A menos de dos kilómetros para finalizar el maratón de los Juegos de la Commonwealth, a 30 grados y con un sol de justicia, Callum Hawkins colpasó. No es algo extrañó en una prueba de larga distancia, menos aún con la humedad que están sufriendo estos días los atletas anglosajones en la Gold Coast australiana, en Queensland. Lo malo tampoco fue que el atleta escocés no pudiera recuperarse y tuviera que ser trasladado a un hospital ni que cuando atesoraba dos minutos de ventaja sobre sus perseguidores estos le pasaran sin contemplaciones mientras él estaba en el suelo. Lo malo fue la desvergüenza del público.
Callum Hawkin no es especialmente conocido a nivel internacional, pero en Gran Bretaña sólo el gran Mo Farah le aventaja en la media maratón. Además, en el mundial de maratón de 2017 terminó 4º y logró el bronce en el mundial de cross de 2016 en Chia, Italia. Argumentos suficientes para aspirar a todo en los Juegos de la Commonwealth y ser uno de los grandes candidatos al oro. Así lo estaba demostrando hasta el kilómetro 40.
Pegado al lateral del recorrido para hacer los menos metros posibles. Hawkins no daba ni una muestra de cansancio o agotamiento más allá de lo normal en un maratón. Parecía tenerlo todo controlado. De hecho, cuando cae al suelo por primera vez da la sensación de que la caída se produce porque pisa en un reborde de la calzada que no es plano. Es más, el escocés se levanta relativamente rápido a pesar de que le cuesta varios intentos ponerse en pie y prosigue la marcha algo tambaleante en una muestra más del pundonor que tienen los corredores de larga distancia.
Después de esa primera caída, con casi dos horas y cinco minutos de carrera a sus espaldas, el problema real llega apenas 200 metros más adelante. Después de chocarse varias veces con las vallas que impiden que el público entre en el recorrido, el escocés parece recomponerse y aunque no consigue correr en línea recta y sus zancadas son haciendo eses da la sensación de que su cabeza puede ganarle la batalla a los músculos.
Dos minutos después de la primera caída, justo nada más superar la pancarta de los 40 kilómetros, el cuerpo de Hawkins colapsó. Pese a que el escocés trata de agarrarse a la valla para mantenerse en pie y seguir adelante sus músculos ya sabían que no se moverían una vez más. Ahí es donde cae al suelo y se produce un vergonzoso espectáculo. Nadie entre la decena larga de espectadores que estaban a centímetros del líder de la carrera mueve un músculo para asistir al corredor. Nadie.
También podría criticarse que el líder de un maratón de una competición internacional no lleve una sola asistencia cerca. Ni jueces, ni médidos, ni aguadores. Nadie le ayuda. Apenas una señora estira su mano para darle ánimos, quizás le pregunta cómo se encuentra, pero nada más. Y mientras se suman más espectadores que llegan corriendo. Pero tampoco le ayudan. ¡Sólo le hacen fotos!
Las asistencias de carrera tardaron casi dos minutos en llegar hasta Hawkins, que vio cómo sus rivales le adelantaban mientras él padecía en el asfalto. El australiano Michael Scheley fue el primero en superarle para colgarse la medalla de oro. Y mientras el público seguía haciendo fotos. El atleta escocés fue rápidamente trasladado a un hospital de la zona de Queensland, donde fue atendido e hidratado descartando algún riesgo para su vida. Callum Hawkins lo dio todo por él mismo, por su país y por el espectáculo; el público que fue a verle correr no hizo absolutamente nada, ni siquiera por él. Lamentable.