Tras un periodo de extravío, el Real Madrid de Pablo Laso volvió a caminar firme frente al Baskonia, a mostrarnos su vigor físico y la esencia de un estilo que encandiló en las primeras jornadas. Un inicio de vértigo y centrado que se distrajo paulatinamente, hasta encajar dos derrotas - frente al Gran Canaria y el Unics Kazan - en tres partidos en la última semana.
Más que las derrotas, levantó cierta extrañeza la manera en la que se produjeron, con el equipo un tanto nervioso y fuera de tino. Su ataque se atascó de forma tan ostensible que hasta Perasovic, hoy entrenador del Unics Kazan, declaró que el Madrid se había convertido en un equipo defensivo, lejos de las anotaciones de antaño.
Este humilde cronista supone - números cantan - que la acotación del croata no se refería a toda la temporada, sino a las últimas fechas: los blancos no pudieron más que rondar los setenta puntos, incluso no llegar a ellos.
No obstante, la consecuencia de esta parquedad ofensiva es la contraria de la que parece sugerir Perasovic: el Madrid no está cómodo con este flujo limitado, con tanteos cortos. Cuando sucede, sufre; gana por lo justo o pierde. Además de las derrotas citadas, también sucumbió en El Pireo contra el Olympiacos en la segunda jornada (74-68).
De lo observado, salta a la vista que la ofensiva madridista se atasca cuando Heurtel no funciona. Si el francés está entonado, el juego fluye. De lo contrario, el equipo muestra una carencia notable, quizás la única laguna de un equipo superlativo: un director de juego que recomponga el estilo, que ordene lo correcto, que dicte el ritmo deseado.
Cierto es que faltan por incorporarse Randolph y Thompkins, piezas de notable eficacia anotadora. Además, el último es inteligente y versátil, el tipo de jugador alto capaz de templar el encuentro desde su posición.
Aun y con todo, este tipo de fases inseguras tras un comienzo fulgurante, encajan en la normalidad de un equipo recién formado. En el inicio, los mecanismos de funcionamiento se mantuvieron vivos por la extramotivación de una temporada nueva – con muchas heridas por restañar – y la energía rebosante de los recientes fichajes que llegaron en gran forma de los Juegos Olímpicos.
Con el paso de las jornadas, con la victoria en la Supercopa frente al Barcelona y el desarrollo de una temporada cargadísima de viajes y de encuentros, el proceso natural sugiere que los factores emocionales aludidos decaigan, arrastrando consigo el rendimiento.
Por ello, la victoria a domicilio frente al Baskonia – tres victorias de siete partidos en la Euroliga – supone la vuelta a los principios que Laso quiere imponer y que se habían traspapelado. La intensidad y la velocidad; la fluidez para encontrar a Tavares y Poirier; la vuelta al dominio aplastante en los rebotes.
Con los cimientos en circulación, los madridistas obtuvieron una victoria brillante y holgada, un refrendo a sus creencias. Y, por supuesto, un marco de tranquilidad en el que seguir apuntalando los automatismos que sustentan la idea que Pablo Laso tiene de su equipo.