Los espectadores de las primeras filas pudieron escuchar cómo las pulsaciones de Caroline Wozniacki retumbaban en el cuello de la danesa, tirada en el suelo de la Rod Laver Arena para celebrar un momento único. A los 27 años, Wozniacki logró lo que la mayoría esperaba que consiguiese con 20, cuando era una adolescente que llegó al circuito dispuesta a comérselo y se encontró con que muchas veces las cosas no son tan sencillas como parecen. El sábado por la noche, y tras buscarlo mucho, la danesa ganó su primer Grand Slam en el Abierto de Australia (7-6, 3-6 y 6-4 a Simona Halep), recuperó el número uno mundial y casi una década después de irrumpir en la élite celebró un trofeo que le permite cerrar la deuda que tenia consigo misma.
“Estoy comprobando que lo que tengo en mis brazos es de verdad”, dijo entre risas la campeona durante la entrega de premios. “He soñado muchos años con este momento y ahora finalmente se ha hecho realidad”, prosiguió la danesa, incapaz de contener las lágrimas de la emoción. “No existe mejor escenario posible para ganar mi primer Grand Slam como profesional”.
Tras perder sus dos primeras finales de Grand Slam (Halep en Roland Garros 2014 y 2017, Wozniacki en el Abierto de los Estados Unidos de 2009 y 2014), las rivales se prepararon para el pulso decisivo en Melbourne conscientes de que una de ellas se bautizaría finalmente en un escenario del máximo prestigio, además de asegurarse la cima de la clasificación (mantenerla en el caso de la rumana, recuperarla en el de la danesa). Ese premio doble, al que ambas llegaron sufriendo de lo lindo (Wozniacki salvó dos puntos de partido en la segunda ronda contra Jana Fett y Halep otros dos en las semifinales frente a Angelique Kerber), condicionó inevitablemente el pulso, aunque las condiciones bajo las que se peleó el triunfo terminaron siendo determinantes.
A la hora de la final, el termómetro seguía marcando 31 grados de temperatura y la humedad se mantenía por encima del 50%, una auténtica barbaridad para los pulmones. En consecuencia, la sensación que las jugadoras tuvieron al correr por el cemento de la Rod Laver Arena fue la misma que si hubiesen pisado el interior de un horno. La paliza física de los días anteriores, sumada al desgaste de la primera hora de la final, provocó que las rivales se consumieran poco a poco, y que Halep se viese obligada a luchar contra su cuerpo desde el 3-2 del segundo set, cuando pidió la ayuda del médico, que le tomó la tensión para asegurarse de que todo estaba bien.
Antes de todo eso, una final que empezó sin oposición. Wozniacki salió a ganar el título desde el calentamiento, y lo demostró de sobra con una imponente puesta en escena para la que Halep no tuvo respuesta. La danesa, dominadora del cara a cara con su rival (4-2), se colocó 3-0 en un parpadeo y mantuvo la ventaja durante la parte central de la primera manga, imprimiendo un ritmo eléctrico a cada peloteo, pero la perdió sacando para cerrar el parcial inaugural (con 5-3) y la final se igualó muchísimo, enredándose de arriba a abajo.
Del desempate del primer set, un pozo de nervios, emergió la Wozniacki del arranque del partido, una que desesperó a Halep fiándolo todo a su velocidad de piernas, dos marchas por encima de la de su contraria, una que le negó la iniciativa en cada intercambio a la rumana y una que se atrincheró en el fondo de la pista para volverse inabordable, imposible de superar de ninguna manera.
Con la rumana rota, acalambrada y dolorida de las dos piernas, Wozniacki se imaginó posiblemente levantando el título. La reacción de Halep, revivida a base de garra y orgullo, siempre más agresiva (terminó con 40 ganadores por los 25 de su oponente) le permitió ganarle la segunda manga a la danesa apretando los dientes y encontrar aire después de que el supervisor del torneo decidiese aplicar la regla del calor extremo, que en el circuito femenino significa 10 minutos de descanso antes de comenzar a jugar la tercera manga.
Así, las aspirantes se lo jugaron todo en un parcial decisivo para fuertes, que pronto se convirtió en una montaña rusa. Del 3-1 de Wozniacki se pasó a un 4-3 y saque de Halep, que una vez más se puso a tiro un trofeo para el que lleva trabajando toda la vida. Ahí, sin embargo, apareció Wozniacki: con solidez y mano dura, dos cualidades que ha potenciado muchísimo en los últimos tiempos, la danesa le dio la vuelta al marcador y celebró que ya está en paz.
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