Ninguno de los cinco Monumentos del ciclismo tienen nada que ver con cualquier otra carrera del calendario. El aura especial que envuelve a cada una de estas competiciones es casi místico o religioso, algo que motiva de una forma extraordinaria a los ciclistas y que encandila al público que se da cita en las cunetas o que lo sigue fervientemente por televisión.
El tercer Monumento en aparecer en el calendario es la París-Roubaix. Lo hace después de la Milán-Sanremo y del Tour de Flandes, y antes de la Lieja-Bastoña-Lieja e Il Lombardia, en medio de la temporada. Para gustos están los colores, pero para muchos aficionados esta es la carrera más espectacular de todo el año por sus tramos adoquinados que no tienen parangón con ningún otro camino.
Este domingo se celebra la edición 120 de esta mítica prueba que vio la luz allá por 1896. La competición ha visto de todo, campeones de diferente tipo, favoritos e inesperados, entrando a meta de diferentes maneras. El final en el velódromo de la localidad de Roubaix es ya una de esas estampas míticas del ciclismo que se suceden temporada tras temporada, allí donde las emociones del ganador se desatan después de dar una vuelta al coliseo abarrotado de gente.
La época del año en la que se disputa la París-Roubaix la convierte todavía en algo más especial. Abril puede dejar un calor agobiante y una sequía que convierte en una nube polvo los tramos adoquinados, o unas lluvias intensas que hacen que estas zonas sean auténticas pistas de patinaje.
El último en ganar fue Dylan Van Baarle. Lo hizo el año después del increíble triunfo de Sonny Colbrelli, ahora fuera del deporte profesional por problemas cardíacos, que entró en meta como si fuera un muñeco de barro, con tierra hasta en el último centímetro de su cuerpo. Este año no se esperan grandes precipitaciones, pero algunos tramos sí que guardan aún algunos charcos de las lluvias de días anteriores que pueden convertirse en una trampa.
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En total, los ciclistas se enfrentarán a 29 tramos de adoquines, un total de 54,5 kilómetros sobre el recorrido de 257. A todos ellos la organización los cataloga en función de su dificultad, desde aquellos más complicados que tienen cinco estrellas, hasta los más asequibles que cuentan con una estrella. Tan sólo tres de ellos son de una destreza máxima, y hacen que en ellos la carrera se dinamite en diferentes momentos.
La Trouée d'Arenberg (2,3 km)
Pocas veces una recta kilométrica como esta había sido tan relevante para el ciclismo. Con casi 100 kilómetros ya en las piernas, los ciclistas afrontarán su primer tramo adoquinado de cinco estrellas. Se trata de un lugar emblemático que se introdujo en la prueba allá por 1968 y que cuenta con un gran peso simbólico.
No tiene curvas, algo que lleva a engaño porque pudiera parecer un paso fácil, pero año tras año es habitual ver a los ciclistas retorcerse ante el látigo de sus rivales buscando la manera de evitar los adoquines más duros. Aquí el cuerpo vibra hasta unos límites insospechados y los corredores buscan las cunetas para escapar del traqueteo.
Las imágenes del pelotón todavía más o menos nutrido que suele llegar aquí sumergiéndose en el Bosque de Arenberg ponen los pelos de punta, y las cientos de personas que se dan cita a ambos lados de las baldosas hacen el resto para conformar un clima perfecto de ciclismo.
Aquí la carrera puede cobrarse sus primeras víctimas, bien sea por caídas, pinchazos, mala colocación o incluso falta de fuerzas, pero nadie sale indemne de este paso.
Mons-en-Pévèle (3 km)
Esta tramo no defrauda. Con la carrera totalmente lanzada y a unos 50 kilómetros para que se llegue a la línea de meta, este es un lugar marcado en rojo para aquellos que quieren terminar de dinamitar todo. Cinco estrellas, tres kilómetros de sufrimiento y dos curvas, una de derechas y otra de izquierdas, que meten el miedo en el cuerpo de todo el que pasa por allí.
Pese a que no hay previsiones de lluvias para este domingo, sí que ha habido precipitaciones en los días anteriores que han dejado toda la zona llena de barro y muy resbaladiza, una trampa muy difícil de esquivar. Las ruedas deslizan demasiado sobre los adoquines y es muy fácil ver a la gente irse al suelo. Mantener el equilibro no va a ser algo sencillo.
Hay quien dice que este es el sector de pavé más complicado de los 29 que se atraviesan a lo largo de la carrera, y desde luego hay motivos para defender esta afirmación. El inicio es muy rápido porque se entra en una zona de descenso, así que los nervios por entrar en buena posición son siempre evidentes antes de afrontar Mons-en-Pévèle.
Poco más adelante, el barro se confunde con los adoquines, así que es fundamental buscar las cunetas para evitar las caídas, aunque si todavía quedan algunos charcos de agua a los lados esto es siempre más complicado. Después, quedarán casi 50 kilómetros por delante todavía, pero estos tres kilómetros dejan las piernas temblando.
Carrefour de l'Arbre (2,1 km)
El Infierno del Norte es exigente desde la salida hasta el último metro. Por eso, a pocos kilómetros ya del velódromo de Roubaix aparece uno de los tramos más míticos de la prueba como es el Carrefour de l'Arbre. Cinco estrellas para un tramo de poco más de 2 kilómetros que se hacen eternos, más aún cuando las fuerzas ya llegan al límite y la luz de reserva aparece encendida en todos los corredores.
En este trayecto guarda multitud de trampas y de sorpresas que impiden que los ciclistas puedan bajar la guardia ni un solo segundo si no quieren encontrarse con algún susto serio nada más comenzar. La entrada a este tramo ya es fundamental para no entrar en la parte trasera de un grupo que todavía será grande, así que habrá una gran lucha para llegar bien colocado al primer giro.
Se trata de uno de los tramos más técnicos que suele aparecer al final, así que es el definitivo. Las caídas son un elemento habitual de este sector, algo que le llegó a costar muy caro por ejemplo a Thor Hushovd en su duelo contra Boonen en 2009.
Más allá de los adoquines, lo que convierte a este tramo en un cinco estrellas y en uno de los puntos más peligrosos de la carrera son sus seis complicadas curvas. Los ciclistas deberán tener mucho cuidado de no tumbar la bici en exceso, aunque no será fácil atemperar el entusiasmo porque es el momento clave de la carrera.