La realidad de Mohamad Masoo (Aleppo, 1994) cambió tanto en un año, dice, que su existencia es ahora, literalmente, “otra vida”. El lustro anterior a su huida desde Siria, un país en plena desintegración, había sido una una odisea diaria. El camino que emprendió en 2016 hacia el modesto paraíso de Hannover (Alemania) donde reside hoy sería material suficiente para rodar una película: salió de su país por el norte, cruzó la frontera turca, llegó a la costa y se embarcó en una lancha con veinte personas dirección a Grecia. Había diecinueve chalecos salvavidas: “Yo era el único que no llevaba, porque soy nadador”, explica en inglés a EL ESPAÑOL durante una reciente visita a Madrid con el proyecto ‘Team ITU’, de la Unión Internacional de Triatlón, que identifica a jóvenes prometedores de países subdesarrollados y les ayuda a meterse en la élite internacional.
Mohamad, su hermano menor y los otros 18 refugiados desembarcaron sanos en Grecia. Macedonia, Serbia y Hungría fueron sus siguientes hitos; se desplazaban fundamentalmente a pie y a veces en vehículo, “si había suerte”: el vía crucis que define desde hace un par de años la vida de cientos de miles de compatriotas suyos. Finalmente los Masoo se establecieron en la capital del estado alemán de Baja Sajonia, donde “por fin" puede dedicarse a su pasión: entrenar.
“Has nacido en un país, pero tienes 23 años y estás en otro, no sé cómo explicarlo...", explica el triatleta sobre su aventura. "Al principio fue tan difícil... La vida en los países árabes es tan diferente a Europa. Fue muy duro al principio, te repito, porque estaba solo, lejos de mi casa, de mi familia, lejos de mis amigos. Dejas tu vida en otro lugar… Me quedé en Siria cinco años durante la guerra... Soñamos con que algún día todo volvería la normalidad, pero la guerra no para de crecer, ya no queda vida allí”.
Mohamad había estudiado tres años en la universidad (Educación Física), solo le falta uno para graduarse. “Lo que pasa es que con la guerra vivir o competir allí fue haciéndose imposible”, cuenta ahora, rodeado de una veintena de jóvenes atletas hiperdotados. Sus padres se quedaron en Aleppo, donde todavía meditan abandonar su casa para refugiarse en Turquía. “Es difícil hablar con ellos”, lamenta el primogénito de la familia. “Hay problemas de agua, de comida, de electricidad… Hablamos como podemos, por Facebook, por Whatsapp. Siempre dicen ‘estamos bien’, pero yo sé cómo están... Es verdaderamente difícil vivir allí, no quieren que nos preocupemos…”
Masoo traga saliva. “Me considero muy afortunado, como todos los que han cruzado la frontera... Hemos recibido una vida nueva, ¿sabe? Todos los que pueden irse se van, todo es complicado ahí; es realmente duro conseguir cualquier cosa”. La amargura impregna el recuerdo de Mohamad sobre Siria: “Éramos el país con más agua de la zona, el país que regalaba pan a sus vecinos, pero ahora estamos destrozados por la guerra”.
Consumado triatleta, nadador desde los seis años (aunque se considera especialista también en ciclismo y atletismo, disciplinas que emprendió cuando la piscina donde entrenaba fue bombardeada), Mohamad se prepara desde hace casi un año con un entrenador francés y cuenta con un patrocinador holandés hacia el que se deshace en gratitud. Su mente está completamente enfocada en los Juegos Olímpicos de Tokio. ¿Fue el deporte la razón de su exilio? “Decidí dejar Siria porque el ambiente se estaba poniendo verdaderamente peligroso”, responde. “La última vez que estuve en Damasco, en el estadio Tishreen, cayó una bomba mientras entrenaba allí. No puedo explicar las sensaciones, lo que viví allí. Todos me habían dicho ‘no salgas a entrenar ahí, es peligroso’, pero me dio igual, fui a entrenar, ¿sabe?, porque mi sueño es ser atleta de élite y si eso es lo que quieres, no puedes parar. Estaba entrenando tranquilamente, y de repente sucedió. Estaba corriendo en la pista y surgió un ruido. No puedo explicar el sentimiento…”
El periodista le pide que lo intente. “Es tan duro…”, comienza con voz quebradiza. “Hasta hoy no puedo olvidar el sonido [lo imita, con estruendo]; me tiré al suelo, había muchas cosas pequeñas flotando en el aire. Sólo grité que después de esta primera vendría otra bomba, así que corrí, corrí tan rápido como pude hacia mi habitación, que estaba cerca del estadio, y me escondí allí mientras pensaba ‘¿Qué está pasando?’ y lo afortunado que era... Porque dos meses antes, otra bomba había matado a 11 jugadores en un partido de fútbol”. Preguntado por si las bombas provenían del ejército o de los rebeldes, dice que ni lo sabe: “Son sólo bombas”.
Mohamad cree en sus opciones para estar en Tokio 2020. "Es posible llegar. Trabajo mucho para ello ahora. [En Río 2016 compitieron ocho atletas del Team ITU]. Puede que haya un equipo de refugiados, que tendrá un número limitado de participantes. Trabajaré lo más que pueda para ser parte de ese equipo”. ¿Algún sueño adicional? “Después de ser triatleta olímpico, quiero ser ‘Ironman’ y entrenador profesional de triatlón. Y después de eso, quién sabe, quizá Siria vuelva a ser un país normal y pueda volver con 50 ó 60 años para enseñar el triatlón y mejorar el deporte allí”.