En los techos de esta iglesia italiana no hay frescos con motivos religiosos. En su lugar, está la bicicleta del mejor ciclista de todos los tiempos, el belga Eddy Merckx, apodado el Caníbal por la impiedad con la que despachaba rivales en la carretera. Hay otras más, como la del pío Gino Bartali, uno de los mitos locales que se llevó a la tumba el secreto de haber salvado a 800 judíos de la cámara de gas. A falta de vidrieras, el colorido de la ermita lo imprime una colección de maillots, entre ellos el que lució Miguel Indurain en el Giro de Italia del 95. Al lado hay otro de Bernard Hinault. Son las armaduras con las que sudaron los dioses de este deporte y pecadores oficiales de las dos ruedas como Marco Pantani. A ninguna ofrenda se le niega sitio en la Madonna del Ghisallo, la basílica De San Pedro del ciclismo.
“Cayeron en el camino persiguiendo sueños de gloria que alcanzaron en la luz del sacrificio de sus jóvenes existencias”. La frase se hace hueco en uno de los muros del templo, entre una galería de fallecidos cuya última incorporación será la de Michele Scarponi. El corredor del Astana murió el pasado 22 de abril tras ser atropellado por un coche cuando preparaba el asalto a la corsa rosa. Fotos de ciclistas anónimos a los que la muerte les llegó antes que la fama se mezclan con las de corredores consagrados. Muchos son niños. También está Alfredo Binda, la Gioconda, cinco veces campeón del Giro de Italia y tres veces campeón del mundo. Todos forman un anárquico pelotón fúnebre en el que no hay jefes de filas ni gregarios. Entre ellos posa también un joven Giulio Bartali, hermano de il Ginettaccio. Perdió la vida con 20 años. Otro coche.
Situada a una altura de 754 metros en la localidad de Magreglio, a unos 30 kilómetros de Como, esta ermita forma parte del recorrido habitual del Giro de Lombardía, uno de los cinco monumentos del ciclismo. Joaquín Rodríguez Purito, fue el último español en ganar la clásica de las hojas muertas, como se conoce esta carrera que se celebra cada año en otoño. La ascensión a la Madonna del Ghisallo también ha sido incluida varías veces en el recorrido del Giro de Italia. Pero sobre todo es un lugar de peregrinación de ciclistas. De todo aquel que sea capaz de desafiar sus rampas para suplicar o agradecer.
Origen del templo y la patrona
La iglesia fue construida muchos siglos antes de que se inventase la bicicleta, concretamente en el siglo XI. La versión oficial cuenta que en la zona había un icono mariano venerado por la comunidad local. Entre los habitantes había un tal conde Ghisallo a quien unos bandoleros tenían amenazado de muerte. Rezó a la Virgen y logró salvar la vida. En agradecimiento construyó la ermita, aunque la estructura actual data del año 1681. El edificio tiene alrededor de 15 metros cuadrados y un campanario. Sería una iglesia más de las muchas que hay por la zona de no ser porque en 1949 el Papa Pío XII nombró a la virgen que custodia patrona oficial de los ciclistas italianos.
Para ello fue clave la participación de Ermelindo Viganò, párroco local y aficionado al ciclismo. Su tumba preside el centro de la planta en la que se erige una antorcha, hoy alimentada artificialmente con electricidad, que rememora la llama que portaron hasta la Madonna del Ghisallo los primeros espadas de la época para terminar de convencer al Vaticano de que ella tenía que ser su patrona. Era la época dorada del ciclismo y los capos del pelotón no se limitaban a preparar el Tour de Francia. Lo corrían todo, incluido el Giro de Lombardía de su Madonna.
El reclamo del lugar ha dado para construir un museo del ciclismo y dos restaurantes. Un grupo de jubilados abarrota el comedor de uno de estos establecimientos. Entre plato y plato un hombre con un extraordinario parecido a José Sazatornil hace sonar un organillo y todos se levantan de sus sillas para bailar por parejas los grandes éxitos de la música popular italiana. Es casi la única escena que rompe con la constante presencia del ciclismo. La entrada al restaurante en el que los abuelos se divierten está presidida por un dibujo de la mítica foto del bidón que protagonizaron Bartali y Coppi, compartiendo el agua en la ascensión al Galibier en 1952. La rivalidad entre ambos fue la enésima excusa que encontró Italia para partirse en dos. En los años 30 y 40 del siglo pasado se era de Gino o se era de Fausto.
Coppi, Bartali y las dos Italias
Coppi, il campionissimo, era mujeriego, joven, vestía siempre elegante y fue adoptado por la Italia comunista en contraposición a Bartali, creyente católico, el favorito de Mussolini. Lo cierto es que ni Coppi era comunista ni Bartali era fascista. Los bustos de ambos reciben hoy a la entrada de la ermita del Ghisallo.
Tras la muerte de Bartali se supo que entre 1943 y 1944 colaboró con una red dedicada a poner a salvo a judíos italianos. Para ello les proporcionaban pasaportes nuevos. El encargado de cruzar los controles militares era Bartali. Llevaba los documentos escondidos en el cuadro de su bicicleta y enrollados debajo del sillín. Cuando los soldados le veían pasar, en lugar de registrarle, le jaleaban. Todo menos molestar al héroe en sus entrenamientos.
Coppi es aún hoy el ciclista que más veces ha ganado el Giro de Lombardía y por supuesto dos bicicletas suyas también ocupan un lugar destacado en lo más alto de la Iglesia del Ghisallo. El resto de la decoración corre a cargo de decenas de banderines de clubes ciclistas y hasta un rosario hecho con una cadena de bicicleta. Junto a una hucha para donativos hay folletos en varios idiomas sobre la historia del lugar y estampitas de la virgen con la oración del ciclista.
La relación entre los pedales y la fe se reforzó en 1973 con la inauguración del monumento al ciclista a cargo del Papa Pablo VI. La escultura presenta a un corredor victorioso que alza su brazo en señal de triunfo. A su lado otro corredor yace en el suelo demarrado. La placa conmemorativa dice lo siguiente. “Entonces Dios creó la bicicleta/ para que el hombre la hiciese instrumento de fatiga y exaltación/ en el arduo camino de la vida/ en esta colina/ que se ha convertido en monumento/ a la épica deportiva/ de nuestra gente/ que siempre ha sido/ agria en la virtud y dulce en el sacrificio”.