Un jugador como Nocioni da para mucho más que estas líneas, pero bastaría con decir que la mayoría del baloncesto escogería su carácter para diseñar el jugador ideal. Nadie como él define la entrega, la ambición y la determinación que nunca ceja. Tanto, que ha sido el más aguerrido de la selección más guerrera de los últimos años, quizá de la historia: Argentina. Viéndolo en acción, siempre pensé que hubiera sido un 'Puma' extraordinario de su equipo nacional de rugby.
Desde que comenzó a desplegar su condición combativa por las canchas españolas, su decisión y su potencia llamaron la atención. No solo aquí. En una transmisión del Mundial de Indianápolis de 2002 -aquél que Argentina perdió por los despistes arbitrales a favor de Yugoslavia- el comentarista de la televisión estadounidense que narraba el partido de la albiceleste contra USA exclamó: “Nocioni!! Who is Nocioni??!!!”. El Chapu acababa de machacar literalmente la canasta norteamericana ante el asombro de los que no lo conocían y que no tardarían mucho en hacerlo. Nocioni dejó en la NBA el mismo rastro que allá por donde pisa de jugador que no conoce el miedo.
En efecto, el Chapu no temía a nadie, ni siquiera al terrible Ivanovic de los primeros tiempos del Tau de Vitoria. Cuentan del cuadriculado Sargento de Hierro que exigía del novato que se aplicara en defensa y que jugase cerca del aro en ataque. Dispuesto a demostrarle que podía ayudar al equipo anotando, Nocioni lanzaba de lejos cada vez que tenía ocasión. Y cada vez se iba al banquillo. Tantas veces acabó allí después de encestar que, al final, Dusko terminó por convencerse de que tenía otro tirador en el equipo.
Argentina y España fueron rivales encarnizados en la pista desde comienzos de este siglo hasta ayer mismo. El azar quiso que las dos más grandes generaciones coincidieran. Dos equipos gloriosos que se cruzaron muchas veces, casi siempre de cara para el nuestro. Argentina tuvo grandes jugadores y un genio, Ginóbili, al que fuimos capaz de contrarrestar. Pero ellos no tuvieron un gigante capaz de compensar a Pau Gasol, la pieza frente a la que se desmoronaron tantas veces.
A pesar de que la albiceleste logró lo que nunca nuestra roja -fue campeona olímpica en Atenas al doblegar por el camino a nuestros verdugos americanos de la NBA-, tanta derrota en los choques directos escocía su soberbia competitiva, que se derramó en partidos broncos, de lucha frontal, que, en ocasiones, devinieron en refriegas. Quizá por eso, cuando un periodista español preguntó a Nocioni en el Mundial de 2014 acerca de la suerte española en el torneo, contestó: “A mí me importa Argentina. Si no gana Argentina, me da exactamente igual quién lo haga”.
Sin embargo, Nocioni quiso despedirse hace unos días de la afición española. Y también de sus actuales compañeros de equipo que, a pesar de todos los roces proverbiales, lo recibieron con los brazos abiertos. Desde sus comienzos hasta que fichó, muchas veces se cruzaron, unas veces en la selección, otras en el Madrid. Y saltaron muchas chispas. Tantas como alegrías y abrazos comparte ahora con Felipe Reyes, Llull y Rudy, porque así es el Chapu. Un tipo duro en la cancha y un pedazo de pan fuera de ella. Tan imposible como no odiarle de rival es no quererle como compañero.
El Chapu se va y Argentina se apaga. Tampoco a los nuestros les queda ya demasiado. Cuando la nostalgia invada la memoria de unos duelos que ya no volverán, siempre nos quedará su recuerdo. Una rivalidad que definió una época, unos héroes que permanecerán para siempre.