El sueño del Fuenlabrada, ese que ansiaba una sorpresa copera (la segunda del torneo tras la machada del Tenerife ante el Valencia Basket), tendrá que seguir esperando. La guerrilla del 'Che' García sólo amenazó con dar salida a su revolución en la primera parte. Después, el anfitrión de la Copa, el Gran Canaria, impuso su ley sin ningún tipo de compasión. ¿Eliminación en casa? Ni hablar. O, por lo menos, no a las primeras de cambio. El primer paso para intentar repetir la final de 2016 era ganar este viernes. Y así se hizo. Sin apenas inquietud a la hora de la verdad [Narración y estadísticas: 107-92].
El mérito de la victoria pío-pío mereció ser compartido, en especial, por dos jugadores. El primero, por su incidencia decisiva ya en la segunda parte, fue Ondrej Balvin. El interior dictó cátedra en la zona y, a partir del tercer cuarto, la victoria pareció segura para el Gran Canaria. El público local coreaba su nombre sin parar. Se lo había ganado, la verdad. Parecía mentira que Olaseni hubiese sembrado un pavor similar bajo tableros en el primer cuarto: poco más se supo de él más allá de esos 10 primeros minutos.
Claro que hubo héroes en el conjunto madrileño: Eyenga y su buena racha en el segundo cuarto, el acierto de Cruz y el de Rupnik, los muelles de O'Leary… Pero el Fuenla murió demasiado rápido. En cuanto el Granca se recuperó de su amenaza de sorpasso en los primeros minutos, jugó con las ilusiones de los madrileños como quiso. No hubo por dónde minar la moral canaria: los hombres de Luis Casimiro fueron de menos a más para acabar adueñándose del partido y no soltar la victoria de ninguna manera.
En ese despertar, desde el segundo cuarto, fue clave el otro gran hombre del partido para los locales: Pablo Aguilar. ¡Cómo pasar por alto sus triples, que tantas alegrías dieron a los parroquianos habituales del Gran Canaria! Para él hubo cánticos de “MVP” desde las gradas. Aunque también pudo merecerlos, por qué no, Radicevic. Incluso un viejo rockero como Albert Oliver, clave en la Copa de hace dos años, sigue dando guerra de la buena cada vez que se pone la camiseta amarilla.
Si el Fuenla apenas tuvo opciones de volver al partido, eso también fue culpa de Mekel, Báez o Pasecniks. Este Granca tiene fundamento, de eso no hay duda. La moral ya estaba bien comida al rival antes de esta eliminatoria copera (dos victorias ligueras canarias y contundentes), así que sólo había que volver a demostrar la superioridad de los precedentes. Y que, aunque en esta competición no lo parece, jugar de local sí puede servir de algo: la maldición del anfitrión todavía no ha aparecido en las Islas Afortunadas.
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