El gesto resume la impotencia. Después de retirarse en el quinto set de los cuartos de final del Abierto de Australia por una lesión en la pierna derecha, a la altura del psoas, Rafael Nadal felicita a Marin Cilic con una palmada en la espalda, lanza furioso la cinta del pelo contra el banquillo, recoge sus cosas y se marcha hundido de la Rod Laver Arena, apretando los ojos para que no se le escapen las lágrimas. La renuncia del número uno clasifica para las semifinales al croata (3-6, 6-3, 6-7, 6-2, 2-0 y abandono; le espera el británico Kyle Edmund, vencedor 6-4, 3-6, 6-3 y 6-4 de Grigor Dimitrov) y deja al español roto por dentro, de nuevo sin la oportunidad de aspirar al título, y por fuera, con la incógnita de no saber todavía la dimensión real del problema al que se enfrenta. [Narración y estadísticas]
“Me duele en la parte de arriba del cuádriceps, al final del todo, pero no sé si es el flexor o… no sé exactamente lo que es”, explica luego el campeón de 16 grandes, que empieza a notar molestias en la tercera manga, que pide la ayuda del fisioterapeuta para ser tratado con 1-4 en la cuarta y que decide tirar la toalla porque los antiinflamatorios no le hacen efecto ninguno, y también por miedo a hacerse más daño. “Ni el médico lo sabe en este momento, así que mejor esperar unas cuantas horas. Mañana por la tarde sabré el diagnostico exacto”, prosigue el balear, citado con los doctores el miércoles en Melbourne para realizarse las pruebas que desvelen lo que le ocurre. “Me ha pasado algo que me ha dejado inhabilitado. No podía moverme, la pierna se me quedaba totalmente bloqueada”, reconoce. “Al final, uno nunca quiere aceptarlo, quiere esperar y buscar a ver si pasa algo para que desaparezca o mejore, pero no ha sido así”, lamenta. “Ojalá que no sea muy grave y pueda seguir con mi calendario planeado”.
Antes de que el cuerpo de Nadal explote, un pulso tremendo que pone la pista patas arriba.
Cilic va al límite desde el primer punto del partido. Lógicamente, al croata no le vale con fiarlo todo a su poderoso saque para discutirle el triunfo a Nadal y por eso aprieta cada pelota que toca, arriesgando en la gran mayoría de sus tiros y viviendo el cruce en el peligroso filo del alambre. Si habitualmente el juego del número seis necesita estar sostenido por su cabeza, la encargada de digerir que ir de línea en línea provoca tantos aciertos como errores, contra Nadal esa tarea mental es todavía mayor.
En el comienzo, ganarle un intercambio al mallorquín es casi una hazaña para Cilic. El croata sufre desde atrás, no es capaz de aguantar cinco disparos seguidos sin embarcar la bola y lo pasa fatal porque Nadal le cierra los huecos de la pista con velocidad y anticipación, dos cualidades que también brillan al resto. Sin el alivio de poder sumar puntos gratis con su saque, el número seis tiene que pelotear con el balear y pronto se cansa de masticar porque lo suyo es engullir, tragar sin digerir.
El encuentro amenaza con abrirse a la media hora, aunque acaba ocurriendo cuando el reloj llega a los 45 minutos. Primero, Nadal se procura cinco bolas de break (con 3-2) y Cilic las va salvando una a una, sin que le baile el pulso ni un poquito. Después, al juego siguiente (3-3), el croata tiene una oportunidad de romperle el servicio al español, que anula la ocasión con un ace. Finalmente, el número uno canta bingo para colocar el 5-3 y amarrar la primera manga justo a continuación.
De la nada, una discusión con Eva Asderaki, la juez de silla del partido, mete a Cilic de lleno en la pelea por las semifinales. Sacando para 3-3 en el segundo set, el croata recibe un sanción por tomarse más tiempo del permitido entre puntos (20 segundos en Grand Slam) y cede su servicio con una doble falta. Es 3-2 y saque para Nadal, que ve cómo a su contrario se lo comen los demonios sentado en el banquillo, consumido en ira mientras discute a gritos con la arbitro porque considera injusto que haya elegido ese momento para castigarle.
Lo que sucede entonces es sorprendente: Cilic le arrebata dos veces seguidas el saque a Nadal (para 3-3 y 5-3), gana el segundo parcial y empata el encuentro, provocando una guerra salvaje que se discute a navajazos, como una pelea callejera.
Al igual que ante el argentino Schwartzman en octavos, el español se desploma con su segundo servicio (solo gana el 30% de los puntos) y lo paga carísimo. Que los contrarios estén empatados a un set (1h44m marca el reloj) es culpa del balear, que desde los problemas al saque acaba contaminando el resto de su argumentario, pasando a jugar corto y sin intensidad, dándole toda la iniciativa al croata para que se abra paso a placer por las entrañas del duelo.
Llegados a ese punto, Cilic es otro Cilic, muy distinto al del arranque. Este jugador ha encontrado el saque, la decisión y también la puntería para abrumar a Nadal a estacazos. Así y todo, es el español quien se procura una bola de set al resto (5-4), quien se lleva las manos a la cabeza al no convertirla y quien sigue peleando para gobernar un desempate imposible, de auténtico vértigo porque del 2-0 suyo se pasa al 3-2 y dos saques de Cilic, y de ese 3-2 al 5-5 y servicio de su contrario, que incomprensiblemente se precipita mandando fuera una derecha sencilla.
Son casi tres horas de paliza y el número uno está gritando como una fiera que acaba de liberarse. La imagen rebosa deseo y pasión a raudales. La imagen es la de un tenista que morirá siendo guerrero, y es imposible que alguien lo dude a estas alturas de la historia. Plantado en el centro del cemento, Nadal sacude enérgicamente sus dos brazos para celebrar que ha escapado de Cilic. El mallorquín acaba de ganarle al croata el tie-break que la ha dado la tercera manga, la que ha colocado el 2-1 en el marcador y la que le ha dado una ventaja importantísima que debería ser media clasificación para las semifinales.
Entonces, y pese a que la pierna ya le ha avisado durante ese tercer set, aunque sin llegar a causarle una limitación, un puñetazo directo al corazón de Nadal. Con 3-1 y 15-15 para Cilic en la cuarta manga, el español sale disparado a por una dejada y siente que algo va mal en sus músculos. El croata se pone 4-1 y su contrario pide rápidamente que venga el fisioterapeuta, que coloca una toalla en el suelo para poder examinar al balear por encima y que le da unos antiinflamatorios con la idea de rebajar el dolor.
“Noto que mi pierna no está en el sitio adecuado”, le dice con gesto serio Nadal al fisioterapeuta después de perder el cuarto parcial, cuando solicita de nuevo su presencia en la pista e intenta continuar jugando esperando que ocurra un milagro y todo vuelva a la normalidad.
Es inútil.
Con muchos problemas para moverse, que se van haciendo más evidentes con el paso de los minutos hasta que la cojera es imposible de tolerar, Nadal saca bandera blanca y se marcha. Es 2-0 para Cilic en el quinto set, pero no merece la pena seguir intentándolo. Por octava vez en su carrera, la segunda en el Abierto de Australia (cuartos de final de 2010 contra Andy Murray), el español no puede acabar un partido y se va lamentándose en silencio: el número uno ha visto pasar por delante otra ocasión fabulosa para celebrar el primer grande del año.
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