París

En la historia ya no hay sitio para Rafael Nadal, hay que buscar otro lugar. El domingo, el español consiguió su duodécima Copa de los Mosqueteros al imponerse a Dominic Thiem (6-3, 5-7, 6-1 y 6-1) y abrió de par en paro un lugar en la eternidad. Está claro, pero hoy todavía más: no hay nadie en el mundo como Nadal. [Narracción y estadísticas: Nadal - Thiem]

Thiem es duro, muy duro, durísimo. El austríaco es el único jugador del mundo con un peso de bola similar al de Nadal, el único que puede alcanzarlo en revoluciones por minuto cuando la pelota sale disparada de las cuerdas de la raqueta, el único de sus rivales con un juego tan marcado sobre tierra batida, una superficie para cabezas duras y cuerpos incansables, sin dudarlo la más exigente del circuito, y el único que le ha ganado al número uno en los últimos años sobre arcilla (Roma 2017, Madrid 2018 y Barcelona 2019), proclamándose como la amenaza más peligrosa para el mallorquín en tierra.

Por eso, el domingo Nadal disputaba cuatro partidos en uno: la final de Roland Garros, y las cuatro derrotas ante su oponente en arcilla, todo un aviso. Thiem, que llega al encuentro más cansado (13h36m por las 15h24m del balear), juega con la ventaja de tener a su favor ese pasado, sobre todo porque su triunfo de hace unas semanas en Barcelona es energía valiosísima, un motivo para creer, el impulso que necesita en el asalto al reino de Nadal en la Philippe Chatrier, la pista que ha visto al mallorquín levantar su leyenda.

El plan de Thiem da resultado en el primer set

El plan de Thiem quedó pronto al descubierto. El aspirante sale a morder, quiere embestir a Nadal con tiros descomunales, potentes y vertiginosos. Su idea es simple, no hay trucos escondidos en la propuesta del número ocho. Para ganar al español en Roland Garros, para superar uno de los mayores desafíos en la historia del deporte moderno, Thiem necesita mantener a su rival alejado de la línea de fondo, sacarlo de sus posiciones naturales, que son muchas porque Nadal cubre casi todos los rincones con garantías de producir un buen golpe, y no bajar ni un segundo el ritmo infernal que impone de salida, de estacazo en estacazo.

Ante ese ímpetu, Nadal controla los tiempos de la final con la experiencia del que lleva toda la vida compitiendo partidos importantes. Los nervios del español son una broma comparados con la manada de mariposas que el austríaco tiene desfilando por las tripas, y no es para menos porque la segunda final de Grand Slam es un día intenso, de pulsaciones altas, emociones inolvidables y sentimientos encontrados (la satisfacción de estar peleando por el título contra el miedo a dejar escapar la ocasión). A los 25 años, Thiem se enfrenta a todo eso, y va gestionando la situación como puede.

Rafael Nadal celebra un punto en la final de Roland Garros 2019 ante Thiem REUTERS

El número dos no padece esa presión, y se nota en sus movimientos (sueltos), en sus golpes (fluidos) y en su decisión de ir a por el partido desde el inicio con una idea muy clara de juego. Nadal carga pelotazos contundentes, altos y largos, contra el revés a una mano de Thiem, lo que debe ser la tumba de su contrario en la final. Nadal abre la pista hacia la derecha de su oponente para rematar el punto al otro lado de la pista con su propio drive. Nadal utiliza la dejada, un recurso cultivado durante todo el torneo que en la final le ayuda a sorprender al austríaco. Nadal hace muchas cosas bien, pero Thiem tiene armas para contrarrestar todo lo que le propone el favorito al título.

Pelea de voluntades

Los primeros 50 minutos de la final son brutales, de un tenis bestial. A la rotura de Thiem en el comienzo le sigue la reacción de Nadal y entonces el encuentro se vuelve una pelea de voluntades encarnizadas, de poder a poder, de tú a tú. Hasta que pasa la primera media hora, es un buen Nadal contra un extraordinario Thiem. Ahí, y quizás sin saberlo, Nadal gana la final porque a Thiem se le apagan las luces, hace un fundido a negro, pese a todo lo que pasa luego.

Los oponentes han consumido una hora y parece que son tres, porque ambos boquean tras los puntos más largos del encuentro, llevando al límite a los pulmones y las piernas, probando cómo de grande es la tolerancia de ambos al esfuerzo. 

Rafael Nadal se tira al suelo tras el partido ante Dominic Thiem REUTERS

Perder la primera manga provoca que el austriaco se suelte un poco, que decida disfrutar de la final. Aunque mezcla aciertos buenísimos con errores de bulto (un saque directo y a continuación una doble falta, por ejemplo), Thiem lucha con bravura los peloteos del cruce,  lo que le permite ganar el segundo parcial.

Luego, sin embargo, desaparece: desde que gana el segundo set, Thiem desaparece. De error en error, el austriaco entrega la copa ante un jugador despiadado que no le perdona ni una. 

La leyenda de Nadal, infinita, sigue hacia un lugar desconocido.

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