Se dice, a menudo, que hay personas que “tienen algo”. ¿El qué? Nadie sabe. De repente, usted se planta ante una de ellas y lo descubre. Piensa: “Es especial”. Por algún motivo, destaca en algún ámbito. O brilla. O destila una especie de elixir. Desprende “esa sustancia inmaterial de la que –como decía Muhammad Ali– están hechos los campeones. Algo que está muy dentro de ellos. Un sueño, un deseo o una visión”. O quizás otra cosa. Lo cierto es que los grandes tienden a compartirlo: Leo Messi, Michael Jordan, Rafa Nadal, Fernando Alonso… Poseen carisma y atracción; seducen y persuaden a partes iguales. Y Joana Pastrana “tiene ese algo”, como esgrime su mánager, Álvaro Gil-Casares, y ratifica su entrenador, Nicolás González. Y llevan razón: la boxeadora madrileña da esa sensación. Por eso es doble campeona de Europa; y por eso aguarda el momento de pelear –el combate todavía no tiene fecha– contra la turca Oezlem Sahin por el título mundial de la Federación Internacional IBF de peso mínimo.
“Ese algo”, realmente, le viene de largo. Joana (Madrid, 1990), criada en Pan Bendito (Carabanchel), llegó al boxeo por casualidad. De pequeña, como a cualquier niño, le gustaba estar en la calle, ir para un lado y para otro, no parar. No sabía de guantes, de dietas o de pesajes. Era un trasto. “¡La verdad, traía a mi madre por la calle de la amargura!”, sonríe. Tenía nervio y picardía. Era, en definitiva, revoltosa. Hasta el punto de que un día, por hacer la ‘gracia’, metió a su hermana en el cesto de la ropa sucia. “Le decía que no dijera nada y mis padres se volvían locos buscándola. Cuando la encontraban, tocaba regañina”, recuerda, entre risas, en conversación con este diario.
Por entonces, el boxeo le era algo ajeno. Jugaba de lateral o de punta al fútbol y, aunque no se le daba mal, no prosperó. Dejó Pan Bendito con su familia para irse a vivir a la sierra a los 13 años y un día cualquiera, por azar, acabó en un gimnasio. “Nos juntamos un grupo de amigos del pueblo, de los que jugábamos al fútbol sala y al baloncesto, y dijimos: ‘¿Y si hacemos otro deporte?’. Nos apuntamos a hacer muay thai y pensé: ‘Los deportes de contacto son lo mío’. Y hasta ahora”.
— ¿Cuándo cambió al boxeo?
— Fue a raíz de mi situación. Trabajaba y hacía muay thai al mismo tiempo, pero me dolían mucho las piernas y me desapunté. Pensé: ‘Voy a probar el boxeo que no hay que utilizar las piernas’. Empecé y me gustó. Entrené y un día decidí que quería pelear. Fuimos primero al Interclub, que son combates contra gente de otros gimnasios, y me encantó. Salí muy reforzada. Así que, a la semana siguiente, mi entrenador me dijo: ‘¿Nos apuntamos al campeonato de Madrid?’. Lo hicimos y gané por KO.
— ¿Qué piensa uno la primera vez que se sube a un ring?
— Que no quieres que te noqueen. Estás nervioso, porque es la primera vez que lo haces, sientes esa adrenalina… Todas esas sensaciones las tienes que controlar. Luego ganas y es la leche. Quieres que llegue la próxima enseguida.
— ¿Qué cara pusieron en su casa cuando les dijo que iba a pelear?
— Realmente, no se lo tomaron ni bien ni mal. Pensaban que iba a ser pasajero. De hecho, mi madre no fue a las primeras peleas, pero luego se dio cuenta de que se ponía nerviosa en casa y desde entonces no falta a ninguna velada. Ahora me preguntan qué tal y se preocupan por mí.
"Mis padres pensaban que iba a ser pasajero. De hecho, mi madre no fue a las primeras peleas, pero se ponía nerviosa en casa y desde entonces no falta nunca a una velada"
— ¿Sufre más su madre o usted?
— Yo no sufro. Mi madre sí, la que más de la familia. Me pregunta siempre cuándo va a ser la siguiente pelea. Se lo digo y me suelta: “¡Ay, qué disgusto!”. Y yo le digo: ‘¿Entonces para qué me preguntas?’ [risas]. Pero quiere estar informada. Sabe que es mi pasión.
