Por qué Doncic, Llull y el Real Madrid le deben La Décima a los secundarios
- Su rendimiento volvió a ser excelente en la Final Four de la Euroliga: dieron medio título a los suyos y reivindicaron el valor del colectivo.
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La presente campaña de la Euroliga nos ha demostrado, más que nunca, que no hace falta juntar a una troupe de estrellas rimbombante para crear un equipo campeón. O para abrazar el éxito aun sin trofeo. Ahí tienen al Zalgiris Kaunas, brutal durante todo el curso sin necesidad de contar con grandes vedettes del baloncesto europeo en sus filas y tercer e inesperado clasificado continental. Los nombres dan prestigio y muchas victorias, pero sin hombres, sin gladiadores, es muy difícil alcanzar la cima. Que se lo digan también a un Real Madrid que, más allá del aura obvia de Luka Doncic y Sergio Llull, ha encontrado su mayor tesoro en el colectivo. Y, por ende, en los secundarios.
Pablo Laso sabía lo que hacía al dedicar unas palabras a todos y cada uno de los integrantes de su equipo nada más obtener el pase a la Final Four de Belgrado. No era ningún farol reivindicar la superación continua de adversidades durante la temporada. Pero tampoco lo era dar valor, desde dentro, a lo que quizá no se reconozca en su justa medida desde fuera: la trascendencia de camino al éxito, en mayor o menor medida, de todos y cada uno de los integrantes de este Madrid.
La mayor cantidad de titulares y alabanzas irán para el '23' renacido que ha cumplido el sueño vívido durante muchos meses de baja y el '7' imberbe que se despedirá más que encumbrado. Lógico: por lo suyo han pasado Llull y Doncic como para que ahora no se reconozca su gran aportación a la hora de consumar La Décima de la canasta. Y, sin embargo, quizá se hable menos de lo debido de jugadores con menor foco, aunque para nada estrellados. Porque el banquillo madridista también se ha ganado el sobresaliente este fin de semana. Y, en realidad, desde octubre hasta ahora.
Hay un tridente capital a la hora de señalar a los grandes triunfadores entre los 'humildes': Jaycee Carroll, Fabien Causeur y Trey Thompkins. El primero también participó de la anterior Euroliga de la era Laso (2015). De hecho, ha formado parte de todo el proyecto del vitoriano, sin faltar en ningún gran momento. Tampoco iba a hacerlo ahora, porque menudos 35 más bien llevados los suyos. Sus rachas anotadoras tanto ante el CSKA en semifinales como ante el Fenerbahçe en la final, en los momentos en los que el Madrid vio más pequeño que de costumbre el aro, son impagables.
Si Carroll fue el hombre, sobre todo, de los segundos cuartos, Causeur se apropió de los inmediatamente posteriores al descanso. Su recital en defensa contra los rusos provocó un cortocircuito ajeno del que el equipo de Moscú ya nunca pudo recuperarse. A este añadió algunas fases de mucha y valiosa sangre fría en ataque. Aunque su gran momento ofensivo llegaría ante los turcos en el duelo del todo por el todo: 17 puntos construidos con triples y tiros libres, nada menos que el máximo anotador del Madrid en la final.
La reivindicación de Thompkins no se quedó atrás. Experto en ganarse año a año el derecho a seguir a las órdenes de Laso con actuaciones convincentes en momentos clave, esta temporada no tiene parangón a ninguna de las anteriores por su parte. Capaz de superar un problema personal de tal calado como tener a su madre enferma, Trey se ha vaciado durante todo el curso. Y, cómo no, en Serbia. ¿Que había que meter triples, algo que se le da bastante bien? Lo hizo. ¿Que había que coger rebotes? A la orden. ¿Que había que meter canastas fundamentales? Ahí quedó, para la posteridad, su palmeo a 18 segundos del bocinazo para sellar La Décima.
Pero Carroll, Causeur y Thompkins no fueron los únicos en reivindicar el sentido colectivo de este Madrid. No señor. Sería imperdonable pasar por alto a Tavares. Muy regular desde diciembre, no falló en la madre de todas las batallas. Su segunda parte ante el Fenerbahçe, con esa presencia interior apabullante suya a pleno rendimiento, marcó las diferencias. Incluso el CSKA sintió cierto pavor ante el gigante africano, aunque su estadística del viernes fuese más discreta.
Cómo olvidar los minutos de brega de Felipe Reyes ante los turcos, experto en acallar cualquier tipo de rumor o intento de jubilación con garra constante (ahora y contra el Panathinaikos en playoffs, por ejemplo). O la facilidad con la que Rudy Fernández y Jeff Taylor saben convertirse en dos de los mejores perros de presa del Viejo Continente. E incluso la manera en la que Facundo Campazzo, pieza clave en tantos encuentros antes de lesionarse, sacó de quicio a Sergio Rodríguez en tan sólo cinco minutos de semifinal.
Ni siquiera es posible dejar de mencionar a Santi Yusta, Dino Radoncic y Chasson Randle. No se vistieron de corto en las dos finales de las últimas horas, pero sí en otras que vinieron antes y que posibilitaron, de alguna manera, este título. “Sin el día de Milán, igual no estábamos aquí”, le dijo Laso a Radoncic con el pase para Belgrado ya asegurado. Una frase para evidenciar que los secundarios lo han sido todo en este Madrid capaz de convertir lo malo en bueno apoyándose en el colectivo.
La RAE recoge la locución verbal coloquial “caerse con todo el equipo” para definir un fracaso rotundo, una equivocación de cabo a rabo. Sin embargo, puede que a partir de ahora también deba admitir la variante “levantarse con todo el equipo”. Que significaría algo así como triunfar sin paliativos, acertar a lo grande. ¿Necesitan un ejemplo gráfico de la expresión? Lo tienen, desde el primer hasta el último hombre, en el Madrid 10 veces campeón.