Hay dos cosas imprescindibles para sobresalir en los playoffs de la Euroliga: talento y carácter. Con la Final Four a tres victorias de distancia, importa tanto atesorar lo uno como lo otro. Da igual que tu plantilla tenga mucha calidad si no rechina los dientes ni da un paso adelante cuando toca. Y la teórica inferioridad de un equipo con respecto a otro desaparece si el supuesto segundón saca a relucir toda su garra a la hora de la verdad. Las dos cosas ocurrieron este miércoles, pero en orden inverso: el Darussafaka golpeó primero, jugó con la necesidad de triunfos de quien tiene el factor cancha en contra, asustó hasta el final… pero se topó con un Real Madrid que, al oler el peligro, sacó a relucir el favoritismo y los galones que le correspondían [Narración y estadísticas: 83-75].
Está visto que los equipos que ocuparon las dos últimas plazas de acceso a estos playoffs continentales quieren dar tanta o más guerra que los primeros. Lo demostró el Baskonia el martes ante el CSKA y David Blatt y sus chicos no quisieron ser menos, porque esto es la guerra para todos. El Darussafaka peleó el encuentro hasta los últimos 35 segundos: así de bueno fue su desempeño. Desde el acierto exterior y la fortaleza reboteadora del primer cuarto, pasando por la solidez del segundo y la calma ante la marejada del tercero, sin olvidar la fe ciega del último periodo, el esfuerzo visitante resultó encomiable. Así se juega en cancha ajena en una eliminatoria de tanta enjundia, haciendo dudar hasta el último momento a quien más confiado debe mostrarse.
Pablo Laso ya se sabía el guión de la película: no había que fiarse de los turcos. El técnico del Madrid terminó el partido sudando a borbotones. Así de sufrido fue el duelo, con el Darussafaka hasta 12 puntos arriba en la primera mitad. Aprovechando la buena muñeca de Harangody y toda segunda oportunidad que se preciase bajo el aro, los chicos de Blatt borraron del Palacio a su anfitrión. Había motivos para preocuparse: Llull no aparecía, Randolph tampoco…
Tuvo que ser Othello Hunter el que se trabajase la remontada en primera instancia. Con sus intangibles, la victoria empezó a acercarse. Después, apareció Llull, que aprovechó la rabia que le atormentaba en el banquillo y la convirtió, por fin, en aciertos en la pista. Y Ayón, soberbio tanto después del salto inicial como a la vuelta del descanso. También Randolph, clave para asegurar que las tornas volviesen a su sitio en una segunda parte donde se partió la cara, literalmente, por los suyos. Golpe a golpe sobre el parqué, tapón a tapón y con la potencia a pleno rendimiento, volvió a demostrar lo importante que es en este Madrid.
Las pérdidas, los fallos tontos y la inquietud desaparecieron poco a poco. Otro que puso de su parte en la transformación fue Draper, líder defensivo en la sombra. A su altura estuvo Rudy, que últimamente fabrica canastas a base de rebotes, pases y robos. Carroll, en ciertos momentos, no falló desde el perímetro. Y Thompkins también tuvo sus minutos de gala, como Doncic. Así fue como la rotación blanca se comió a la del Darussafaka: de forma sigilosa, trabajando atrás para salir disparados hacia adelante.
A pesar de todo, los turcos nunca estuvieron por la labor de rendirse. Ni siquiera cuando el Madrid llegó a colocarse hasta 14 puntos por delante. El tridente de lujo visitante (es decir, Wanamaker, Clyburn y Wilbekin) no lo quiso así. Tampoco Bertans, Zizic y Anderson tiraron la toalla antes de tiempo. Aunque, al bocinazo, la primera victoria de la serie se quedó en la capital española. Con sufrimiento, pero a tiempo de evitar un disgusto de cierta consideración. El viernes, otra final.