Una canasta de Luca Vildoza y un triple errado por Cory Higgins pusieron punto y final a la magnífica fase final excepcional de Valencia. Un torneo para decidir al nuevo campeón de la Liga Endesa que se orquestó en la situación más difícil posible y que ha resultado ser un éxito absoluto.
El equipo vitoriano se consolidó como el conjunto más fuerte, sobre todo físicamente, y supo aguantar hasta el último segundo de una extenuante competición que llevó a muchos jugadores al límite. Seguramente, los mayores ejemplos hayan sido Shengelia y Henry, aguantando más por oficio y corazón que por piernas.
Es una lástima que los aficionados no hayan podido disfrutar in situ de esta fiesta del baloncesto que la ACB ha creado y organizado con tanto acierto. Sería replanteable si el formato habitual necesita algún repaso, porque cuando la necesidad ha apretado, ha surgido la luz de un torneo vistoso, igualado, exigente y que ha dejado, sobre todo, muchas sorpresas. Porque si esta fase final del coronavirus que será recordada ya por todos ha destacado especialmente en algo, ha sido por todas las sorpresas que ha ido dejando a lo largo de estas dos semanas y que nadie podía haber previsto meses atrás.
Un formato de éxito
Un virus muy peligroso, un estado de alarma, un confinamiento que ha durado meses, una liga que quedó para y la necesidad de resolverlo todo de una forma rápida y eficaz. Con estos ingredientes, la ACB junto con todos los organismos que han contribuido en crear la fase final de la 'burbuja' de Valencia han acertado de lleno con casi la totalidad de sus decisiones.
La nueva fase final, que de momento solo se ha celebrado de forma excepcional, ha sido un éxito rotundo en cuanto a emoción, tensión, calidad del juego y derroche de esfuerzo de unos jugadores que han terminado rendidos ante la lucha que han supuesto estas dos semanas de baloncesto ‘non stop’.
El baloncesto en nuestro país quedó varado, con una liga regular por definir y con unos playoffs en el aire que nadie quería recoger. Sin embargo, el final de un camino lleno de problemas ha sido apoteósico.
Doce equipos implicados, dos grupos de la muerte, todos los conjuntos jugando entre sí y unas semifinales y una final que depararon emociones sin límites hasta dar con un digno campeón, el Kirolbet Baskonia de Dusko Ivanovic. Y todo, en la 'burbuja' sanitaria de Valencia.
La llegada de Ivanovic
Dusko Ivanovic regresó a su casa el día 24 de diciembre. Tras la destitución de Perasovic, volvía a Baskonia uno de los mejores entrenadores de su historia. Tildado de tipo duro y defensivo, la idea de imponer disciplina a un equipo a la deriva no parecía sencilla, especialmente tras los problemas con el técnico saliente.
Lo cierto es que a Velimir no le habían ido las cosas nada bien y no dejaba a Kirolbet en una buena situación. Los roces con parte del vestuario, las múltiples lesiones y el mal bagaje deportivo hicieron de la salida del croata la mejor de las medicinas para intentar poner cura a los vitorianos.
De esta forma llegó Dusko, recogiendo a un equipo que se situaba con 7 victorias y 7 derrotas en Liga Endesa, lejos de los puestos cabeceros, y que se encontraba décimos con balance negativo en Euroliga. Sin duda, una situación desastrosa para un conjunto de la grandeza de Baskonia, llamado a pelear por todo con Madrid y Barça.
La mano dura de Ivanovic se hizo notar desde el primer día de su llegada, ya que tras firmar por su nuevo club el día de nochebuena, convocó a la mañana siguiente a todo el equipo para la primera sesión. El día de Navidad a entrenar, había vuelto Dusko.
Sin embargo, los que le conocen afirman que este Ivanovic ya no es como el de antes, que no solo se ha dejado crecer la coleta, si no también la mano izquierda. Que ya no es tan exigente en lo físico, pero sí en lo mental, y eso es lo que intentó hacer desde su llegada, motivar a un vestuario hundido, intentar herir y hurgar en su orgullo para que resurgiera de sus cenizas y volase alto.
Quizás fue una táctica un tanto suicidad, un cara o cruz, un todo o nada, un matar o morir que al final se ha terminado llevando todos por delante, incluido al Barça de los fichajes multimillonarios.
Una temporada difícil
La temporada de Baskonia ha sido un auténtico calvario. Las continuas lesiones de jugadores importantes han provocado que en ningún momento de la temporada hayan podido competir de tú a tú contra todos los grandes rivales de Europa.
Los resultados no han acompañado e incluso tras la llegada de Ivanovic, la marcha del equipo no era buena, abocados a una temporada más de transición que de expectativas reales de éxito. Además, la afición comenzó a cansarse de una situación que no tenía ningún indicio de mejora, ya que la caída libre era alarmante.
