Cuando el Madrid pisó El Sadar (llevaba dos temporadas sin hacerlo), había aroma al fútbol de antaño. Pamplona traía buenos y malos recuerdos a los blancos. Allí ganaron Ligas, goleadas y momentos decisivos, pero también sufrieron petardazos y ambientes hostiles que marcaban época. Los tiempos cambiaron, ya no es Osasuna aquél que llegaba a competiciones europeas, pero el olor era el mismo. Y no se equivocaba el que lo pronosticara. El Madrid sufrió, pero ganó. [Narración y estadísticas: Osasuna 1-3 Real Madrid]

El Madrid sobrevivió en Pamplona a su propia pachorra. Hizo un feo partido, lleno de errores, a merced muchos minutos del colista Osasuna. Hizo una primera parte mala, posiblemente de las peores de la temporada, y acabó ganando por inercia. Una victoria de esas que dan Ligas. Porque no jugó bien, lo hizo en un difícil estadio, pero sacó los tres puntos. Y estos sí que son decisivos porque después de muchas semanas venía por detrás del Barcelona en la tabla, tras ganar los culés en Vitoria, aunque tenían tres partidos más jugados los de Luis Enrique.

Con esa mini presión salió el Madrid a la fría noche de Pamplona y sufrió. Osasuna se creció, jugó el partido del año, exportó una imagen más amable y valiente que en otras ocasiones, pero se llevó el resultado de toda la temporada: derrota. El equipo rojillo no ha ganado todavía en su campo en toda la Liga y solo tiene una victoria en el torneo, ante el Eibar, allá por el mes de octubre. Pero el equipo de Petar Vasiljević se disfrazó de lo que quizá no es.

Y ese disfraz aguantó lo que quiso la brillantez del Madrid. Los blancos hicieron un partido bastante negro, pero les sobró con pequeños detalles que diferencian a los grandes con los pequeños. El encuentro lo decidieron dos jugadores por encima de todos: Isco y Keylor Navas. El primero, por el segundo gol, en un buen movimiento tras despeñarse Benzema por El Sadar. El segundo, por sus paradas decisivas en tramos de peligro navarro. Keylor, tras otra semana en la que aguantó que algunos le echaran ya del Madrid, paró y paró. Fue decisivo.

Antes de ese gol de Isco, que remendó otro fallo de Benzema (el francés, otra vez horrible, falló un gol cantado a un metro de portería), el Madrid se había adelantado con un gol de Cristiano Ronaldo, ayudado, eso sí, por el fallo de Sirigu, que ha pasado del PSG a Osasuna en poco tiempo y que, aunque puede estar mal dicho, puede vivir una agonía en la capital de Navarra. 

Entre los dos goles blancos había soportado el Madrid arreones de Osasuna que les pilló en la inopia. Ayudó que los blancos apenas pusieron intensidad al encuentro. Se dejó llevar como tantas otras veces. Y le costó caro con un precioso gol de Sergio León, que ganó en carrera a Ramos, Varane y todo el que andaba por allí y picó el balón ante Keylor Navas. Explotó El Sadar, que se veía como antaño, quitándoles Ligas al Madrid y recuperando su grandeza.

No fue así. Y no fue por una superioridad aplastante del Real Madrid o por un brillante juego de los de Zidane. Fue por la inercia, por los nombres y por los pequeños detalles. Fue también porque cada ataque de Osasuna, con más corazón que cabeza, acababa en manos de Keylor Navas. Y el Madrid, en cambio, sin pegada, tampoco es que creara más peligro. Al final, Lucas Vázquez evitó con un gol en el 93' un posible fuego y acabó dándole la tranquilidad al líder.

Llega el Madrid a la Champions (porque sí, vuelve la Champions) en el momento más dudoso de toda la temporada. Ya no es aquél equipo que ganaba con facilidad o que si no jugaba bien, ganaba por la suerte, por las individualides o por llamarse Real Madrid. Y el miércoles le llegará el Nápoles, que viene en su mejor momento de la temporada, contrarrestando rachas. No lo tiene fácil en una eliminatoria de octavos que a priori parecía más sencilla cuando se sorteó en diciembre. Ni el Nápoles será Osasuna ni el Madrid de este sábado será el del miércoles. 

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