Aunque es imposible olvidar el qué y el cómo de la final europea de 2014, había algo que a Tyrese Rice podía escocerle tanto o más que el 'roto' que le propinó al Real Madrid entonces: la eliminación continental con el Khimki el curso pasado, a manos de los blancos. Lo decía Pablo Laso en la previa y, por desgracia para sus intereses, acertó. El norteamericano, desatado por completo, fue el arma mortífera que el Barça estaba buscando para acabar con su eterno rival en semifinales de la Supercopa y clasificarse para su octava final consecutiva de la competición (93-99, narración y estadísticas).
El Clásico nunca defrauda. Da igual que se dispute el primer día de la temporada, a mitad de curso o con el último título del año en juego. Ni el Real Madrid ni el FC Barcelona bajan los brazos cuando se trata de arrebatar un triunfo, por grande o pequeña que sea su relevancia, al eterno rival. Ante un partido de tal envergadura, los problemas empequeñecen. Importa menos que los jugadores internacionales estén recién aterrizados, haber hecho una pretemporada 'light' a más no poder o contar con algún que otro lesionado de enjundia. El Clásico es el Clásico, y ni la victoria ni la derrota saben igual en este marco. Esta vez, al Barça le tocó festejar y al Madrid lamentar la ocasión perdida.
Sin duda, el mejor espectáculo lo dieron Sergio Llull y Tyrese Rice. El primero se encargó de resolver cualquier tipo de duda sobre su estado físico nada más pisar el parqué del Buesa Arena. Se había especulado con su baja, pero vaya si causó alta. El menorquín hizo exactamente lo que se espera de él en el Madrid: liderar y ejecutar. Tan bien como para resultar el máximo anotador de su equipo y protagonizar un auténtico duelo al sol de tiradores con Rice, que le arrebató la hegemonía ofensiva del encuentro (30 por 27).
Por su parte, el norteamericano demostró una vez más que, por sí solo, puede decidir partidos. Y muchos, como parece garantizar una muñeca de seda a la que no pudo parar ni siquiera un conato de lesión en el tercer cuarto. Fue el mejor termómetro posible para el Barça, ayudado por 34 puntos de valoración que ya son el tope histórico de la Supercopa. Cuando estuvo en racha, el Madrid se difuminó. Cuando cedió el protagonismo a otros, los blancos se vinieron arriba… o no.
Porque, sí, en este Barça hay muchos buenos actores, y todos ellos quieren ser protagonistas. Como Víctor Claver, letal desde el triple y en la lucha por el rebote. O Juan Carlos Navarro, siempre dispuesto a mandar un 'recadito' a los que le dan por acabado. También Brad Oleson o Stratos Perperoglou, con la suficiente lavia como para no achantarse en los momentos comprometidos.
Es el mismo instinto asesino que acompaña a los cracks del Madrid. Porque, no, Llull tampoco estuvo solo. Ahí estuvieron para escudarle Rudy Fernández, Jaycee Carroll y Dontaye Draper, muy sólidos en el tiro. Por su parte, Luka Doncic actuó como perfecto 'multiusos' y Othello Hunter dio buenas muestras de su sapiencia en la zona.
Justin Doellman y Joey Dorsey tampoco se escondieron en la pintura. Y mucho menos Ante Tomic. Nadie quiso dejar de asistir a una fiesta de las que causan afición por el baloncesto: primera mitad blanca, segunda más de color azulgrana y un final de partido que invocó al infarto. Hasta los árbitros hicieron acto de presencia gracias a sus interpretaciones sobre la polémica falta táctica (¿antideportiva siempre o no?). Todo para que, al final, ganase el Barça. Y, sobre todo, el deporte de la canasta.
Kuric lleva al rey de la pretemporada a la final
Kyle Kuric necesitaba un partido así para reivindicarse. El tumor benigno que le mantuvo en el dique seco durante buena parte de la pasada temporada, y su fuerza de voluntad para superarlo, le hicieron ganarse el aplauso unánime del mundo del baloncesto. No obstante, el norteamericano quería ser objeto de ovación también en la pista. Se lo ganó a pulso este viernes, llevando a su Gran Canaria hasta la final de la Supercopa con 24 puntos de oro (80-84 ante el Baskonia, narración y estadísticas). Los amarillos continúan así su reinado en esta pretemporada (ni una derrota) antes de medirse al Barça, mientras que los vascos sucumbieron a la maldición del anfitrión: ninguno ganó el torneo inaugural del curso hasta la fecha.
Definitivamente, el primer partido oficial de la temporada baloncestística no pudo tomarse como tal. Para muestra, las 18 pérdidas de balón (9 para cada equipo) que acontecieron durante la primera parte. También los numerosos empates que registró el electrónico o la poca consistencia de las ventajas de ambos equipos. La maquinaria todavía no está a pleno rendimiento, y esta circunstancia, se quiera o no, acaba notándose. Y eso que Kuric, con el modo killer más que activado ya en la primera parte, se marcó 12 puntos apenas sin despeinarse (cuatro triples) durante un segundo cuarto de ensueño.
A pesar del mayor empuje canario durante unos cuantos minutos, el Baskonia se empecinó en traer de vuelta la igualdad al marcador. El partido tuvo sabor a juego infantil durante buena parte de su historia: a ver quién mete más canastas, a ver quién falla menos tiros. En ese toma y daca casi constante, los triples no pudieron tener mayor protagonismo.
Los metieron Cooney, Rafa Luz y Voigtmann por el bando vitoriano. También Salin en las filas pío-pío, junto al casi infalible Kuric. Sin embargo, en la pintura también se libraron buenas batallas. Fue Shengelia, de vuelta tras su prolongada lesión, quien puso las canastas interiores locales. De las visitantes ya se encargaron Báez, Hendrix o Planinic (por cierto, exbaskonista).
A los hombres de Sito Alonso no les importó salir perdiendo con claridad en lo físico (33 rebotes por los 43 del Gran Canaria). Ahí estuvo Hanga para hacer gala de su plasticidad habitual: un mate por aquí, un tapón por allá y algún que otro rebote. Él es la cara más visible de la vieja guardia baskonista, la que todavía permanece en Vitoria después de las numerosas salidas de este verano. No podía defraudar a su parroquia, y no lo hizo. Como tampoco fue el caso de Blazic, otro baskonista reincidente dispuesto a aclarar por qué se ha quedado.
Sin embargo, y por si había alguna duda, el Gran Canaria no se decidió a sacar la bandera blanca, al igual que el Baskonia tampoco lo había hecho. No después de su sensacional actuación en la última Copa, con un subcampeonato debajo del brazo. El triunfo también estaba a su alcance, y los pupilos de Luis Casimiro volvieron al partido. Un poco de defensa y algún lanzamiento exterior exitoso fueron suficientes para reengancharse al marcador y asaltarlo. Tuvo que ser Albert Oliver, el más veterano de la liga y a la vez el más listo de la clase, quien sentase cátedra.
A la hora de la verdad, también apareció Bo McCalebb, más desaparecido de lo esperado. Y, por parte baskonista, Shane Larkin. Sin duda, la cosa iba de bases y de tiro exterior. El de, cómo no, Kuric, que volvió a salir a la palestra cuando más se le necesitaba para consumar la victoria canaria. También el de Salin. Ante tal exhibición de acierto, poco importó el aguante del anfitrión. Ni los buenos últimos minutos de Diop, bastante perdido con anterioridad, sirvieron para evitar la eliminación. Sufrida, pero consumada en los últimos segundos. Una vez más, el rey de la pretemporada pidió paso.
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