¿Puede el mejor jugador de todos los tiempos seguir abriendo distancia con sus rivales? Sí, puede. ¿Puede el tenista más importante de la historia alimentar su leyenda pese a tener 36 años? Sí, claro. ¿Puede Roger Federer continuar ganar títulos del Grand Slam en 2018, cuando la lógica dice que debería llevar tiempo retirado del circuito? Sí, por supuesto. El domingo por la noche (hora local), el suizo venció 6-3, 6-7, 6-3, 3-6 y 6-1 a Marin Cilic, celebró por sexta vez el trofeo del Abierto de Australia y consiguió que más de uno se echase las manos a la cabeza. Federer comenzó 2017 con 17 grandes y en algo más de 12 meses ha estirado tres veces su récord absoluto de siempre: hoy, el suizo tiene 20 coronas del Grand Slam, a cuatro de Rafael Nadal (segundo en la clasificación de máximos ganadores, con 16), que confirman algo que ya se sabía. Nunca jamás ha existido alguien como Federer. [Narración y estadísticas]
Desde primera hora, y durante todo el día, Melbourne se enfrentó a unas temperaturas altísimas (se llegó a 38 grados, aunque con una humedad que nunca pasó del 30%), imposible poner un pie en la calle sin romper a sudar al segundo, y a la hora de la final las condiciones habían cambiado muy poco (32,5). 10 minutos antes que los contrarios saliesen a jugar, y tras aguantar la decisión hasta el último momento, los altavoces de la pista vomitaron un anuncio que el público recibió aplaudiendo, como la hinchada que canta un gol de su equipo en el tiempo de descuento del encuentro, y que el vestuario miró con escepticismo, recordando que para la ola de calor de la primera semana (jueves y viernes) no se utilizó la misma solución.
“Se ha aplicado la regla del calor extremo y el partido se disputará bajo techo”, explicaron los organizadores por la megafonía del estadio, pese a que la norma dice que además de superar los 40 grados de temperatura es necesario que el índice WBGT (Wet Bulb Globe Temperature, por sus siglas en inglés, conocido como barómetro de bulbo húmedo) rebase la cifra de 32,5. Inmediatamente, los aficionados lo celebraron gritando, muy conscientes del efecto que tendría jugar a cubierto para Federer, como siempre el claro favorito del gentío.
El número dos del mundo, que en sus seis partidos anteriores en el torneo solo se expuso una vez al sol (contra Martin Fucsovics en octavos, donde más sufrió, acabando con la cara roja como una boca de incendios), compitió el resto de sus enfrentamientos en la sesión nocturna, sin calor que le abrasase los pulmones ni le quitase energía a sus piernas, las de un velocista que viene de vuelta porque ya ha corrido más de lo que imaginaba.
El techo, en cualquier caso, no debería haber ido una mala noticia tampoco para Cilic (66,9% de victorias del croata en esas condiciones, con ocho de sus 17 títulos conquistados en esos escenarios), pero la amplitud de la central (casi 15.000 butacas) y el espacio que hay entre el suelo y la cubierta (muy grande) hacen que la sensación de juego no cambie casi nada y esté lejos de lo que experimentan los tenistas en pistas concebidas para torneos indoor. El techo, sin embargo, sí evitó algo que podría haber sido importante: ni Federer ni Cilic tuvieron que pelear contra el calor porque jugaron a la sombra y con el aire acondicionado encendido, protegidos de los destellos del sol, sin oler el durísimo clima del exterior.
Cilic vivió temblando el arranque de la final, echo un manojo de nervios. Sin inventarse ningún truco, Federer tardó menos de un minuto en desmontarle el saque a su contrario, de lejos el arma más peligrosa del croata, y en 12 el suizo ya ganaba 4-0 a un oponente totalmente desdibujado, que llegó al 2-5 sumando los mismos errores no forzados (12) que puntos ganados en el encuentro (12) y que cometió fallos infantiles, como un remate a placer que estampó contra la red, y que le costó el primer break de la final.
Sin desgaste, y con margen para exigirse mucho más tras estar bailando 24 minutos sin una pareja que le acompañase, Federer se vio por delante y Cilic buscó alguna manera de calmarse para poder entrar al partido, para no irse de la final sin al menos intentarlo, para no caer otra vez con el suizo en un pulso grande (el año pasado cedió el título en Wimbledon, con unas ampollas tremendas en el pie izquierdo). El número seis, emocionalmente estabilizado, apretó el duelo en el segundo parcial desde un principio básico en su esquema de juego: mantener el saque sin demasiado esfuerzo y apretar con agresividad al resto.
Esa fórmula le dio a Cilic su primera pelota de break del partido (con 1-0), un punto de set (con 5-4 y el suizo sirviendo para el 5-5) y la posibilidad de discutir espectacularmente un tie-break en el que logró hacer que Federer perdiese la calma (animándose en alemán, el idioma que utiliza cuando las cosas le vienen mal dadas) con un golpe directo a la cabeza del suizo, que fue lo ocurrió cuando el croata ganó el desempate, empató el choque y provocó que naciese una final totalmente nueva.
Con todo igualado, al fin los contrarios jugando de igual a igual, Federer dejó que sus pies le llevasen volando de lado a lado por los peloteos, marcados a fuego por los disparos de un Cilic decidido a sacar de la pista a su rival a cañonazos. Moviéndose como un bailarín, algo que le viene desde la cuna, el suizo gobernó la tercera manga arrebatándole el servicio al croata en un chispazo y se colocó el trofeo a tiro, con un clarísimo 3-1 en el cuarto set que solo necesitaba mantener un poquito más para ganar.
Con el partido perdido, ya fuera de control, la primera vez que Cilic rompió el saque de Federer en toda la final cambió el desarrollo natural de los acontecimientos. El croata, que perdía 1-3 ese cuarto parcial, se puso rápidamente 3-3, le volvió a hacer break al número dos para 5-3 y llevó el pulso al quinto set rugiendo como una bestia desatada, pegándolo todo con acierto, mientras Federer se marchaba al baño con una toalla en cubriéndole la cabeza, pensando seguro en la oportunidad malgastada y en lo que posiblemente le esperaría al regresar al duelo.
“Let’s go Roger, let’s go!”, cantó la gente cuando el suizo salvó dos bolas de break en el primer juego del quinto set, una situación de no retorno de la que Federer escapó ayudado por su raqueta, aunque también por la de Cilic (falló una de esas oportunidades sobre un segundo servicio del suizo, equivocándose en una derecha sencilla). Salir vivo de ahí liberó al suizo, que de genialidad en genialidad abrió brecha (3-0) y le gritó a la noche australiana un triunfo que sabe mejor que nunca.
En Melbourne, tras una carrera legendaria y más cerca de los 40 que de los 30, Federer mejoró a Federer.
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