Hubo otra vez que el Barcelona despidió a Cruyff, y Cruyff estaba vivo. Fue Núñez, que después de darle el finiquito, le señaló su lugar en la historia; concretamente, los bajos de su casa: “Sus fichajes los podría hacer mi portera”, dijo. Aquello sucedió en la primavera de 1996. En estos 20 años, el holandés ha trepado con naturalidad de la portería a las gradas del Camp Nou, que en el Clásico dibujarán un gigantesco “Gràcies Johan”, acompañado de una camiseta con el 14. Del sótano al mosaico.
Antes de que le echaran, Cruyff había elaborado una lista de jugadores para remontar el vuelo la temporada siguiente. Ahí aparecía Zidane, entonces en el Girondins, sobre cuya pista le había puesto Luis Fernández. Mucho después, Cruyff contó que incluso habían cerrado un trato. Pero él se fue a casa y Zidane, a la Juventus. En el Camp Nou aterrizó gratis desde el Bernabéu Luis Enrique, que también estaba en la lista.
Este sábado en Barcelona, Zidane y Cruyff vuelven a cruzarse con Luis Enrique de fondo, ahora como dos sombras que planean sobre los destinos de dos duelistas. En sus vuelos describen trayectorias divergentes que, sin embargo, van al mismo sitio. Con la Liga casi ganada y ya en la final de Copa, el Barcelona se agarra a la figura del holandés como impulso para seguir apretando al rival. Ya no le quedan dudas de la conveniencia de conservarlo como paisaje (el mosaico); sobre las ventajas de mantener la música de fondo de sus palabras: “Prefiero ganar 5-4 a 1-0”. El Barça se aferra ya sin divisiones a una figura que acaba de desaparecer.
Del otro lado, el Madrid, que navega en la nada liguera con el único horizonte incierto de la Champions, se ha encomendado a un tipo que está por llegar. Por ahora acumula muchos más recuerdos que recetas. El gol de la final de Glasgow no moverá el marcador, pero si hay un escenario en el que puedan funcionar este tipo de resortes, es una caldera sentimental como la del Camp Nou. Este Clásico (lo sabe todo el mundo) no sirve para nada, pero en este nuevo cruce de Cruyff y Zidane puede medirse su capacidad para impulsar, un poco más allá, uno al Barça y otro al Madrid. O si Gaspart recupera algo de razón en lo que dijo cuando el francés llegó al Bernabéu en 2001: “Prefiero a Saviola”.