La celebración estuvo a la altura de la victoria: de rodillas sobre el cemento de la pista, todavía ardiendo tras un pulso impresionante. El lunes por la noche, Hyeon Chung derrotó 7-6, 7-5 y 7-6 a Novak Djokovic en los octavos de final del Abierto de Australia y se clasificó para jugar sus primeros cuartos de un Grand Slam ante el sorprendente Tennys Sandgren (6-2, 4-6, 7-6, 6-7 y 6-3 a Dominic Thiem). A los 21 años, el cruce dejó fuera al seis veces campeón del torneo, sacudió Melbourne de arriba a abajo y lanzó a la primera línea mediática a un jugador desconocido para el gran público.
¿Quién es Chung? ¿De dónde ha salido ese adolescente con gafas blancas, aparato dental y un marcado acné juvenil que tiene piernas para correr tres maratones sin parar a respirar? ¿Cuál es su historia?
Chung no puede considerarse una casualidad, aunque sus inicios estén directamente condicionados por los consejos de los médicos. El 58 del mundo, que si el próximo miércoles vence a Sandgren (1-0 en el cara a cara) y llega a semifinales se garantizará una plaza entre los 30 mejores de la clasificación, agarró una raqueta por recomendación de los doctores, que consideraron el tenis una buena solución para que el coreano mejorase sus problemas de visión. La miopía del coreano (cercana a las 20 dioptrías), dijeron los especialistas, se corregiría un poco al obligar los ojos a centrarse en un objetivo móvil como la pelota, y lo que empezó siendo un remedio a un problema se convirtió pronto en una pasarela hacia su futuro.
El tenis, además, se convirtió en una vía de escape que le permitió esquivar algo que supone un mal trago para muchos.
Siendo todavía un crío, la victoria de Chung en los Juegos Asiáticos de 2014 (se colgó la medalla de oro en dobles formando pareja con Young-Kyu Lim) le permitió rebajar considerablemente su paso por el servicio militar de Corea del Sur, evitando los dos años requeridos por el país para someterse solo a cuatro semanas de entrenamiento básico en un campamento, en las que aprendió los principios fundamentales para ser un soldado, como por ejemplo a disparar un arma.
“Casi no podía ver el blanco”, dijo Chung aquellos días, tras someterse a la experiencia militar. “Aunque fue algo muy bonito poder conocer a personas de otras regiones”, celebró el coreano. “Algunos estaban celosos porque yo iba a estar cuatro semanas y ellos apenas comenzaban”.
En el partido de octavos de Australia, Chung respondió sin inmutarse a los ataques de orgullo de un Djokovic muy descafeinado, pero que tuvo fases esporádicas del caníbal que hasta hace poco tiempo dominó el circuito con mano de hierro. Cuando Nole apretó, y hubo veces en las que apretó de lo lindo (el serbio llegó a recuperarse de 0-4 en la primera manga, se colocó 2-0 en la segunda y 1-0 y saque en la tercera), el coreano aguantó siempre un tiro más, fabricó golpes imposibles, algunos de ciencia ficción, y no sufrió el pánico lógico de verse dominando a uno de los grandes.
Nole, con fuertes dolores en su codo derecho desde el final de la primera manga, la consecuencia de la lesión que le ha tenido apartado durante más de seis meses del circuito (desde el pasado Wimbledon), no consiguió desbordar a Chung casi nunca. El coreano, que en la ronda anterior se había impuesto a Alexander Zverev en cinco mangas, se posicionó muy fácilmente en cada peloteo y eso le ayudó a no pegar incómodo. Cuando lo hizo, en cualquier caso, tuvo la habilidad de producir tiros sorprendentes, auténticos relámpagos que terminaron despejándole el camino de los cuartos de final.
Así, en una noche de verano, empezó a construirse la historia de Chung para el mundo entero. Al margen de Djokovic y su codo, aquí hay tenista para rato.
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