Los mitos, escribe Sergio del Molino en la España vacía, se amplifican “cuanto más brumosa es su narrativa”. Durante un tiempo, sin embargo, conviven con su recuerdo. Repiten su historia sin freno con el reloj suplicando independencia horaria. No piden tiempo ni lo quieren ver aparecer por la puerta, pero sí dejan entrar en su memoria a los que sólo se ofrecen a escuchar. Por eso Jesús Hurtado (Madrid, 1928) recibe en su casa a todo el que marca su número. Su historia lo merece. Él fue el primer ganador de las dos primeras ediciones de la San Silvestre Vallecana. “Entonces, nos decían que estábamos locos”. Y, a partir de ahí, se pateó las calles de media España como atleta del Real Madrid. “¡Hombre! Creo que me merezco un reconocimiento y que Carmena me dé la medalla de la ciudad. Algo he hecho…”, demanda en conversación con EL ESPAÑOL.

Jesús Hurtado, campeón de la primera San Silvestre

 

A sus 89 años, Jesús Hurtado ha visto cómo la San Silvestre Vallecana ha cambiado radicalmente. En aquella primera edición (1964) participaron apenas 100 atletas, todos profesionales. “La gané yo y me dieron una copa, dos botellas de vino y dos chorizos. ¡Lo que más alegría me dio fueron los dos chorizos!”, bromea. “Entonces, le dije a Antonio Sabugueiro (su creador), que aquello tenía futuro”. ¡Y vaya si lo ha tenido! La carrera que germinó hace 53 años en el bar Bella Luz, en el Puente de Vallecas, congregará este domingo a 42.000 corredores (200.000 en total en las diferentes pruebas que se organizan por toda España). 

Pero aquella primera carrera en Vallecas es apenas una mota de polvo en su vasta historia. Jesús Hurtado se crió en una España republicana, creció en plena Guerra Civil y sufrió el hambre de la posguerra. Nació en el madrileño barrio de Tetuán, en la Calle Bellver, sin padre y junto a cuatro hermanos. “No sabíamos ni lo que era ir a la escuela. Yo empecé a trabajar a los 14 años en una imprenta. Entrenábamos por las noches, con una linterna. Yo y Luis Gómez nos íbamos a la Dehesa de la Villa. ¡La gente no se lo podía creer!”, recuerda mientras salta de una historia a otra. 

Su memoria no da tregua, encadena recuerdos de un tiempo sin calidez en sus fechas. “Pasamos hambre, mucha hambre y miseria”, espeta. “Durante la guerra, nos metíamos a dormir debajo del metro, en Tetuán, porque no paraban de caer bombas sobre Madrid”, explica. Lo único que le salvaba era el arroz con leche y las natillas que le hacía su madre. “Era lo único que había y así nos alimentábamos. ¡Tú fíjate, cuatro hermanos y sin padre!”. 

Jesús Hurtado posa con un libro de la San Silvestre para EL ESPAÑOL. Jorge Barreno EL ESPAÑOL

FRANCO: “¡USTED ES UN CAMPEÓN!”

“¿Queréis un zumo de naranja, una Coca-Cola o un café?”, Jesús aparece al fondo de una calle estrecha e invita a este periódico a entrar en su casa. En la planta baja, una estatuilla de un corredor y cientos de trofeos adornan el salón. “Esos son de mi hijo (de mismo nombre y también atleta). Estuve con una cubana y… Bueno, me casé, pero nos divorciamos hace un par de años”, explica mientras recorre la estancia y enseña fotos de su vasta carrera como atleta. “Un día eché los cálculos y, si cuento todos los kilómetros que hice, habría dado cinco vueltas al mundo”. Quién se lo iba a decir a él cuando se fue a hacer la mili. 

“El sargento preguntó quién quería correr y yo levanté la mano. Me quedé quinto entre 500 y ahí empezó todo…”. En el ministerio tomaron nota de su resultado y lo fichó el Atlético. Fue su primer club. Se proclamó campeón de España y ganó todas las pruebas en el ejército: 5.000, 10.000 y cross. Pero cambió de club. Santiago Bernabéu lo llamó para que compitiera con el Real Madrid y él no dudó. “Allí me he pasado yo 40 años”, explica. 

Jesús se puso la camiseta del club blanco un día y no se la ha vuelto a quitar: pasó 40 años recorriendo España con su elástica y fue responsable de los vestuarios en la Ciudad Deportiva. A este diario lo recibe con un chándal del Real Madrid y un libro donde cuentan su historia. “Aquí salgo yo”, espeta, con ilusión. La San Silvestre Vallecana le dio la fama, pero su vida se la debe al atletismo. “Había que comer, así que entrenábamos después del trabajo y nos íbamos a correr los fines de semana o lo hacíamos aquí en Madrid (ganó tres veces la carrera del Retiro y 12 la de Buenavista). A veces, nos daban dinero bajo cuerda, 100 pesetas, y otras algún premio”. 

Jesús Hurtado enseña las zapatillas de clavos. Jorge Barreno EL ESPAÑOL

En una de esas pruebas, en el Gran Premio de la Coruña –así de pomposos eran los nombres entonces–, llegó a conseguir un piso. Francisco Franco lo había visto ganar tres carreras y, al encontrárselo en la ciudad gallega, en la cuarta, no pudo contenerse: “Jesús, usted gana siempre, ¡es un campeón!”, le espetó. ¿Y qué hizo él? Pedir. “Me dijo que si necesitaba alguna cosa y yo le dije que una casa, que la que tenía en Tetuán era muy mala. Total, que fui al ministerio y me dieron una. Eso sí, pagando 64.000 pesetas”. 

JUANITO, NADAL O HUGO SÁNCHEZ

“¡Con lo que yo he sido!”, Jesús refunfuña mientras sube las escaleras hacia su particular museo. Lo han operado dos veces de las caderas y a sus 89 años está “lleno de achaques”. Pero su cara se ilumina cuando abre la puerta de la habitación a la que más cariño le tiene. En ella, 500 copas, una antorcha olímpica y fotos con casi cualquier personaje público que se precie. “Aquí está Nadal, y allí Hugo Sánchez, y el rey, y Florentino Pérez, y Santiago Bernabéu…”. La lista es interminable. 

Junto a todos esos trofeos, instantáneas de cuando participó en la San Silvestre brasileña y dos zapatillas. “¡Mira la diferencia que hay entre las nuevas y las viejas! Y eso que al principio corríamos en chanclas…”, sentencia. Allí, Jesús encierra sus recuerdos. “¿Lo habéis grabado todo?”, pregunta y vuelve a bajar las escaleras. “¡Ay, mis piernas!”, espeta. Recorre de nuevo su estancia con la mirada y da las gracias. “¡Cuando queráis venís y nos tomamos algo!”, se despide con un sonrisa en la cara.

Su mito sigue vivo y su recuerdo también. Al fin y al cabo, como también escribe Sergio del Molino en La España vacía, “existir en la memoria es una de las formas más poderosas de sobrevivir que conocen los seres humanos”. Y, cuando eso se ha conseguido, poco importan las condecoraciones aún siendo merecidas. Eso sí, "si Carmena se acuerda...".