La historia de Quini es una historia de superación. La vida pone a prueba a todo el mundo y a nadie deja irse de rositas, pero con él fue especialmente exigente a la hora de ponerle obstáculos. Quini fue un luchador nato, un hombre hecho a sí mismo que se convirtió en estrella a base de sacar partido de su innata habilidad con el balón. Y la vida se lo cobró bien caro con un rosario de desgracias, que el nueve fue sorteando como si fueran defensas. Ganó por goleada al correoso enemigo, aunque, eso sí, al final del partido dejó que metiera el gol del honor, el del infarto.
Su ascenso fue meteórico. En, 1968, el entregador gallego Luis Cid ‘Carriega’ –muerto hace dos semanas- le dio la alternativa en el Sporting con solo 19 años. Procedía del modesto Ensidesa de Avilés, en el que venía escalando posiciones desde los juveniles. A mitad de temporada, le ofrecieron 25.000 pesetas (unos dos mil euros) y se incorporó para revertir una mala racha del equipo, que por supuesto cambió. En menos de dos años, el joven goleador pasó de los embarrados campos de la Tercera división asturiana a la selección absoluta. Kubala lo hizo debutar en la Romareda frente a Grecia. Sustituyó a Gárate –el mítico ingeniero del Atlético de Madrid- y marcó el gol de la victoria.
A partir de aquel 28 de octubre Quini se convirtió en una estrella. Su carrera sería una sucesión de éxitos que al jugador nunca se le subieron a la cabeza. En Asturias es frecuente oír una frase que demuestra mejor que ninguna otra el carácter humilde del jugador: “Quini es el único que no se da cuenta de quién es Quini”.
El vuelo del goleador
Quien mejor ha definido su estilo de juego probablemente haya sido el periodista Melchor Fernández, seguidor atento del Sporting y ex director de La Nueva España. “Primero fue un interior clásico, con velocidad, zancada y manejo de balón”, lo que le permitía llegar al área antes que nadie y sobrepasar a cuantos contrarios se le pusieran por delante. Melchor destaca su “salto poderoso”; quien le haya visto jugar mantendrá en la retina cómo Quini permanece en el aire cuando los defensas y el portero que saltaban con él ya estaban en el suelo. Véase la foto de Puche del remate imposible frente al Rayo Vallecano. El periodista subraya su “valentía” en el remate con la cabeza, que llegaba al balón como un proyectil sin miedo al choque.
El “factor Quini” revolucionó el Sporting, llevando al equipo a vivir las mejores temporadas de su historia. Cinco de las siete ocasiones en las que fue Pichichi fueron con el modesto equipo asturiano, con el que llegó a ser subcampeón de Liga y finalista de Copa. La fiel y con frecuencia demasiado exigente afición del Molinón tuvo la osadía de reprochar a Quini haber fallado ocasiones decisivas; sí, también falló ocasiones a puerta vacía, porque era humano, mucho más humano de lo que se espera de una estrella.
Con 31 años –ya un paisano según diría él mismo- el Barcelona de Núñez le ficha por 80 millones de pesetas. Del 81 al 84 viste de azulgrana y se convierte en el ídolo del fútbol nacional en el momento en que oriundos y extranjeros empiezan a dominar el fútbol español, pero ninguno de ellos le haga sombra. Tal vez los más jóvenes no lo sepan, pero su paso por el Nou Camp explica que Gijón sea hoy una ciudad mayoritariamente barcelonista, lo que acabaron de apuntalar Abelardo, Luis Enrique y Villa, sus herederos.
Del ‘hat trick’ al zulo
El 1 de marzo de 1981 fue una fecha crucial en su vida y no por el triplete que le endosó al Hércules de Alicante en el Nou Camp. Volvió a casa tras el partido, puso a grabar el Estudio estadio y salió para ir a buscar al aeropuerto a Nieves, su mujer, y a sus hijos, que habían pasado unos días en Gijón. Cuando abría la puerta de su coche, dos tipos le encañonan, le obligan a meterse en el coche y le encapuchan. Se pierde la pista.
Es importante tener en cuenta que España aún estaba conmocionada por el golpe de Estado, abortado solo seis días antes. Pasaron los días sin noticias y creía el nerviosismo. ¿ETA? ¿El Grapo? Los secuestradores por fin dan señales de vida. Piden 100 millones de pesetas (600.000 euros). Núñez consigue el dinero y la policía idea un plan. Hacen creer a los secuestradores que han depositado el rescate en un banco en Suiza. Cuando uno de ellos acude a comprobarlo, le detienen. Ya es solo cuestión de tirar del hilo.
