Ni el mismísimo Rod Laver pudo evitarlo. Sentado en el palco de autoridades del Abierto de Australia, el único jugador que ha ganado dos veces los cuatro grandes en el mismo año (1962 y 1969) sacó su teléfono móvil y se puso a grabar cómo Roger Federer lloraba sin control tras recibir su Grand Slam número 20, conquistado en una intensa final contra Marin Cilic (6-2, 6-7, 6-3, 3-6 y 6-1). Igual que un aficionado más, igual que muchas personas en sus casas, Laver quiso inmortalizar el momento para tenerlo siempre a mano, y lógicamente no fue para menos. A The Rocket, El Cohete, como apodaban al australiano, le importó poco naturalizar su leyenda con ese gesto tan humano que está cargado de simbolismo: Federer, claro es el mejor tenista de todos los tiempos, y ni uno de sus principales rivales por ese trono puede negarlo.
“Ha sido un día muy largo”, se arrancó el número dos mundial nada más agarrar el micrófono y dirigirse a la gente. “Estuve pensando mucho tiempo en el partido, nervioso, casi prefiero jugar mis encuentros durante el día para no tener que esperar tanto”, añadió el suizo. “Gracias a todos los aficionados que me hacéis ir a entrenar y que me hacéis estar nervioso cuando juego estás finales”, siguió Federer, mientras sus ojos iban llenándose de lágrimas. “Ganar este Grand Slam otra vez es un sueño hecho realidad, es una victoria de cuento. Es increíble”, acertó a decir el tenista, ya completamente roto por la emoción, a la vez que la grada le dedicaba una ovación sobrecogedora, inmensa y profunda. “¡Gracias! Esto es difícil”.
A los 36 años, a Federer se le volvió a hacer un nudo en la garganta tras jugar una final en Melbourne, aunque a diferencia de la última vez (2009) el llanto fue de emoción por la victoria. Hace casi una década, el suizo lloró después de perder con Rafael Nadal un impresionante cruce en cinco mangas (“¡Dios, esto me está matando!”, masculló mientras su oponente le daba un abrazo), su tercera final grande cedida ante el español, ante el que estaba mentalmente acomplejado.
Posiblemente, si alguien le hubiese dicho a Federer aquella noche de verano que en 2018 volvería a desnudar sus emociones ante la grada de la Rod Laver Arena, y por un triunfo, no podría haber hecho otra cosa que reírse a carcajadas.
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