La pasada temporada, Jürgen Klopp, entonces entrenador del Borussia Dortmund, llegó a Navidades con la soga al cuello: en descenso y con la Champions como único horizonte posible. En aquel momento, muchos podrían haber arremetido contra él, pero no lo hicieron. Pocos meses después, y tras anunciar su marcha, su equipo consiguió clasificarse para la Europa League y disputó la final de la Copa de Alemania. ¿Qué quiere decir esto? Simplemente, que en el fútbol, como en la vida, pocas cosas son irreversibles. Las tendencias, a veces, necesitan de un paso al frente de alguien para cambiar su hado. ¿Y qué tiene que ver esto con Mourinho? Demasiado, aunque toca ir por partes.
El Chelsea, a día de hoy, se encuentra en una situación parecida a la de aquel Borussia Dortmund. Ha caído en la Capital One Cup, es decimoquinto en la Premier League, ha encajado 22 goles y tan solo ha sumado once puntos. Es decir, sin cruzar el ecuador de esta campaña, tan solo alberga esperanzas en la Champions League, donde es tercero de su grupo tras caer contra el Oporto (2-1) y no pasar del empate ante el Dinamo de Kiev (0-0). Pero lo peor no son los datos, sino las sensaciones. Desde hace semanas, los blues parecen haber perdido el alma que los convirtió en campeones la temporada pasada. ¿Por qué? He ahí la cuestión.
En Dortmund no hubo revueltas ni motines. Y si los hubo, los responsables de comunicación se encargaron de evitar que se publicaran en la prensa. Tanto el técnico como el club actuaron conforme a lo establecido. Sin embargo, en el Chelsea todo ha saltado por los aires. El pasado fin de semana, tras la derrota contra el Liverpool de Jürgen Klopp (3-1), un jugador le habría confesado a un periodista de la BBC que “prefería perder antes que ganar para Mourinho” y que su relación con el vestuario “había tocado fondo”. ¿De quién se trata? Según los medios ingleses, de Cesc Fàbregas, enemigo en Barcelona y amante en su vuelta a Londres. Él sería el líder del motín, o, dicho de otra manera, el topo del vestuario.
La situación no es nueva para el técnico portugués. En su tercer año en el Real Madrid, el ocaso llegó envuelto entre polémicas parecidas. Entonces también hubo otro topo. Eso sí, nunca se llegó a confirmar de quién se trataba. Ahora, en el Chelsea, de nuevo, el vestuario se habría atrincherado entre los que están a favor de su continuidad (Cahill, Ramires…) y un grupo de rebeldes encabezado por Cesc Fàbregas, que ha respondido ante las acusaciones a través de Twitter: “Quiero aclarar que, contrariamente a lo publicado en algunas webs, estoy extremadamente feliz en el Chelsea y tengo una excelente relación con el entrenador. Hay, quizás, personas que quieren desestabilizar el club desde fuera, pero creo que nosotros remontaremos y estaremos bien otra vez”.
¿Y qué opina Mourinho de todo esto? “Nuestra situación sólo responde a razones futbolísticas”, reconocía en la rueda de prensa previa contra el Dinamo de Kiev. Sentado en la tribuna, serio y contestando con monosílabos. Sin entrar en polémicas, pero sin abandonar su papel: “Os voy a contar una cosa. Un amigo mío me envió un mensaje con algunas de las frases que pronuncié tras ganar la Champions en mayo de 2004. Entonces, dije que algún día llegarían las derrotas. Pues bien, desde entonces han pasado 11 años”, sentenciaba.
Puede, obviamente, que sólo sean problemas futbolísticos. De hecho, el gran problema se encuentra dentro del campo. Pero fuera hay mucho más. No sólo la supuesta guerra entre jugadores y técnico, sino también otras muchas cosas. Y si no se lo creen, pregúntenle a la ex médico blue, Eva Carneiro, que este mismo martes presentaba una demanda contra el Chelsea por “despido encubierto”. O al propio Mourinho, que también recibía una sanción de la FA por su lenguaje y comportamiento contra los árbitros. Ya saben: topos, conspiraciones y todo lo que se les ocurra. ¿Y con la misma capacidad que aquel Dortmund de Jürgen Klopp para darle la vuelta a la situación? “Tengo cuatro años y siete meses para hacerlo”, contestó en rueda de prensa. Poco más se puede añadir al respecto.