Un Real Madrid memorable, palpitante, rozó una hazaña inédita. Se había presentado en Estambul tras conseguir lo incalculable, levantar un 2-0 que nadie fue capaz de pronosticar. Tuvo al Anadolou Efes contra las cuerdas, pero el rival salió airoso, quizás porque los blancos agotaron su fortuna en su sede del WiZink Center; con seguridad porque el turco también es un equipo campeón. Un final dramático que, muy por encima de cualquier otra reflexión, realza el corazón y el valor de una plantilla castigada por el infortunio.
Fue un choque adelantado de la Final Four. Un enfrentamiento que se disputó a cara de perro desde el principio, con los minutos iniciales cargados con la tensión e intensidad de los últimos. Un encuentro, dos partidos. El Real Madrid dominó la primera parte. El Efes cambió el eje de las emociones y la suerte de la eliminatoria nada más comenzar la segunda.
Esta suerte se antojaba compleja, con la solución envuelta en enigmas tácticos de dos entrenadores que se conocen como amigos de muchas fiestas. Ataman declaraba la intención de que sus hombres recuperasen el tino de su juego. Laso comenzó con el propósito evidente de aguantar el chaparrón, de pasarle las tenazas de la de la responsabilidad al Efes. De tocarle las sensibilidades.
Bien que lo consiguió en los primeros compases, alternando defensas y quintetos. Desquició al temido Larkin que falló sus primeros tiros, cómodos para sus estándares. En contra, Carlos Alocén le ponía contra las cuerdas. Era evidente que el Real Madrid había digerido la ausencia de Tavares.
El Madrid lo tuvo en su mano, pero, a veces, hay dos sin tres
No obstante, el Efes es tan completo como el Madrid y sus jugadores de rotación – Simon y Singleton, enorme durante todo el encuentro -equilibraron el desacierto de sus titulares, desafortunados en diferentes fases de la contienda.
Para el Madrid iba todo tan redondo, que sólo el lenguaje corporal de ambos grupos indicaba el cariz por el que discurría el encuentro. Tensos y agarrotados, los turcos; vibrantes los madridistas, incluso en exceso. Con un poco más de control emocional, su ventaja en el descanso hubiera sido aún mayor. (36-41).
Sin embargo, el descanso tranquilizó los ánimos estambulíes y enfrió un tanto los madridistas. La salida del tercer cuarto, la importancia de los primeros cinco minutos de la reanudación -que siempre reclamaba Lolo Sainz- terminaron siendo vitales en el destino de este encuentro. El Madrid salió despistado, lo que aprovechó el Efes para adquirir un botín que manejaría con angustia, pero con más fortuna que en la capital.
Tanto es así, que el hombre de los finales imposibles, la mano de hierro que nunca falla, erró una canasta bien concebida con empate a 80 a falta de un minuto. Tras la bandeja que no quiso entrar de Llull, un triple lejanísimo de Simon aguó una buena defensa madridista. Hasta entonces, Larkin había resurgido y Tavares fue juzgado con severidad por los árbitros. Sus ausencias de la pista lastraron el poderío defensivo del Real Madrid, anclado en zonas que se replegaban con el pívot caboverdiano como guardián implacable del aro. Por si fuera poco, los madridistas entraron en el bonus de los tiros libres muy temprano en el cuarto decisivo.
El Madrid lo tuvo en su mano, pero, a veces, hay dos sin tres. A todos nos hubiera encantado contar la hazaña completa, porque el Real Madrid de Laso se ha ganado este año con la cualidad de esencialmente irreductible. Nunca vi un equipo tan resistente al infortunio, tan sensacional en su esfuerzo. Y si hay en el deporte algo que conecte con las gestas de nuestros héroes ancestrales, es el empeño denodado, casi antinatural, de quienes saben que no pueden ganar y siguen luchando hasta la extenuación. Señores, enhorabuena.