— ¿Qué le dicen sus diablos y sus ángeles cuando se sube al ring?
— A la hora de pelear, sobre el ring, tengo dos demonios: ambos me dicen que machaque al rival. Ahí no están los ángeles. Fuera, los ángeles me dicen que sea una buena chica cuando me subo al ring.
— Total, que le pica el gusanillo y decide pelear contra Tina Rupprecht en Alemania para ser campeona de Europa, pero no consigue el título.
— Sí, nos llegó una oferta y dijimos: ‘Vamos a por el título’. Pero en el segundo asalto no ejecuté bien un golpe que le di en el lateral de su cabeza y pufff… Le di con un nudillo y se rompió el segundo metacarpiano de mi mano. Aguanté 10 asaltos con la mano rota, terminé la pelea y fuimos al hospital. Vimos que era importante. Me operaron y, por suerte, todo fue bien, aunque estuve cinco meses sin entrenar.
— Y después llega el mejor año de su vida: se proclama doble campeona de Europa contra Sandy Coget primero y contra Judit Hachbold después.
— Tras la lesión hicimos alguna pelea para ver cómo iba la recuperación, porque no es lo mismo entrenar que pelear. Teníamos que poner a prueba la mano. Me vi bien y disputamos el campeonato de Europa. Ganamos. Fue como un sueño hecho realidad. Después, sólo quieres más. El abrazo con todo el equipo tras el combate fue increíble. Al final, sin ellos no llego a ningún lado: sin Álvaro, que es el cerebro; sin Nico, que me pone las manoplas; sin Hugo, que es mi preparador físico, y sus carreras del infierno…
Un campeón, como decía Jack Dempsey, es el que se levanta cuando no puede. Y ella lo hizo. Se rompió la mano, pero regresó al gimnasio. Entrenó y volvió reforzada para ser doble campeona de Europa y completar el mejor año de su vida en lo deportivo (2017). “Lo peor y lo mejor que tiene es su carácter. Es tan brava y tan fiera que a veces tenemos que frenarla”, reconoce su entrenador, Nicolás González, también boxeador. Esa es una de sus fortalezas; la otra es la disciplina. No se salta la dieta, respeta los descansos y es trabajadora.
Y la que más sufre todo eso es su pareja. “Ella es la que me aguanta en casa, la que me soporta cuando llego cansada de los entrenamientos o cuando estoy de mala leche”. Es su máximo pilar. La que la apoya y está siempre en el ring: gritando, disfrutando y sufriendo. Junto a ella, su hermana, esa a la que metía en la cesta de la ropa sucia de pequeña, su familia y sus amigos del pueblo, esos que llegan “en manada” y gritan desde la grada. “Y luego, cuando ganamos, montamos una cena y hacemos algo grande. Eso es la leche”.
— ¿Cuál es el combate más importante que le ha ganado a la vida?
— Ser profesional. Eso ha sido muy difícil. En el último año hay muchas mujeres que han empezado a serlo, pero cuando yo debuté éramos tres o cuatro, no muchas más… Es un paso importante.
— ¿Le ha golpeado duro la vida?
— No he recibido ningún castigo como para considerarlo un golpe. Pasan cosas, claro. Te castigan, o te echan del trabajo… Eso ocurre. El resto da igual. Aunque es verdad que la rotura de la mano fue un toque importante. Supongo que puedo considerar eso un golpe. Además, un golpe de verdad.
— ¿Ayuda que a uno le den una ‘galleta’ a tiempo?
— Sí, a veces, te sirve para no meter la pata en determinados momentos y a saber cuándo te tienes que callar la boca.
"Una galleta a tiempo te sirve para saber cuándo te tienes que callar la boca"
— ¿Cuánta gente merece un puñetazo?
— Muchos, pero no puedo decir quiénes. Gente que no se ha esforzado en su vida y que tiene un reconocimiento público que otras personas necesitarían. Esos se merecen un buen puñetazo.
— ¿Puede especificar?
— Digamos que es gente que tiene la vida resuelta por decir cuatro tonterías en la televisión.