La policía le libera 24 días después de ser secuestrado y detiene a los captores. Le habían tenido encerrado en un zulo de nueve metros cuadrados, construido en un sótano de Zaragoza, en el que solo disponía con una colchoneta de plástico y un cubo. La repercusión es enorme, sólo es imaginable si pensamos en que hoy fueran secuestrados Cristiano o Messi.
El perdón a los secuestradores
Se habló incluso de síndrome de Estocolmo, aunque probablemente no fue más que un gesto de generosidad. Quini se empeñó en ser benigno con sus secuestradores. Ni siquiera permitió que se les pidiera una indemnización; fueron condenados a apenas diez años de prisión y cuatro años después ya estaban en libertad condicional.
El secuestro precipitó la salida del Barça del octavo goleador de la historia de España. Volvió a Asturias. El Oviedo le ofreció un contrato, pero, como era de esperar, fue el Sporting el equipo en el que jugaría sus últimas tres temporadas. Tras retirarse como jugador, demostró que los negocios no eran lo suyo; se arruinó hasta tal punto que la inmobiliaria a la que había comprado la casa donde vivía le perdonó la deuda a cambio de que hiciera publicidad.
Unió su destino al Sporting y se convirtió en delegado del equipo. En las expediciones por toda España él era la estrella del equipo y quien firmaba la mayor parte de los autógrafos, con una firma muy característica en la que destacaba una enorme Q. La labor de delegado se convertía casi en la de padres de los yogurines del equipo, del que no se apartó ni en los momentos de mayor crisis.
Encargado de las maletas
En el aeropuerto de Asturias, ya en los 90, fui testigo –no tiene mérito porque se repetía cada dos semanas- de una escena que me resultó insólita y que no se me ha borrado nunca. Los chavales del equipo deambulaban cansinos, vestidos con sus uniformes impolutos, mientras Quini, de traje y corbata, se esforzaba por sacar de la cinta transportadora, maleta a maleta, el equipaje de todo el equipo. Resultaba increíble: la mayor estrella del fútbol español había quedado para llevar las maletas.
No creo que nadie le obligara. A él nunca se le cayeron los anillos por hacer la labor más ingrata. Probablemente por escenas como esta, se repite hoy una y otra vez eso de “fue un grandísimo futbolista, pero aún una mejor persona”.
La racha era mala, pero podía empeorar. Una tarde de domingo en el verano de 1993, llegó la noticia de que Jesús Castro, hermano de Quini y portentoso portero del Sporting- había muerto ahogado en una playa de Cantabria. La noticia aún añadía más dramatismo, Castro –así se le conocía- había perdido la vida después de haber salvado a unos niños ingleses cuando estaban siendo devorados por las olas.
Todo parecía normalizarse en la vida de Quini, pero irrumpió un muy agresivo cáncer de garganta. La enfermedad podía seguirse domingo a domingo –no perdonaba un partido-, adelgazaba de día en día, perdía el pelo, se deterioraba. El rastro de dos operaciones, de la radio y la quimio, se reflejaba en su rostro, donde su eterna sonrisa trataba de abrirse camino. Al cabo de año y medio ya parecía recuperado, pero el cáncer volvió a repetir el ataque.
“Ahora, Quini, ahora”
“Ahora Quini, ahora”, se volvió a convertir en grito de guerra en El Molinón. La consigna que cantaba la grada cuando el Sporting necesitaba un gol. “Ahora, Quini, ahora”, una semana y otra, hasta que Quini marcó el gol y superó por segunda vez el cáncer.
Volvía a ser el “Brujo”, apodo que le pusieron sus propios compañeros porque siempre inventaba algo en el área cuando el gol parecía imposible. Todavía le quedaba mucho por ver. Aún tuvo que ser testigo de cómo su Sporting era declarado en bancarrota, y él, empleado del club, en el paro. Y de nuevo resurgió. El equipo remontó, volvió a Primera y Quini recorrió todos los grandes campos de España recibiendo el aplauso de todos los públicos, tímido e inquieto ante las muestras de afecto en los palcos –nunca le gustó el protocolo- , firmando a sus sesenta y tantos años más autógrafos que los jugadores veinteañeros.
No hay ningún jugador en España que sea tan querido tantos años después de haber colgado las botas. El secreto lo reveló él mismo Quini: “Nunca cometí la torpeza de considerarme un número uno”. Pero la montaña rusa volvió a inclinarse hacia abajo. Tras un partido bronco, de tú a tú, muy igualado, la vida le marcó un único gol, el del infarto, el del honor.
Enrique Castro ‘Quini’ había nacido en Oviedo el 23 de septiembre de 1949. Falleció ayer en Gijón a los 68 años.