En Israel ya no quedan policías para el fútbol: están demasiado ocupados con asuntos de mayor enjundia. Desde el pasado día 16, cuando se suspendió por riesgo de incidentes el partido de la Segunda División entre Hapoel Ashkelon y Bnei Lod, se han cancelado varios encuentros “delicados” entre clubes judíos y árabes por el incremento de la inseguridad en el país. Las competiciones de fútbol infantil y juvenil están oficialmente paralizadas: el riesgo de la presencia simultánea de hinchas judíos y árabes es demasiado elevado, creen la policía y la federación, en plena explosión de violencia que ha costado la vida en tres semanas a 62 personas (53 de ellas palestinas).
Idan Spitz, judío, nacido en la localidad de Haifa, fue árbitro de diferentes categorías entre 2006 y 2012 y explica a EL ESPAÑOL que “el problema en Israel son las aficiones, no los jugadores. Yo incluso debo reconocer que prefería ir a arbitrar a pueblos árabes, donde la costumbre de la hospitalidad está más desarrollada y te invitan a comer después [sonríe]… Jamás en todos mis años de arbitraje tuve un problema con un jugador o un entrenador. Ni un solo momento de miedo. El terror lo producen las hinchadas, que son incontroladas”.
La politización del fútbol israelí como reflejo de sus profundas divisiones étnicas, ideológicas y de clase es mucho menor que hace dos décadas, pero aún se percibe claramente, por ejemplo, en el enfrentamiento que mantienen el Hapoel Tel Aviv (laborista y de clase trabajadora) y el Beitar Jerusalem, máximo símbolo de la línea dura sionista, el único equipo israelí de primera fila que se niega a contratar futbolistas palestinos o musulmanes. ‘La Familia’, su grupo de hinchas más violentos y racistas (algunos de cuyos representantes están actualmente en prisión), atacó recientemente a un seguidor del Hapoel con un hacha, lesionándole gravemente. Dos aficionados fueron detenidos. Este mismo mes intercambiaron también lanzamientos de piedras con la hinchada de Bnei Sakhnin, el único equipo formado exclusivamente por árabes en la primera división.
El ejemplo de Charleroi
El comportamiento de la afición del Beitar ha dado la vuelta al mundo: en julio, en Charleroi (Bélgica), su afición encendió bengalas, tiró bombas de humo, colgó un gigantesco cartel racista en el estadio e hirió al portero rival con un objeto volante. Su dueño, Eli Tabib, con antecedentes criminales y sospechas por corrupción, dijo estar “horrorizado” y decidió vender el club tras el escándalo internacional. “Yo sentí y siento vergüenza”, confiesa Spitz sobre el equipo de Jerusalén. Aunque sus camisetas dicen ‘No al Racismo’, todo el mundo sabe que el eslogan es únicamente una forma de aligerar las sanciones recibidas por sus permanentes cantos antiárabes (“Mahoma es homosexual” es uno de sus favoritos).
Los hinchas del Sakhnin tampoco son corderos y siempre colaboran en el lanzamiento de piedras. En sus duelos contra el Beitar, sus aficionados animan a los jugadores en árabe, pero insultan al árbitro y a los futbolistas rivales en hebreo, para que no haya dudas. “La hinchada israelí es particularmente agresiva”, explica Spitz. “Muchas cosas se dicen también entre equipos judíos, no tienen traducción en actos concretos”. (Por ejemplo, una canción del Hapoel pide que los aficionados del Maccabi sean quemados o asesinados).
Los episodios de violencia deportiva entre judíos y árabes no se circunscriben, por desgracia, a los partidos del Beita. En septiembre, por ejemplo, hubo disparos durante un encontronazo entre seguidores del Maccabi Tel Aviv y grupos de palestinos que celebraban la festividad musulmana del Eid al-Adha. Tristemente célebre es también la pancarta "Refugees not welcome", mostrada por la afición del Maccabi durante el aluvión de desplazados sirios a costas europeas hace unas semanas. “En realidad, es un fiel reflejo de la política de cero refugiados de Netanyahu”, cuenta a este periódico (desde Nablús) Sete Ruiz, miembro de la RESCOP (Red Solidaria Contra la Ocupación de Palestina), que trabaja precisamente en asuntos deportivos.