— De esos personajes públicos, ¿a quién le recomendaría hacer boxeo?
— A cualquiera. Por ejemplo, que venga Cristiano Ronaldo, me encantaría. Le damos una clase de boxeo, que se acerque y luche.
— Cristiano y usted cambiados por un día. Además, usted es del Madrid. ¿Le deben un saque de honor en el Bernabéu?
— Ojalá pudiese tener ese honor. Yo invito a Cristiano Ronaldo o a quien quiera a venir a un entrenamiento o a un combate de boxeo. A cambio que el Real Madrid me deje hacerlo.
Camarera antes que boxeadora, Joana ha acumulado largas jornadas de pluriempleo antes de poder ser profesional. A los 16 años, empezó a trabajar en un bar mientras iba al instituto. Y, terminados sus estudios, hizo lo propio mientras entrenaba. Se levantaba a las 7 de la mañana y terminaba su jornada laboral como camarera a las 6 de la tarde, y después acudía al gimnasio. Incluso tuvo algún incidente (“ya sabes, con el alcohol de por medio, cuando a uno le gusta beber más de la cuenta, pues mete la pata, pero nunca tuve problemas demasiado graves. Un par de voces y ya está”). Hasta ahora, cuando ha podido dejar todas esas obligaciones para dedicarse en exclusiva a su deporte y a estudiar marketing e informática. Un no parar. De ahí sus inquietudes, en todos los sentidos.
— ¿Debería ser obligatorio que un deportista se comprometiera socialmente?
— Realmente cada deporte debe ayudar a su manera. En boxeo hay gente buena y mala, igual que en otros deportes. ¿Que a muchos les ha servido esto para salir de fases complicadas de su vida? Pues sí, porque es una vía de escape, porque das golpes y te vas más relajadito a casa que si juegas a los bolos. ¿Ayudar? Yo creo que hay que ayudar a todo el que lo pida.
— ¿Qué le preocupa más allá del boxeo?
— Me preocupa el bienestar de mi familia, que la gente tenga trabajo. Si no hay dinero se malvive y entonces es imposible ser feliz. Yo ahora mismo lo soy con la vida que llevo. Pero si no tuviera el boxeo, pues intentaría ser feliz con la gente que tengo a mi alrededor. Al final, esto se acaba y tienes que seguir con tu vida. Y da igual la fama o el dinero que tengas. Puedes tener mucho, pero si no eres feliz, no vale de nada. Cada uno tiene que intentar serlo a su manera.
— ¿Le gusta la fama?
— Me da un poco de vergüenza. El otro día, por ejemplo, estábamos en la pista de atletismo entrenando y un chico me paró. Me preguntó si era Joana Pastrana y me hizo ilusión. Pero me daría mucha vergüenza ir por la calle y que me dijeran algo. No suele pasar. En Madrid, no saben quién soy porque el mundo del boxeo femenino no está muy reconocido. En el pueblo, cuando voy, pues sí, vas al supermercado de toda la vida y sí que te preguntan. Me dicen: ‘Joana, ¿cómo llevas los partidos?’. Y yo les digo: ‘¡Muy bien, los voy ganando todos!’. Son mayores, no se enteran [risas]. Es muy divertido.
"Me daría mucha vergüenza ir por la calle y que me dijeran algo"
— Como comenta, el boxeo femenino no está muy reconocido. Lo cierto es que usted está logrando que eso cambie. De hecho, está acabando con muchos prejuicios. El primero, ese que dice que las mujeres no pueden pelear.
— La gente se tiene que concienciar que no es un deporte de brutos. Tú te puedes apuntar a boxear y no ser un descerebrado. Es así. La gente que viene a entrenar sale casi siempre con ganas de volver. Y, por supuesto, las mujeres pueden pelear. Sólo hace falta que pongan boxeo femenino en Youtube. Las mujeres podemos hacerlo y muy bien. Ahí estoy yo.
— ¿La sociedad se lo pone más difícil a ustedes, a las mujeres, que a los hombres?
— Sí, sólo tienes que poner la tele o leer un periódico para ver que hay mucha diferencia en el baremo entre mujeres y hombres. Da igual que sea en deporte o en política. Estamos aquí luchando para que eso se equipare lo máximo posible.
