La magia del Tour de Francia recorre cada año la geografía de un país que vive por y para la bicicleta. Tres semanas en las que se concentran las emociones de mayores y pequeños mientras sus grandes ídolos escriben la historia pedalada a pedalada. Días en los que todo gira alrededor de batallas épicas que pasan de abuelos a nietos. Horas que siempre quedan en la memoria por sus pequeñas anécdotas.
El Tour de Francia es la competición ciclista por antonomasia. La prueba que todos los niños sueñan con ganar algún día. La carrera de tres semanas más dura e importante del calendario. Esa que destroza año tras año los niveles de audiencia, que lidera todos los mercados y que siguen hasta aquellos que no se confiesan enamorados de los piñones y las cadenas.
El Tour de Francia es Pogacar. El Tour de Francia es Vingegaard. El Tour de Francia es Evenepoel. Y el Tour de Francia lo fueron Pantani, Indurain, Hinault o Eddy Merckx. Sin embargo, la magia del Tour de Francia no solo la ponen ellos, también la ponen las decenas de miles de personas que abarrotan sus carreteras pidiendo un bidón a sus ídolos, gritando enloquecidos y mostrando con el brillo de sus ojos una emoción que no se describe con palabras.
Pero la magia del Tour de Francia también está en su caravana, en los cientos de mecánicos y operarios que acompañan a la élite día y noche, trabajando sin descanso para que todo funcione como un reloj suizo. Y aunque no lo parezca, la magia del Tour de Francia también está en las horas de espera en cada puerto, aguardando a la aparición de los héroes, compartiendo anécdotas y vivencias con los que beben de la fuente de tu misma locura. Porque aunque muchos lo intentan con bastante acierto, el Tour es inenarrable por su propia inmensidad.
Ahora, con la general encarrilada para Pogacar tras su última exhibición camino de Plateau de Beille, EL ESPAÑOL ha podido ser testigo directo de dónde se esconde la esencia de una prueba tan única gracias a Decathlon y al equipo Decathlon AG2R La Mondiale, la escuadra revelación de la presente temporada y con la que hemos vivido la etapa 15 de la carrera. Una misión buscando esa mística que aguarda en las grandes cimas y en los contratiempos más inesperados, pero que solo se palpa viviendo su día a día desde dentro.
El Tour de Francia desde dentro
Hay una cara del Tour de Francia que todos conocemos. La del maillot amarillo camino de los Campos Elíseos de París, la de la serpiente multicolor llevando la felicidad a todos los rincones del estado galo y la de esas inevitables siestas del mes de julio amenizadas por el ruido hipnótico de los helicópteros.
Sin embargo, en paralelo, hay otros miles de Tour de Francia, aquellos que viven todas las personas que de una u otra manera forman parte de la carrera en algún momento. EL ESPAÑOL ha podido ser un pequeño pedacito de todas esas historias gracias a Decathlon y al equipo Decathlon AG2R La Mondiale, escuadra que acumula este curso 26 victorias y que se encuentra peleando con Felix Gall por el Top-10 de la general de la ronda francesa.
La formación gala ha permitido que este medio pueda colarse en sus entrañas para vivir desde dentro la etapa de este domingo 14 de julio, día grande en Francia al celebrarse la fiesta nacional de La República. Una misión que no ha sido sencilla, pero que ha estado repleta de esos pequeños sabores que van dando vida y color a uno de los mayores eventos deportivos del mundo.
Y es que vivir un Tour de Francia desde dentro implica toparte con la Gendarmería francesa nada más arrancar tu viaje. O tener que pasar 'el mal trago' de disfrutar de las espectaculares vistas de los Pirineos desde el impresionante telecabina que conecta la población de Loudenvielle con el colosal Peyragudes, donde Alejandro Valverde venció en el año 2012. Un skyvall que supuso una ruta alternativa inmejorable y el salvavidas que un avispado taxista le lanzó a EL ESPAÑOL y a Bicio-Sport y al Diario As, los medios que nos acompañaban en esta trepidante aventura.
Y es que si algo tiene vivir el Tour de Francia desde dentro es que en cada rincón te espera un nuevo imprevisto que cambia tus planes para generalmente hacerlos mejores. El Tour, por dentro, es el gigante que todo gran amante de la bicicleta se espera desde fuera. Es presenciar las vivencias que surgen en torno al village donde se reúnen todos los patrocinadores y donde tiene lugar el briefing inicial de Christian Prudhomme. Es emoción desde horas antes de la salida neutralizada. Es un ir y venir de gente, de trabajadores y de grandes personalidades del universo de la bicicleta.
Así, en un abrir y cerrar de ojos, puedes conocer a estrellas del ciclismo francés como Ludovic Turpin, Mikaël Cherel o Clement Dupuy, o estar en la fila de coches sorteando curvas a toda velocidad mientras recorres metro a metro la etapa que por detrás devora un pelotón enfervorecido por el implacable ritmo que impone el Visma - Lease a Bike de Jonas Vingegaard.
Y a la vez, de buenas a primeras, el Tour de Francia te sorprende con el descanso del guerrero. Esa parada técnica para el almuerzo en mitad de un valle sin parangón en pleno paraíso pirenaico bajo un cálido sol que disipa los peores presagios de lluvia.