‘Apartheid’ futbolístico
Para Ruiz, “la ocupación de Israel sobre Palestina y el régimen de apartheid, colonización y limpieza étnica que sufre el pueblo palestino afecta a todos los aspectos de la vida de una manera transversal. El mundo del deporte no es ajeno a ello”. Un 20% de la ciudadanía israelí es de origen árabe, en su inmensa mayoría pro palestinos (aunque una rama sí hace el servicio militar israelí). “La nueva medida tomada por la Federación es la enésima forma de tratar de esconder debajo de la alfombra el profundo racismo que, al igual que en el resto de la sociedad, afecta al fútbol israelí”, concluye el activista.
Gonzalo Boyé, abogado de la Federación Palestina de Fútbol en las reclamaciones ante la FIFA para suspender a Israel, lamenta que el fútbol “sirva para enfrentar en lugar de para unir” y reconoce “una mayor voluntad reciente de la federación israelí, para no ser inhabilitados”. Boyé, que utiliza también el término “apartheid”, critica el “boicot al desarrollo del fútbol palestino y a los desplazamientos por parte del Gobierno israelí, bajo el pretexto de las políticas de seguridad”. La Liga Palestina, dividida por cuestiones políticas en dos competiciones (Gaza y Cisjordania), pudo disfrutar en 2015 su primera final en quince años. “Somos el único país del mundo con una Liga separada en dos por la fuerza ocupante”, remata al otro lado del teléfono.
Intervención de la FIFA
A comienzos de octubre, 'La Familia' y el grupo de derecha Lechava (que quiere evitar la asimilación de no judíos en Israel) organizaron una manifestación en la que sus miembros llevaban camisetas del ilegalizado partido racista Kach y gritaban “Muerte a los árabes”. Hechos como éste empiezan a suponer una seria complicación en los intentos israelíes por evitar que la FIFA algún día suspenda al país y lo excluya del mundo del fútbol. Estuvo cerca de suceder en mayo, cuando Palestina acabó retirando una resolución que exigía una penalización al país por sus políticas racistas (como sucedió en el pasado con la Yugoslavia de Slobodan Milosevic o Sudáfrica). En su lugar se formó un Comité de mediación Israel-Palestina cuyo panorama actual, ante el rebrote de la violencia, es crecientemente arduo. La amenaza de una suspensión FIFA es una posibilidad tangible en el contexto de una opinión pública cada vez más crítica hacia Israel. El Sevilla FC, por ejemplo, rechazó el mes pasado una propuesta de cinco millones de euros para llevar publicidad de turismo israelí.
También hay elementos para una cierta esperanza. Los ‘ultras’ del Hapoel y del Sakhnin, por ejemplo, cooperaron este año en una campaña antirracista conjunta que logró sumar a grupos activistas europeos. El equipo de Tel Aviv mantiene, además, programas juveniles en áreas judías, rusas y árabe-israelíes y ha creado un programa futbolístico en Cisjordania con la ayuda de varias ONG. Sin embargo, el ambiente actual y la psicosis por los apuñalamientos indiscriminados de palestinos desesperados impide la vuelta a la normalidad deportiva.
El periodista israelí Adi Rubinstein apunta el riesgo de que estos conflictos futbolísticos sean brotes primerizos de tendencias más profundas: “Lo que pasa en Israel últimamente es más que nada una reminiscencia de lo que sucedió en Yugoslavia en la década de 1990. Esto es exactamente lo que pasó allí. ¿Y cómo terminó?”, pregunta retóricamente.
Incremento de la tensión
Para otros actores, la explicación de los incidentes es muy diferente. La publicación especializada sobre Oriente Medio Al-Monitor citaba hace poco a un miembro de 'La Familia' justificando así sus actos: “Se trata sólo de soltar un poco de tensión… Ahora hay restricciones en todas partes y para todo. No se puede blasfemar, no se puede fumar en el bar. La lista de prohibiciones es interminable. Hay límites vayas donde vayas. Y la rabia se va formando dentro de ti hasta que finalmente explota”.
El diario israelí Haaretz defendió recientemente en un editorial la ilegalización de 'La Familia'. “Su violencia — dentro y fuera del campo — es terrorismo en todos los sentidos”. Idan Spitz, el árbitro judío, recuerda lo que le decían los equipos cada vez que le tocaba pitar en un pueblo árabe (antes del partido, la comida y los dulces): “No queremos mezclar política y fútbol… Lo único que queremos durante estos 90 minutos es ignorar toda la mierda que hay alrededor y jugar al fútbol”.
Ahora mismo, ni siquiera eso parece posible.