los Warrios pueden batir una marca de encuentros ganados por los Chicago Bulls. Y digo yo, qué valor, excepto el anecdótico tiene comparar lo que hace un equipo o unos jugadores en competiciones, circunstancias e incluso siglos diferentes. Los récords tienen su sentido para el atletismo y la natación en los que, al menos los coetáneos, compiten en condiciones similares.
La cuestión no tendría mayor trascendencia que lo descabellado de algunas comparaciones o el hartazgo que nos causa a algunos que la información deportiva se centre en averiguar si Bale va a batir el decisivo registro de ser el británico que más goles conseguirá en la Liga. (Me imagino que si lo hace todo el madridismo respirará aliviado porque la temporada ya se considerará excelente). Pero lo que carece de sentido es que con tanto trasiego de datos inútiles parece olvidarse que el meollo del fútbol o del baloncesto no está en qué jugador marca más goles o anota más canastas, despeja con el juanete o palmea el día de Navidad, sino en qué equipo gana más partidos como consecuencia de comportarse como tal.
Desviar la atención de forma continuada acerca de la verdad del deporte solo contribuye a destruir la naturaleza de las modalidades de equipo y a confundir. Y tanta confusión se ha creado, que hasta algunas asociaciones y federaciones nacionales o internacionales, poderoso caballero, se han arrogado la prerrogativa de entregar y organizar premios al mejor jugador de dónde sea. Por no hablar de la confusión de los aficionados que no tienen más fuentes de las que beber que las de los medios y las redes sociales. Aunque lo que nunca me esperé es que tanto protagonista cayera en el juego de alimentar su estadística por encima de la colectividad. Y que, peor todavía, lo sacaran a relucir presumiendo de méritos propios. Por desgracia, también en esto muchos clubes se confunden al contratar y reconocer a quienes se dedican a actuar de esta manera.
Por fortuna, frente a la vacuidad de las estadísticas de cada día, también aparece la esencia del deporte, encarnada estos días en un personaje fundamental en la historia del baloncesto español. Algunos de sus protagonistas la han marcado de forma tan decisiva que sin ellos habría sido sustancialmente diferente. Aíto García Reneses pertenece a ese selecto club junto a Saporta, Ferrándiz, Emiliano y Buscató, Fernando Martín y Pau Gasol. Seguro que hay alguno más, pero no demasiados.
Cincuenta años en las canchas están al alcance de muy pocos. Dicen que cuando jugaba ya tenía la cabeza de entrenador y por eso pasó tan rápido al banquillo. Desde que llegó no cesó de innovar. Inventó el karate press, colocó al alero alto en el pívot y comenzó con las rotaciones cuando los suplentes solo jugaban si al titular se le caía un brazo. Después de muchos títulos con el Barcelona su estrella parecía decaer, pero resurgió para conquistar una plata olímpica en Pekín y se ha reinventado ya tantas veces que a todos nos ha quedado claro que será él, y únicamente él, quien decida el momento de su jubilación.
Con todo ello, su auténtica dimensión, la que le confieren su carácter de figura imprescindible ha sido la de forjador de talentos. En contra de la corriente mayoritaria, y no solo en el baloncesto, Aíto ha demostrado durante décadas que un gran entrenador puede ser al tiempo un maestro excepcional y que los resultados no están reñidos con la cantera. Por citar solo a los más conocidos, Andrés Jiménez, Rudy y Ricky, Navarro y Pau Gasol tuvieron la fortuna de coincidir con Aíto en su época de formación. Y con ellos, la tuvo también el baloncesto español.
Una trayectoria ejemplar que merecería ser estudiada en las escuelas de entrenadores, pero sobre todo, injertada en los cerebros de los dirigentes para que optaran por un entrenador de perfil trascendente. Aíto, el necesario.
P.D: Por cierto, que uno de los maestros de García Reneses, el gran Ignacio Pinedo, entrenador del Estudiantes, del Real Madrid y de la selección junior, astuto en el banquillo como ninguno, cuando le preguntaban la importancia que le daba a las estadísticas decía: ”Lo que digan las estadísticas, lo contrario”. Y el zorro plateado se quedaba tan ancho.