Ahí, en cada respiro, Dupuy aprovecha darte sus píldoras de sabiduría que sirven para explicarte cómo se organiza la gran caravana del Tour: "Cada equipo lleva dos coches, uno para los fugados (dorsal rojo) y otro para los líderes tras el pelotón (dorsal negro). Y en cada uno van dos directores uno que conduce y otro que da las instrucciones a los ciclistas por la radio". Eso, también es la magia del Tour. Como decía Tom, miembro de la organización del equipo Decathlon AG2R La Mondiale, "hay que vivir para venir y disfrutar el Tour".
Al menos, esa es la lección que aprendes cuando ves la cara de miles y miles de personas agolpándose en las cunetas, con sus caravanas, con sus barbacoas y con sus disfraces. Kilómetro a kilómetro van cayendo colosos como el Peyresourde, el Col de Menté o el Portet d'Aspet con su estatua en homenaje al italiano Fabio Casartelli y ves cómo la emoción se hace patente en las risas, en los bailes y en los cánticos de las legiones de aficionados que vibran durante horas al son de la caravana del Tour.
Con un saludo o un choque de manos se sienten realizados, al menos hasta que los Pogacar, Vingegaard, Felix Gall y compañía pasan ante ellos poseídos por la velocidad de la competición, esa que Radio Tour te narra segundo a segundo para no perderte nada a pesar de los quiebros de la cobertura entre las infernales rampas del Col d’Agnes y el Port de Lers, no puntuable en esta ocasión.
En esas cunetas, germen de amistades que superan el paso de los meses hasta un nuevo Tour, se reúnen españoles, franceses, colombianos, daneses, británicos y todas y cada una de las nacionalidades que uno pueda imaginar. Hasta eslovenos, seguramente los menos numerosos, pero los más felices tras la exhibición de su astro, el genio de Komenda que promete romper todos los registros.
El Tour después del Tour
El Tour de Francia es tan grande porque, entre otras cosas, es eterno. Es una carrera que abarca una dimensión del espacio y del tiempo infinitas. Por eso, aunque te levantes antes de las 08:00 horas de la mañana, nada te garantiza que vayas a regresar antes de que arranque un nuevo día. El Tour lleva sus propios ritmos.
La etapa de este domingo 14 de julio, día de la República en Francia, cerró su épica y gloriosa batalla en Plateau de Beille, un puerto que será recordado para siempre por ser el epicentro de la mayor exhibición jamás forjada por un ciclista. Y es que solo así se puede calificar la portentosa actuación de un Pogacar que destrozó a Vingegaard y el récord de Marco Pantani en dicha cumbre rebajándolo en más de tres minutos.
Sin embargo, esta cima de más de 15 kilómetros a casi el 8% de pendiente media y cuya cota se sitúa cerca de los 1.800 metros de altitud, tiene también un gran inconveniente. Es puerto de única subida y, por lo tanto, de única bajada. El glamour de la zona VIP repleta de palcos, pantallas gigantes y canapés dio pie al monumental atasco de coches y autobuses que abarrotaban la zona.
Mientras los ciclistas abandonaban el lugar de los hechos tras la etapa silbato en boca para avisar a los peatones, deshaciendo sus pedaladas pendiente abajo, Plateau de Beille se convirtió en un mar de curvas en el que muchos ahogaron sus esperanzas de poder ver la final de la Eurocopa como lo habían planificado: cerveza en mano y gritando eso de 'Yo soy español, español, español' con los suyos.
Sin embargo, el Tour son sus anécdotas, y qué mejor anécdota que cantar los goles de Iñaki Williams y Mikel Oyarzabal encerrado en un autobús, en pleno maremágnum de vehículos y mientras suplicas por un poco de cobertura que no te amargue una tarde que, sin duda, fue mágica. Y es que los traslados, las voces, el gentío, las mareas de aficionados y la montaña descongestionándose segundo a segundo para volver a su paz habitual también son parte de la mística de la mejor carrera del mundo.
Pero al final, ese domingo 14 de julio, día de Francia, a quien le sonrió la suerte fue a los pocos españoles que pudimos disfrutar con los golpes de Carlos Alcaraz en Wimbledon y con el fútbol de nuestra Selección campeona de la Euro en Berlín mientras abandonábamos territorio enemigo para volver a Loudenvielle, nuestra segunda casa. Eso sin olvidar los destellos de clase de Mikel Landa, de Carlos Rodríguez, de Enric Mas y de Oier Lazkano camino de la temida meta de Plateau de Beille en la que se forjó la mejor etapa del Tour. Esa en la que no faltó una fuga de altos vuelos, la gran batalla entre los dos colosos y el apoyo de un público entregado que golpeó con fuerza cada metro de valla del último kilómetro y medio de la jornada.
Muchas horas de viaje y de sol abrasador después, EL ESPAÑOL regresa a casa con la mochila repleta de emociones y experiencias y agradecido al Decathlon AG2R La Mondiale por abrir sus puertas y sus mayores secretos en todo un Tour de Francia que sigue su curso camino de Niza, donde Pogacar espera abrocharse su tercera Grand Boucle. Para ello, tendrá que mantener los 3'09" de ventaja que mantiene sobre un heroico Jonas Vingegaard y los 5'19" que atesora ante un espectacular Remco Evenepoel. Tarea que a priori no parece complicada, pero que se decidirá entre los Alpes y la contrarreloj final de Niza.