El tren de la Euroliga se escapaba, incapaces de adentrarse en la zona de playoffs y siempre con un balance negativo. Salir por Europa con una plantilla tan corta y diezmada provocaba acumular decepción tras decepción. Hasta el parón por la pandemia, los vitorianos se situaban decimoterceros, con 12 victorias y 16 derrotas, aunque inmersos en una lucha por la octava plaza con un tren de equipos en su misma situación.
En Liga Endesa, la situación no fue mucho mejor. El nivel de exigencia era menor, pero la falta de recursos provocaba que los resultados tampoco llegaran. La calidad individual, que no siempre tenía oportunidad de aparecer, les permitía bailar sobre el alambre del octavo puesto, lugar en el que les pilló el parón. Aquí al menos, con un balance positivo.
Clasificarse para el playoff de la liga y soñar con un partido a partido era la misión que se había colocado frente a sus miradas, perdidas durante toda la temporada buscando más consuelo que respuestas. Sin embargo, llegó el coronavirus y lo cambió todo.
Borrón y cuenta nueva
El baloncesto se detuvo durante más de tres meses. La Euroliga se canceló y la temporada quedó desierta, por lo que los resultados obtenidos, fueran buenos o malos, ya no importaban. Lo que sí volvía era la Liga Endesa y un generoso formato final con hasta 12 equipos les metía de lleno en una lucha por el título de 15 días.
Sin embargo, un golpe de mala suerte más les venía a visitar al quedar encuadrados en el grupo considerado como más difícil, el A. En él se verían las caras con el líder de la fase regular, el Barça, con dos equipos que habían finalizado por encima de ellos en el campeonato como Iberostar Tenerife y Bilbao Basket, con un histórico como Unicaja y con uno de los jugadores revelación de la liga, Klemen Prepelic y su Joventut de Badalona.
El nuevo escenario que se presentaba les daba la oportunidad de luchar por el único título de la temporada que quedaba en juego y el más importante que se iba a disputar en todo el curso tras las victorias del Real Madrid en la Supercopa Endesa y en la Copa del Rey, para la cual ni se habían clasificado.
La puesta en escena fue esperanzadora, dejando una imagen poderosa. Victoria por 23 puntos ante Bilbao que les hacía posicionarse como uno de los mejores equipos en la primera jornada, como si el prolongado parón les hubiese venido bien para resetearse y lanzarse al éxito. El plan de Dusko, que comenzó con aquel entrenamiento en el día de Navidad, empezaba a ver algún fruto.
Segunda jornada y nuevo golpe de mando, victoria ante una de las revelaciones de la temporada, Iberostar Tenerife, y pase a semifinales encauzado a falta de un último partido ante Unicaja. Antes de enfrentarse a los malagueños llegó la ajustada derrota frente al Barça que les apeaba de la primera plaza. Sin embargo, les sirvió para cocinar su venganza con calma.
Ya en la cuarta jornada llegó el momento clave que impulsó a los de Ivanovic hacia algo importante. Fue el empujón definitivo, la inyección de confianza que un equipo hundido había estado buscando durante todo el curso. Ese punto que separó el 87-86 frente a Unicaja y que les daba el pase a semifinales fue el punto de inflexión que cambió el destino de Kirolbet para siempre.
Licencia para soñar
Las cosas empezaban a salirle al equipo vitoriano y jugadores como Henry o Vildoza habían dado un paso hacia adelante. Un paso que fue vital y necesario para apoyar a un ‘Toko’ Shengelia que se había visto solo muchas veces, tirando del carro sin que nadie pudiese relevarle o echarle una mano.
El crecimiento del equipo y sobre todo de su ánimo se veía en sus caras. Habían sufrido todo un año siendo guerreros de batallas perdidas, pero esta vez tenían armas para luchar con toda la ilusión del mundo. Se podía ganar o se podía perder, pero Baskonia había vuelto a pelear por cosas importantes, a estar entre los cuatro mejores de la ACB, a recuperar el sitio que Ivanovic les había dejado en etapas anteriores, aquellas en las que se ganaban ligas y copas.
Además, lo que todo había sido mala suerte y desgracias durante la temporada, les empezaba a sonreír. Puede ser casualidad, pero no es difícil pensar que el cambio de mentalidad les hizo estar tocados por una varita, una varita que les guardaba trucos de esperanza.
Uno de los momentos más críticos de esta fase final fue la lesión de Jayson Granger. El base había vuelto ocho meses después del peor momento de su carrera, aquel que aconteció en la jornada 1 de la liga regular cuando se rompió su tendón de Aquiles. Ocho meses de dolor, de esfuerzo, de trabajo y de superación que culminaron en su vuelta al parqué.
Sin embargo, en la última jornada de la primera fase, en el duelo ante Joventut de Badalona en el que ninguno de los dos equipos se jugaba nada ya, se produjo, primero la desgracia, y luego el milagro. Granger tenía que volver a retirarse por un dolor en su talón. Había vuelto a sentir ese fatídico crack y rostro se inundaba de lágrimas en el banquillo. No podía volver otra vez esa pesadilla de la que tanto le había costado escapar.
