Las legañas abundaron por doquier en el Real Madrid, por mucho playoff en el que se debutase. Y apenas hubo baloncesto que lograse quitárselas a sus jugadores, empequeñecidos ante un UCAM Murcia convertido en gigante. Pero la magia y el carácter acabaron pudiendo más que la pereza. La primera la inyectó en vena, como siempre, Sergio Rodríguez. De meter en vereda lo segundo se encargó su tocayo Llull, imbuido de ese trance digno de los mejores jugones que le invade esos días del mes. Apropiándose, como tantas otras veces, de los puntos más importantes de un partido que acabó del lado del Madrid. Eso sí, a trompicones y pidiendo la hora (107-103).
Y es que Murcia fue realmente hermosa en lo baloncestístico este viernes. Los pimentoneros, con la enésima reivindicación de Facundo Campazzo por bandera, hicieron gala de un juego coral que a punto estuvo de dar un susto de los gordos a los locales. Con el capitán (y también exmadridista) Antelo como mejor ejecutor a partir de su extraña mecánica de tiro, los triples hicieron volar a los hombres de Katsikaris. Provocando, de paso, unos cortocircuitos que al Madrid le eran ajenos desde hacía semanas.
La defensa brilló por su ausencia en los primeros minutos, al igual que el juego interior, con Vitor Faverani campando a sus anchas en el aro del Madrid. El Chachosistema era la única variable ofensiva productiva para los blancos, que se permitieron el lujo de perder el cuarto inicial. Cosa tan extraña este curso que, cuando Laso y los suyos empezaron a verle las orejas al lobo en el segundo periodo, se avistaron cambios.
Carroll empezó a meter todos los puntos que no había convertido hasta entonces (sus 15 primeros sin fallo, acabó con 20). Ayón se enganchó al partido para hacer gala de su imponente presencia interior tanto en ataque como en defensa. Ayudado, para variar, por las asistencias de lujo del Chacho. Resumiendo, el Madrid empezó a darse cuenta de que debutaba en el playoff de la Liga Endesa y su intensidad progresó adecuadamente. El cambio de chip se tradujo, sobre todo, en defensa. Se notó especialmente en el rebote, igualado durante los minutos de dominio murciano para luego favorecer de forma clara a los locales.
Y aun con la mejoría blanca, el Murcia siguió plantando cara. Dejó el marcador en empate al descanso, resistió la cada vez mayor pujanza del vigente campeón liguero en la segunda parte y hasta apeló a la heroica a escasos segundos del final. Pero la voracidad de Sergio Llull rescató al Madrid de una pereza que volvió a tentarle en los momentos decisivos. Sus 26 puntos fueron una losa demasiado pesada para el conjunto pimentonero. Se puso el mono de trabajo de Jordan tirando del 23 de su dorsal, espoleó a la afición blanca y, de paso, a sus compañeros.
El resultado, ya lo saben: las tornas volvieron a su sitio y aquí no pasó nada (o sí). Simplemente, lo esperado: que el Madrid hizo gala de su favoritismo y obliga al Murcia a vencer en su campo el domingo para mantener viva la eliminatoria. Además, los blancos mantienen impoluta su racha de victorias consecutivas ligueras. Ya son 11, como los triunfos que enlazan los de Laso en los cuartos de final de la competición (invicto en ellos desde el curso 2010-2011).
Quizá estas apariciones consecutivas de la undécima cifra sean una suerte de guiño al hermano mayor futbolístico de cara al sábado. O quizá, simplemente, caprichos de la estadística. Aunque ésta poco importa tras un toque de atención como el de este viernes. Porque, como también se especulaba, Murcia podía morder. Y mucho.