Antes del Mundial júnior y del Eurobasket de 1999, la selección española masculina de baloncesto presentaba un palmarés de tan sólo cinco medallas en grandes torneos. A partir de ambos puntos de inflexión para nuestra canasta, un registro abrumador: 13 metales en los últimos 18 campeonatos. Cuatro otros, cinco platas y cuatro bronces para enorgullecer a todo un deporte y a todo un país. Increíble, pero también irrepetible.
La mayoría de aquellos niños de 18 años que cambiaron la historia para siempre ya dejaron el equipo nacional: Raúl López, José Manuel Calderón, Carlos Cabezas, Berni Rodríguez (Antonio Bueno y Germán Gabriel tuvieron mucho menos recorrido en la absoluta)… Calderón se marchó el año pasado, tras los Juegos Olímpicos de Río 2016, y aquello ya dolió lo suyo. Sin embargo, la despedida de Juan Carlos Navarro en este Eurobasket, con un bronce a su salud, evidencia que el final de los júnior de oro, ya sin su gran alma mater, se acerca. Y, con él, el de una epopeya como ninguna.
Quién mejor que el ya legendario capitán, en su despedida, para glosar lo que le espera a un equipo que, instalado en el éxito continuo, debe empezar a convivir con dos realidades: el canto del cisne de los grandes iconos por un lado y el futuro que les espera a sus herederos, optimista en primera instancia pero probablemente menos glorioso después, por otro.
“Otra medalla”
A Navarro y a Pau Gasol les salen hasta por las orejas las preseas conquistadas como internacionales absolutos: 10 uno y 11 otro (10 juntos). Felipe Reyes, ausente en este Europeo, también se ha subido al podio 10 veces con España. Él y el mayor de los Gasol son ya los únicos supervivientes de esa generación del 80 que tan difícilmente será igualada o superada.
¿Por cuánto tiempo seguirán buscando esa “otra medalla”, la última para Navarro? Como mucho, hasta Tokio 2020. Aunque, por desgracia, quedan dos años para la Copa del Mundo de China. Demasiado tiempo para saber a ciencia cierta cómo estarán ambos puntales interiores de este equipo para entonces.
El corazón, y casi que también la mente, nos dice que a Reyes le queda un torneo más con España: el de la despedida, o bien en China (más probable) o bien en Japón. Quizá ocurra lo mismo con Pau, presente en unos hipotéticos quintos Juegos Olímpicos para cerrar su propio ciclo. Con renuncia previa al Mundial. O no. Así de sorprendente, para bien, es el compromiso del mejor jugador español de baloncesto de todos los tiempos.
Estén cuando estén, se vayan cuando se vayan y a pesar de sus 37 años tan bien llevados, la edad pasa factura de una manera o de otra. Sobre todo, en defensa. Hay pocos jugadores que sigan deslumbrando a propios y extraños con 39 o 40 años. Pero los hay. Desde luego, la esperanza de un adiós digno será lo último que se pierda en los casos de los dos últimos reductos de los júnior de oro. Hasta ahora, se lo han ganado por su rendimiento.
“Es ley de vida”
Navarro hablaba del cierre de su etapa. Pero también hay que asumir que un equipo de ciclo tan arrollador como el de esta España deje de dominar o de estar con los mejores en algún momento. Permanecerán grandes jugadores de generaciones intermedias y bastante posteriores a la del 80, pero perder a los dos mejores de nuestra historia no será un mal menor. Vendrán equipos contrarios más pujantes (la Eslovenia de Doncic, la Letonia de Porzingis, una Serbia que no para de crecer desde 2009, etc) y otros propios con menos duende.
También llegará un momento en el que bronces como los dos últimos sabrán a oro. Parece improbable que la travesía por el desierto sea parecida a la de nuestra canasta en blanco y negro, con Emiliano, Buscató, Luyk y compañía. Quizá se asemeje más, en su etapa menos dramática, a la de los Epi, Andrés Jiménez, Jofresa, Herreros y demás. Y puede que resulte bastante más llevadera: el baloncesto español tiene la suficiente entidad como para saber reconstruirse con dignidad y ciertos mimbres.
Aún quedan unos años para seguir disfrutando de otros hombres con presencia no precisamente secundaria en los éxitos de todos estos años. De los Sergio Rodríguez, Marc Gasol, Rudy Fernández, Ricky Rubio, Rudy Fernández, Fernando San Emeterio y Pau Ribas, entre otros, depende la transición. Se jubilarán los más veteranos, pero las espaldas de nuestro baloncesto seguirán estando bien guardadas.
Todos estos jugadores han mamado la gloria en uno u otro momento en estos años: el Mundial de Japón, los Juegos Olímpicos, los oros en el Eurobasket… Han aprendido de los mejores y ellos mismos se han hecho un hueco entre ellos, asaltando la NBA o equipos punteros de Europa. No se equivoquen: el nivel medio de las selecciones que se conformen, por ahora, no va a bajar del notable.
“Hay selección para rato”
“Estoy tranquilo porque la gente viene con mucha fuerza”, dijo también Navarro. Quizá su fulgor se apagó un tanto en los cruces, pero las nuevas generaciones de nuestra canasta no quieren conformarse con ser meras comparsas. Los Hernangómez, Álex Abrines, Nikola Mirotic, Joan Sastre, Pierre Oriola, Guillem Vives, Alberto Díaz y compañía son garantía de talento.
Las ventanas de la FIBA, carentes de estrellas en su totalidad, tendrán como ventaja, quizá la única, ir fogueando a otros futuros estandartes del baloncesto español. Antes o después, algunos de quienes busquen la clasificación para la próxima Copa del Mundo pueden tener plaza en el equipo nacional con motivo de algún gran torneo: Sebas Saiz, Jaime Fernández, Santi Yusta…
Hay todavía más nombres que quedan en el tintero, como pueden ser los de Ilimane Diop, Dani Díez, Alberto Abalde, Víctor Arteaga o Rubén Guerrero, entre otros. En cuanto a las categorías inferiores, no parece que las medallas vayan a dejar de llegar: todo lo contrario. Ni tampoco que la absoluta vaya a dejar de nutrirse de los diamantes en bruto que produzca la cantera. No habrá otro Gasol u otro Navarro, pero eso no debe ser impedimento para seguir trabajando (y bien) como hasta ahora.
“Hay gente por detrás que sólo da palos”
La palabra 'fracaso' empieza a usarse muy a la ligera con la selección de baloncesto. Hay quienes consideran que este bronce lo ha sido. De ninguna manera, como tampoco lo serán las medallas de color distinto al oro que puedan llegar en un futuro. El problema es que se habla de vacas flacas con insistencia desde 2010, como si se desease con fervor que lleguen… y todavía no las ha habido. Lo cual hace aún más épica esta historia.
Mientras la decadencia no se produzca en efecto, habría que disfrutar más de cada momento dulce previo, sea lo llevadero o amargo que sea lo que esté por venir. Sólo hay que recordar, una vez más, dónde estaba la canasta española antes de 1999: cinco medallas. Ahora, son 18.
No es fácil gestionar un legado de tales dimensiones, pero se puede. Sin tanta perfección, pero con la posibilidad de seguir cuajando actuaciones decentes en los campeonatos venideros al alcance de la mano. El futuro a corto-medio plazo no debe desilusionar a nadie. Y, más allá, todo se andará. Es lo que tiene hacer fácil lo difícil durante tantos años: el peligro de malacostumbrarse.
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