Pero no pasó, todo fue un susto, un pequeño susto que su pie le había dado y que no le impidió volver a la cancha en el choque de semifinales. Un golpe de fortuna que en cualquier otro momento del año habría sido un disgusto terrible, esta vez no lo fue, porque ya estaban tocados por la varita.
Esa varita siguió tocándoles, o más bien, echando rivales de entidad de su posible camino. En el otro grupo, el Grupo B, los dos máximos favoritos a colarse en la siguiente ronda caían eliminados, y Real Madrid y Casademont Zaragoza, las dos decepciones del torneo, se quedaban fuera y, por lo tanto, desaparecían del camino vitoriano.
La ley del tercer cuarto y los finales apretados
Si con algo se ha podido identificar este equipo durante esta fase final excepcional ha sido con los terceros cuartos. Cuál habrá sido el mensaje de Dusko Ivanovic tras los descansos para que este equipo resucitase en cada tercer parcial que jugaba. Un misterio maravilloso que sostuvo al equipo en momentos claves como el triunfo ante Valencia Basket en las semifinales o como contra el Barça en la final.
Kirolbet llegaba roto al descanso, con el partido cuesta arriba y en tan solo diez minutos era capaz de darle la vuelta al electrónico y meterse de nuevo en la pelea. Bien lo descubrieron Ponsarnau y sus hombres que, tras tener el choque controlado al descanso, ganaban por nueve puntos, se quedaron con las ganas en un visto y no visto.
Un parcial de 13-23 dilapidaba su ventaja y dejaba el choque en el territorio Baskonia, el de llegar al último minuto con todo por decidir. Así habían vencido a Unicaja tras tenerlo perdido y resucitar en la prórroga, y así liquidaron también a Valencia Basket por 73-75 tras haber estado contra las cuerdas.
Además, vivir al límite permitía a los de Ivanovic encomendarse cada día a cada uno de sus guerreros, esos que habían dado un paso adelante considerable. A la primera línea habitual se fueron sumando hombres como Shavon Shields, Polonara o Zoran Dragic que hacían de Baskonia un ejercito temible y sin miedo a nada. Eso del matar a morir que había recuperado Ivanovic, pero aplicado a la pista. Y con esta filosofía y este espíritu consiguieron tumbar al anfitrión y meterse en la gran final.
La labor del visionario
La final fue otra de esas batallas épicas que se ganan con el corazón y no con la cabeza. Pero, sobre todo, con lo que no se ganó fue con las piernas, porque las fuerzas ya hacía días que flaqueaban y de qué manera. Sin embargo, la conjura estaba creada. Y, además, surgió la figura del visionario.
El visionario fue un crecido Svetislav Pesic que, ante el cansancio y las limitaciones de su rival, se vio ganador antes de saltar a la pista. Disfrazado de hombre amable y bromista, no pudo evitar que se le vieran las costuras de bravucón que se estila en Can Barça. La posibilidad del doblete, la eliminación del Madrid ya era el título importante, era tan golosa que había que relamerse y relamerse hasta la saciedad.
En un gesto de estratega como pocas veces se recuerda, invitó a Dusko Ivanovic a tocar la copa de una liga ya ganada por su Barça, por si acaso no la volvía a ver ni siquiera en la entrega de trofeos. Momento para la videoteca de Pesic que sin duda se pensará dos veces la próxima vez. No hay una ley escrita que afirme esto, pero aquella frase del técnico del Barça empezó a ganar la final para Kirolbet.
Después, fue momento para un partido duro, de defensas, de pocas acciones de talento en las que Shengelia se lucía en el puesto de cinco y en las que Heurtel era el más dulce de todos. Que pena de gestión de un jugador tan inmenso como el francés.
La historia estaba ya escrita, pero Baskonia le dio su aderezo colectivo con una nueva resurrección en el tercer cuarto comandada por el MVP Vildoza y un par de decisiones más del visionario.
Mantener a Mirotic desde el inicio del último cuarto con cuatro faltas provocó que el montenegrino, fichado como cabeza de un proyecto faraónico a golpe de talonario, se perdiera los últimos 5 minutos del choque al cometer la quinta. Tu mejor hombre inutilizado por una gestión de entrenador sensacional. Los méritos hay que reconocerlos siempre.
Baskonia no se rindió, siguió luchando y llegó hasta el final del partido con opciones, esas que Pesic le quitó a Heurtel de arreglar su roto. Vildoza ya había anotado la canasta decisiva con una puerta atrás primorosa y un gran pase de Polonara, y el final de la historia lo escribió un solitario Higgins con una pedrada desde la esquina.
Un recital más del visionario Pesic, que condenó a su estrella con un cuarto por jugarse y que ató a su mejor hombre con tres segundos de vida en el reloj. Esta liga llevaba el nombre de Baskonia y de Dusko Ivanovic, aunque aquella mañana del día Navidad todavía no lo supieran.
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