— Mujer, boxeadora, tiene novia… ¿Alguna vez ha tenido algún problema? Lo suyo no es común…
— Socialmente tienen que cambiar mucho las cosas. Yo, personalmente, nunca he tenido problemas. Pero los ves a diario. Cada uno tendrá que salir como pueda y, sobre todo, no dejarse pisar por nadie.
— Volviendo al tema de los prejuicios. El otro día, la selección de rugby femenino se quejaba en un spot de que la gente las llamaba ‘marimachos’ o les decía que no eran ‘señoritas’. A usted, viniendo del boxeo, ¿le ha pasado algo parecido?
— A mí me han llegado a hacer una entrevista y me han dicho: ‘¡Pero si no tienes la nariz rota, si no estás musculada, si no eres grande!’. Es que no hace falta. Es que una jugadora de rugby o una boxeadora no tiene que seguir un patrón. Es que nadie tiene por qué saber que tú lo eres. Yo si lo digo, pues sí. Pero si me pinto un poco o voy femenina, nadie se va a dar cuenta. Sólo aquí, los del gimnasio.
— El último prejuicio con el que usted ha acabado es ese que dice que el boxeo saca a la gente de problemas o que los boxeadores se suben al ring para salir de malos ambientes. Usted viene de una familia de clase media, de un barrio obrero, estudia, trabaja…
— Eso también hay que cortarlo. El boxeo te puede ayudar a salir de tus problemas porque puede ser una vía de escape o, simplemente, como me pasa a mí, te puede gustar y lo practicas. ¡A mí me encanta! Y no se trata sólo de dar puñetazos. En el entrenamiento estás pensando constantemente en cómo dar los golpes, qué hace tu rival. Observamos, hablamos… No es un deporte de brutos. Aporta muchas cosas que la gente no ve.
En la quietud del gimnasio, con el sol de media tarde desenfocando el ring, el gesto torna hacia el sufrimiento, hacia la concentración y el desaliento. Joana guantea y recuerda lo vivido sin caer en la trampa que ofrece la puerta hacia la nostalgia. Sabe de dónde viene, quién es y a dónde va. Sus orígenes la marcan. Hija de una controladora del servicio de estacionamiento y de un padre carpintero, no ofrece tregua a sus aspiraciones. Compagina sus 10 entrenamientos semanales (entre cuatro y cinco horas cada día) con salidas esporádicas al cine para ver películas de terror –la última, Anabelle, sobre una muñeca poseída–.
Sabe que goza del privilegio de no tener que compaginar entrenamientos y trabajo. En un país donde el boxeo busca resurgir entre el alba de una nueva generación (no sólo por Joana y Miriam Gutiérrez, sino también por Jon Fernández, Kermán Lejarraga o Sandor Martín, entre otros), ella posee un estatus único. Su tarea consiste en prepararse para ser campeona del mundo. Eso es lo que quiere y lo que desea. “Y lo voy a ser”, clama entre cuerdas. Está segura y lucha por ello. Qué otra cosa mejor podría hacer que pelear por cumplir sus sueños.
— Queda poco para que se conozca la fecha… ¿Qué piensa al empezar y acabar la semana?
— Pues mira, el domingo estoy deseando ver qué es lo que tengo que hacer. Después llega el jueves y quiero que llegue pronto el final de la semana para descansar. Luego soy un poco friki. Me gusta comparar los entrenamientos que hago ahora con los de la anterior preparación, saber si he hecho mejores tiempos… Esas cosas.
— Cualquier combate requiere un sacrificio. Me han dicho que le gusta mucho comer. ¿Qué significa para usted la dieta?
— Es el enemigo número uno. Al final, tienes que dar un peso con el que no estás acostumbrado a vivir. Tienes que llevar una dieta muy variada, pero al final no comes lo que quieres. ¡A quién no le gusta comerse un cocido! Pero te acostumbras.
— ¿Y el pesaje?
— Es emocionante y un desastre. Quieres que llegue, ver a tu rival, estás cerca de la pelea, te quedan 24 horas y es el momento para el que te has estado preparando durante mucho tiempo.
— Total, que de aquí al Mundial…
— Entrenar, entrenar, entrenar y ganar.
— ¿Y después, qué más pide?
— Muchos cinturones.