Se puede hablar –y se hace– de lo mucho que trabaja el Atlético. Se puede decir –y se dice– que además es una roca en defensa y un conjunto sólido en el centro del campo. Todo lo anterior se puede comentar en una crónica, y como tal suele aparecer escrito en diferentes medios. Pero la realidad es que, por encima de todo lo anterior, hay una cosa que no pierde este conjunto: la fe. Porque sin ella, probablemente, la historia de este equipo sería otra: no habría ganado la Liga en el Camp Nou y, obviamente, tampoco estaría peleando este campeonato junto a Real Madrid y Barcelona.



La fe, que en la mayoría de los casos tiene más que ver con lo irreal o religioso, esta vez se fundamentó en decisiones. Cuando peor lo estaba pasando el Atlético de Madrid, en la segunda mitad, el Cholo Simeone movió el banquillo. Dio entrada a Thomas y a Correa. Y ellos dos fabricaron el primer gol, en el minuto 42, cuando ya nadie lo esperaba. El canterano se la puso al argentino y éste la colocó en la escuadra. ¿Y después? Más de lo mismo, en el último instante, apareció Griezmann para picarla por encima de Yoel y agarrar la victoria con un grito al aire y una declaración de intenciones.



Por tanto, el Atlético acabará el año arriba, junto a los poderosos, como es costumbre desde que llegó Simeone. Pero, como corresponde antes de tomar las uvas, toca hacer balance. O, si quieren, hablar del comienzo, del desarrollo y del desenlace de este principio de curso. Y así tiene que ser. Entre otras cosas, porque desde que empezara la actual campaña se han visto, dentro de un mismo estilo de juego, varias versiones de un mismo equipo. Con una raíz común, se ha dudado del conjunto del Cholo ­–en los primeros días– y se ha observado la conversión de los colchoneros en unos candidatos firmes a todo.



Entre las virtudes, ya saben, la mencionada defensa, la capacidad para transformar las pocas oportunidades que tiene y la solidez en todas sus líneas. Pero en cualquier análisis optimista, toca sacar algún defecto, aunque sea porque es la única forma de crecer. Y éste es el ataque. Así quedó patente, una vez más, en el Estadio de Vallecas.



Contra el Rayo, el Atlético sacó a relucir sus dos versiones. La primera, en los primeros 30 minutos, con tres ocasiones muy claras, control, dominio y pegada. La primera, de Saúl, que no para de crecer desde que se lesionó Tiago; la segunda, de Carrasco, que lo intentó con un disparo cruzado que se fue cerca del palo; y la tercera, de Fernando, que se plantó delante de Yoel, pero no logró meterla dentro.



Pasados esos 30 minutos, tocó ver la segunda versión, la de un equipo más incómodo sobre el césped, con menos chispa en ataque y con problemas para crear ocasiones. Eso sí, dichos problemas demostraron ser menores con la entrada de Thomas y Correa. Porque ellos dos se fabricaron el primer gol en una buena combinación al borde del área y le abrieron las puertas de la defensa a Griezmann para que hiciera el segundo -bendito fondo de armario-. El tanto que coloca al Atlético en lo más alto y que cierra el año de la mejor manera posible de cara a lo que está por venir en 2016.