Un Real Madrid soberbio superó los percances de las últimas semanas, los problemas de una temporada sufriente y a un rival que ya se codea con la élite europea. Un partido meritorio por las circunstancias que han derivado en los momentos más complejos del equipo de Laso. Pero aun inmerso en la adversidad casi permanente, este equipo fue capaz de demostrar su grandeza de espíritu en un partido en el que los dos protagonistas tenían poco que ganar y mucho que perder.
El Madrid dominó el primer cuarto gracias a un quinteto más curtido que las legiones romanas, con Carroll y Felipe Reyes, cuasi titular tras una primera personal tempranera de Tavares. Curiosamente, un novato sabio dirigió la tropa, Carlos Alocén, que perforó las líneas enemigas cada vez que lo creyó oportuno. Por el contrario, el Valencia reaccionó al vendaval con parsimonia y cierta espesura mental, hasta que Prepelic puso en juego su orgullo. Ni aún así los naranjas encontraron la vía para aparcar la ansiedad y poner el pie firme en el partido 29-17.
Como quiera que Laprovittola y Thompkins prolongasen el recital de sus compañeros, y Deck actuó con su arrojo habitual y acierto superlativo, la ventaja madridista continuó creciendo. El único problema de los blancos eran las faltas personales en los hombres altos lo que forzó alguna rotación no deseada. El Valencia Basket aprovechó para recuperar el aliento e intentar encontrar el nervio del encuentro. Entre la suma de sus aciertos y la falta de tino de los relevos blancos, la igualdad se asomó al WiZInk Center sin llegar a concretarse, porque el Madrid aceleró en el último tramo de la primera mitad (48-34).
Dispuesto a darle un susto a los blancos en la segunda parte, el Valencia intentó obligar a Tavares a alejarse de sus dominios en la zona. No obstante, la defensa del Madrid se mantuvo firme, y el ataque cabal, ajustado a la relevancia del compromiso para conseguir su máxima ventaja. Sin embargo, de repente, cuando el Valencia apuntaba al desguace, el Madrid se gripó sin razones aparentes hasta conceder un 15-0 y aplazar la solución hasta los últimos diez minutos.
En ellos, el Madrid recuperó la concentración, aunque no la brillantez precedente. Pero el oficio también gana partidos, en especial el de Rudy, soberbio en recuperación de balones y ayudas defensivas. A lo largo de la temporada Pablo Laso reparte minutos entre sus hombres a tacadas. De forma rotatoria, como sin querer, la mayoría ha jugado series de encuentros de más de 20 minutos. De esta forma, contra el Valencia todos cumplieron de forma notable, aún en un primer tiempo sin el jugador más decisivo de Europa, Tavares.
Desde el principio, y excepto en el bache citado, los blancos asumieron la trascendencia del choque. Un derroche comunal y desmedido con el que pretendían, no sólo pasar a las semifinales, sino borrar las malas sensaciones que los desasosiegan desde hace unas semanas. Lo logró y de qué manera, pues se deshizo de un equipo con solera y en alza, que mejora cada año en busca de la polivalencia perfecta. Pero aún le falta la experiencia competitiva del Real Madrid de Laso, un equipo admirable con un corazón descomunal y un carácter marmóreo.