No hubo tercer cuarto de resurrección. No hubo asalto al marcador en ningún momento. Por no haber, no hubo, apenas, sensación de poder hincarle el diente al partido. España tenía hambre de una nueva final europea, pero se quedó sin cenar. No se llevó ni las sobras: Eslovenia quiso comerse el mundo desde el minuto uno. Y lo hizo, vaya si lo hizo. Su savia nueva dejó sin respuestas a la vieja guardia que dominó Europa, y los Eurobasket, no hace mucho [Narración y estadísticas: 72-92].
Habrá que pelear por el bronce el domingo, qué remedio (Rusia y Serbia disputan la segunda semifinal continental este viernes). La selección lo tuvo todo cuesta arriba desde el inicio del encuentro. La esperanza de poder parar el asedio exterior esloveno murió cuando lo hizo la primera parte. El ataque no funcionó entonces. Pero, a diferencia de lo ocurrido contra Turquía y Alemania, la ofensiva tampoco atisbó brillantez en la segunda mitad. Los Gasol, Ricky Rubio y Sergio Rodríguez fueron los únicos que intentaron cambiarle la cara a una semifinal con color adverso desde el salto inicial.
Mientras España trataba de encontrar referentes sin éxito, de soñar con la remontada (las diferencias llegaron a ser asequibles en los dos primeros cuartos: cinco, cuatro, dos…), a Eslovenia le sobraban alas para volar. Doncic, como de costumbre, tenía el modo todoterreno activado: a la chita callando, como Pau en sus mejores días, hacía de todo. Y todo bien. Que se prepare el mundo, porque el niño viene rebelde.
Pero no estaba solo: Dragic las metía de todos los colores, Randolph se había levantado con buen pie, Vidmar reinaba en la zona, Prepelic no perdonaba un triple… Hasta Blazic y Dimec, menos protagonistas habitualmente, tuvieron sus minutos de gloria. El castigo balcánico tuvo nombre y apellidos: bloqueo y continuación. España no supo ni pudo defenderlo cada vez que los hombres de Igor Kokoskov lo ponían en marcha. Definitivamente, el relevo generacional en el baloncesto de selecciones europeo acababa de aterrizar en Estambul.
Qué engañoso fue ese 2-0 inicial, bajo la autoría de Marc Gasol. Por delante, quedaba mucho sufrimiento. Y no sólo reflejado en ese 10/15 en triples de los eslovenos al descanso, un inapelable 14/25 (56% de acierto, que se dice pronto) cuando llegó el bocinazo final. Al otro lado, un pobre 7/27. Se hurgó más en la herida, mucho más: 23 asistencias (más de las que promediaba Eslovenia en todo el torneo, al igual que los puntos finales), siete robos, 13 pérdidas españolas provocadas…
Parece mentira que el duelo quedase equilibrado en el tiro de dos (50% de acierto para ambas selecciones) y el rebote (35 capturas por equipo). Los eslovenos se encontraron de bruces con su mejor partido del torneo y, claro, se abrazaron a él con ansias y merecimiento. En la canasta contraria, una España que, más apagada que nunca en los últimos días, creyó mientras pudo. Incluso cuando empezaba a tocar recogerse, ya en la recta final del partido.
Fue difícil mantener viva la llama, la furia. A pesar de irse sólo cuatro puntos por debajo tras los dos primeros cuartos, Eslovenia nunca dejó de pisar el acelerador. Ni siquiera al regreso de los vestuarios o ya bien entrada la segunda mitad, cuando la defensa española intentó provocar algún conato de reacción. Los triples seguían entrando, el poderío interior continuaba abrumando al rival y, sobre todo, las caras de los eslovenos no habían perdido ni un ápice de ilusión y triunfalismo.
Por el contrario, los rostros españoles eran todo un poema, lejanos ya los golpes en el pecho de Pau en 2015 contra Francia. Y mira que Gasol intentó imitar esa cara tan aterradora cuando España todavía se las prometía felices. Mientras unos celebraban lo que puede ser el inicio de algo grande, otros rumiaban lo que quizá suponga su canto del cisne. O no. Porque si algo nos ha demostrado la selección española de baloncesto a lo largo de los últimos años es que nunca, jamás, se puede dudar de ella. Ni, por descontado, darla por muerta. Volverán. Seguro. Puede que no como antes, pero volverán.