El punto de partida ya está construido. España iniciará este viernes en Marbella el camino hacia la sexta Ensaladera de su historia (2000, 2004, 2008, 2009 y 2011) en la primera eliminatoria de la Copa Davis de 2018. Ante una inocente Gran Bretaña, que con las bajas de Andy Murray y Kyle Edmund no debería hacerle ni unas míseras cosquillas a La Armada, el equipo capitaneado por Sergi Bruguera, en el cargo desde el pasado mes de noviembre y debutante en el banquillo de la selección, arranca la conquista de un objetivo que las circunstancias han convertido en prioridad. Volver a ganar la Davis es una de las metas claras del año: en parte para que los jóvenes, los que aún no tienen una, puedan añadir el prestigioso trofeo al currículo; en parte para que los mayores, la generación más exitosa del tenis español, diga adiós a lo grande.
¿Qué ha pasado para que los tenistas, el eslabón fuerte y decisivo de la cadena, vean nuevamente el asalto a la Ensaladera con ojos brillantes? ¿Qué ha pasado para que en su primera convocatoria Bruguera haya logrado convencer a un grupo tan fuerte como el que forman Pablo Carreño, Roberto Bautista, Albert Ramos, David Ferrer y Feliciano López? ¿Qué ha pasado para que incluso Rafael Nadal, ausente en Marbella, esté dispuesto a hacer un esfuerzo si llegado el momento el título sigue a tiro? Lógicamente, han pasado muchas cosas.
España jugó por ultima vez una serie como local en septiembre de 2013, cuando a última hora mantuvo la plaza del Grupo Mundial contra Ucrania en la Caja Mágica de Madrid. A partir de entonces, la selección se enfrentó a ocho eliminatorias consecutivas fuera de casa (¡ocho!) y atravesó un verdadero calvario (descenso a Segunda División en 2014 tras caer en Brasil y play-off para no bajar a Tercera en 2015 ante Dinamarca) en mitad de una guerra en el seno de la federación (el cese de José Luis Escalueña y la fractura provocada por el caso Gala León, en otro otras fracturas) hasta que Conchita Martínez asumió el mando de La Armada y con mucho trabajo logró sacar al equipo de las catacumbas para regresar a Primera División.
Así, 2018 reúne las condiciones idóneas para que al vestuario español se le haya metido la Davis en la cabeza. De entrada, la selección vuelve a jugar en casa la primera ronda contra Gran Bretaña y en caso de victoria lo hará también en cuartos, sin importar el rival (ganador del Australia-Alemania). La comodidad de actuar como locales, lo que supone poder elegir la superficie (siempre tierra batida, como en Marbella) y evitar viajes largos e incómodos, es un trampolín para que los jugadores vean con mejores ojos su disponibilidad en un calendario sobrecargado, con poquísimos descansos. Si la lógica se cumple, y una vez en semifinales, lo que no es ninguna utopía, la copa de campeones estaría tan cerca que no apretar los dientes carecería de sentido.
El viernes, y por primera vez en más de cuatro años, España vuelve a jugar con el público a favor en una serie que debería llevarse con facilidad, salvo milagro de los gordos. Las ausencias de Murray (se operó de la cadera en enero y tiene previsto reaparecer en la gira de hierba) y Edmund (acabó lesionado el Abierto de Australia tras alcanzar las semifinales) han inclinado mucho la balanza incluso antes de empezar a jugar.
Ni Liam Brody (que abre la eliminatoria con Ramos y que disputaría un hipotético quinto punto con Bautista el domingo) ni Cameron Norrie (juega el segundo encuentro contra el castellonense y un potencial cuarto punto con el catalán) son rivales a los que tenerles miedo (ambos fuera del top-100), todo lo contrario. Solo el dobles británico (Jamie Murray y Dominic Inglot) podría suponer un problema para Carreño y Feliciano, y posiblemente ni eso.
En consecuencia, España abre en Puente Romano una escalada nueva hacia un Everest que ya ha coronado muchas veces. La aventura, sin embargo, nace con una voluntad tan interesante como importante: La Armada quiere ganar una Davis más.
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