Hacía falta recuperar la mejor versión de Anthony Randolph y Luka Doncic. También que Jaycee Carroll pusiese el modo bomba de relojería desde el perímetro. Poder correr al contragolpe, además de cazar unos cuantos rebotes ofensivos, era igual de importante. Aunque no más que dejarse la piel en defensa tanto como para que la primera canasta de Brad Wanamaker llegase al filo del descanso. O que alcanzar hasta 15 puntos de ventaja ya en los 20 minutos iniciales, dada una seriedad descomunal en ataque. Todo eso era necesario para que el Real Madrid pudiese asaltar Estambul, colocar el 2-1 en la serie contra el Darussafaka y quedarse a una victoria de la Final Four europea. Y todo ello llegó, con una palabra clave en la ecuación: EQUIPO, con mayúsculas [Narración y estadísticas: 81-88].
Eso es lo que se vio en el Volkswagen Arena turco, lo que tanto se había echado en falta en los dos primeros partidos de la serie: sentido colectivo, amplitud de miras, rotación. Sergio Llull y Gustavo Ayón estuvieron a un buen nivel, como en Madrid, pero no fueron imprescindibles para ganar. Hubo demasiados factores que les quitaron un buen peso de encima, quizá demasiado incómodo. Por ejemplo, la resurrección de Randolph a ambos lados de la cancha. Con triples en la canasta contraria y tapones en la suya, fue el jugador determinante que necesita su equipo: la estrella que cambia partidos.
También fue esencial la defensa. Dos partidos después, Laso y sus chicos descubrieron que no era una entelequia evitar que el Darussafaka arrancase el duelo a golpe de triples y de rebotes. ¿Cómo podía evitarse tal cosa? Bajando el culo. El mejor antídoto, por cierto, para que dos de las tres patas del Big Three otomano se tambaleasen durante buena parte del encuentro: una recuperándose a última hora (Wanamaker) y otra desapareciendo para siempre (Clyburn). Y para borrar del mapa a uno de los hombres más desequilibrantes de la eliminatoria, Luke Harangody. Wilbekin, Zizic y Moerman fueron los otros jugadores locales que llegaron a enseñar los dientes.
El trabajo sucio en su máxima expresión volvió a desarrollarlo Othello Hunter. La importancia del interior en esta serie nunca será suficientemente ponderada. Y lleva a preguntarse si hay muchos jugadores de un corte tan productivo como el suyo en el baloncesto europeo: que hagan más cosas en menos minutos. Probablemente, serán pocos. Lo que está claro es que Hunter también es clave, aunque lo sea tirando de mayor sigilo que algunos de sus compañeros. Y todavía hay quien se pregunta por qué el Madrid valora tanto a secundarios como él, Draper o Taylor.
Y qué decir de Doncic y Carroll. Al primero no pueden sentarle mejor las titularidades. Ha deslumbrado a propios y extraños casi en cada encuentro que ha empezado desde el inicio esta temporada. Lo suyo es la polivalencia: anotar, rebotear y pasar. Jugar y hacer jugar. Para disparar, al aro y a los suyos en el marcador, ya está su colega Jaycee. Con un buen desempeño desde la línea de tres (5/8), su tramo final de curso sigue dejando buenas noticias. Las mismas que trajo un tercer cuarto evocador de los mejores días de Ayón como madridista.
Pero, repetimos, no hubo Ayóndependencia. Y que Llull aportase o dejase de aportar tampoco fue (y menos mal) un asunto de Estado. O, al menos, no hasta la hora de la verdad. La de un pequeño gran susto. Porque el Darussafaka fue capaz de volver al partido en pleno último cuarto, llegando a ir sólo tres puntos abajo a cuatro minutos del bocinazo después de una máxima de 19 por parte visitante (parcial de 22-7).
Pero se quedó en eso, en un susto pequeño pero matón que Llull y compañía no se quitaron del cuerpo hasta los instantes finales. Entonces, quedó claro que la solidez sí acompañó al Real Madrid este miércoles. Haciendo sangre cuando fue necesario y sin perder la frialdad en los momentos más comprometidos, Laso y sus chicos ya están un paso más cerca del objetivo: volver a Estambul del 19 al 21 de mayo. Y, si es menester, con un quinto partido de estos playoffs en la capital española.