Era una época muy distinta en el ciclismo. El deporte de la bicicleta era todavía eurocéntrico, y el Giro de Italia 1999 fue una buena muestra de ello: de sus 18 equipos, 13 eran italianos, cuatro españoles y uno holandés; en el actual hay 22 y sólo dos son enteramente transalpinos y uno rojigualda. En cuanto a ciclistas, el contingente colombiano ponía una nota de color atacando cuesta arriba y diluyéndose en los descensos; hoy, tanto el mejor sprinter de la corsa rosa como el máximo favorito a la victoria final son colombianos. Hace 18 años, a estas alturas de carrera, los ‘azzurros’ contaban seis victorias de etapa; en esta edición, la número 100, aún no se han estrenado.
Era un ciclismo en pleno ojo del huracán. La hemorragia del caso Festina todavía manaba profusamente. La sombra del dopaje generalizado planeaba sobre el pelotón. Hubo incluso una amenaza de plante en la primera semana de carrera por unos controles de sangre practicados por el Comité Olímpico Italiano sin conocimiento de la UCI (Unión Ciclista Internacional) a los equipos transalpinos, que se indignaron por la desigualdad en que les colocaba con respecto a los corredores internacionales. “No es una cuestión de salud o prevención, sino que hay otras razones ocultas”, dijo el ciclista líder del pelotón italiano. “Eso es que tiene miedo de pasar controles”, respondió el patrón del mayor equipo transalpino. “Cuando quiso ficharme no tenía nada que reprocharme”, contestó el corredor.
Era, en definitiva, una época extraña, de un deporte anquilosado en sus costumbres y sus vicios, y ninguna figura la encarna mejor que ese líder, Marco Pantani. A aquel Giro de Italia llegó con el doblete Giro-Tour en el bolsillo y un estado de forma sensacional. “En las subidas él parecía un juvenil y nosotros, cadetes”, rememora Dani Clavero, su rival en aquel Giro de 1999 y posteriormente su gregario y amigo. Lo demostró ganando cuatro finales en alto y perdiendo menos de dos minutos con respecto de su gran rival en la lucha por la maglia rosa, el francés Laurent Jalabert, en los más de 70 kilómetros de contrarreloj individual que tuvo aquella edición de la carrera.
El carisma de Pantani también estaba inflamado. “Por sus resultados y su forma de correr se convirtió en referente”, evoca Clavero; en efecto, Il Pirata no sólo ganaba, sino que impresionaba con un estilo ofensivo y dominante. “Su carácter, en cambio, no era asumir responsabilidades ni ejercer de abanderado. Él nunca quiso liderar plantes ni ser el líder del pelotón, probablemente porque conocía demasiado bien el ambiente ciclista y su oscuridad”. Y la afición, ¿qué opinaba? “Los tifosi estaban rendidos a él. Ya se vio en Madonna di Campiglio”.
Madonna di Campiglio es el Waterloo de Pantani. La cima en la que había triunfado el viernes fue el escenario de su descenso a los infiernos el sábado, con su rutilante carrera abruptamente sesgada por un control de sangre que arrojó un 52% de hematocrito ilegal por más que él se hartó de agua para diluirla. “Casi tuvimos que parar la carrera aquel día”, recuerda Clavero. “El primer puerto se subió parado porque no había ánimo entre los compañeros ni ganas del público, que intentó cortar la carretera con vallas. El equipo de Pantani, Mercatone Uno, se retiró de la competición. Fue un día triste para todo el mundo”.
El santuario
Apenas una semana antes, Marco Pantani vivió su apoteosis en Oropa. “Todas las llegadas en alto son bonitas, pero esta lo es más”, describe Clavero. “Normalmente en la cima tienes unas vistas preciosas y ya está. En este caso te encuentras con adoquinado y un santuario precioso. Franqueas la meta, te abstraes y piensas: ‘Si los antiguos vinieron hasta aquí para plantar una iglesia, este lugar debe ser verdaderamente especial’”.
Especial fue también aquella victoria del Pirata, la mayor exhibición entre las muchas que ofreció en aquel Giro. La razón fue un salto de cadena mediado el puerto, cuando su Mercatone Uno marcaba un paso cuartelero en cabeza del pelotón. De repente tuvo que orillarse en la carretera, perder casi un minuto, ver cómo le pasaban medio centenar de rivales.
“Y no nos quedamos quietos, sino que aceleramos”. Pero Pantani aceleró aún más. Devoró aquellos ocho kilómetros de pendientes sostenidas, sin apenas rampas, y fue rebasando rivales. Tan rápido iba que no necesitaba pedalear en las curvas. Y ganó, claro. Aquello no podía terminar de otra manera. “No he visto una superioridad así en la vida. Lo difícil parecía fácil. Era otro ciclismo, sí, pero de un burro no sale un caballo de carreras”, sentencia Clavero.
18 años después, a Nairo Quintana le comparan con Marco Pantani. El colombiano rehúsa la comparación. “Teníamos características parecidas, pero estamos en otros tiempos, somos de generaciones distintas”. Con los mismos argumentos la rechaza también Clavero: “Las comparaciones no hay que hacerlas entre generaciones distintas. Por edad, por afinidad, por el momento de la sociedad y del deporte… Los ídolos cambian. Mis favoritos de ahora son muy distintos de los favoritos de antes. En su momento Pantani fue Pantani, e Indurain fue Indurain. Ahora Nairo es Nairo”.
Sin embargo, el paralelismo será inevitable si Nairo Quintana decide arrancar montaña arriba en Oropa. No es la subida que mejor encaja con sus características, pero necesita aprovechar cada rampa para enjugar los dos minutos largos que le separan del actual maglia rosa Tom Dumoulin, mejor contrarrelojista que él y a quien las pendientes sostenidas que llevan al santuario se adaptan relativamente bien. “Nairo tiene que atacar, sí”, analiza Clavero; “pero, a mi juicio, sigue siendo el favorito. Ya ha ganado el Giro, no lo olvidemos, y esta es una carrera bastante particular que puede pegar un vuelco en cualquier momento”.
Más paralelismos. Tras el Giro, Nairo Quintana afrontará el Tour de Francia. Si llega con la maglia rosa conquistada, tendrá ante sí la oportunidad de rubricar el doblete cuyo último autor fue, precisamente, Pantani. Espolea el deseo de gesta la consideración de Eusebio Unzué, mánager de Movistar Team, de que el colombiano anda mejor en su segunda gran vuelta de la temporada que en la primera. “Aun así, con un Giro en las piernas es muy difícil imponerse en el Tour ante rivales descansados”, estima Clavero. “Pero si Eusebio, que es un sabio del ciclismo, lo ha elegido así… Sus razones tendrá”.