En la que ahora parece otra vida, Michu marcó goles en Old Trafford y en Anfield, ganó una Capital One, jugó con la selección española, en el Calcio. En la actual, el miércoles, la noche antes de debutar con el Unión Popular de Langreo en la Tercera división asturiana, ante 716 espectadores, Michu apenas pudo conciliar el sueño. Ya el jueves, el día del partido contra el Covadonga, tampoco consiguió dormir la siesta. Tiene 29 años y todo es nuevo otra vez.
La última noche que había jugado un partido oficial había sido en la Europa League contra el Young Boys: llevaba la camiseta del Nápoles, su entrenador era Rafa Benítez y en el campo, el Stade Suisse de Berna, cabían 32.000 espectadores. Era el 24 de octubre de 2014 y 441 días más tarde, después de debutar en Langreo, Michu aún lo recuerda bien: "Tuve que salir en el minuto 60 porque no aguantaba el tobillo".
Entre ambas noches del que fue jugador revelación de la Premier en 2013, han pasado varias intervenciones quirúrgicas en el tobillo derecho, algún amago de recuperación, tentaciones de dejarlo, empeño por seguir y muchas incógnitas. Todo eso flota en la noche húmeda del Nuevo Ganzábal, un pequeño campo sintético con 4.200 localidades unos 25 kilómetros al este de Oviedo, donde nació Michu. "Es un chaval majísimo. Está entrenando muy bien y tiene unas ganas tremendas", dice Beni, vocal de la directiva del Unión, portero en el estadio al principio de la tarde y lo que haga falta luego. "A ver qué tal", añade nervioso.
Unos metros más allá, entre la grada y la banda, fuma y camina acelerado el presidente del club, Víctor Fernández-Miranda. "Está ilusionado como un chaval. Es un tipo fantástico", dice. La agitación no viene sólo de los más de 15 medios acreditados. Es un club artesanal con algo más de 500 socios, en el que Juan, ingeniero técnico, se ha pasado el día coordinando el desembarco de periodistas (dos televisiones, varias radios, The Guardian...), mientras cumplía su jornada laboral en una empresa en Gijón. "He salido a las cinco y sin comer". Pero la tensión no es sólo por eso.
En esta vuelta a empezar de Michu se comportan con la cautela excesiva con la que un padre primerizo acaricia a su recién nacido. Sobrevuela el ambiente una impresión de estar ante una planta delicada y rarísima. Persiste el misterio de su fragilidad. "Mejor despacito", dice antes del comienzo del partido Chisco García, un periodista local que lo conoce bien.
Michu lleva meses cobijado en la burbuja del Unión, que entrena su hermano Hernán. Desde agosto trabaja con ellos, previa autorización del Swansea, club con el que aún tenía contrato hasta hace unas semanas. "Desde septiembre viene a las cenas del equipo como uno más. Los compañeros, todos chicos muy jóvenes, están como locos por jugar con él", dice el presidente. Durante todos estos meses, ha guardado silencio público. Tres días antes del partido, el lunes 4, cuando quedó oficialmente liberado y lo presentaron como jugador del Langreo, apenas dijo nada. Pero un partido, volver al fútbol, iba a ser distinto. "Creo que luego me va a tocar hablar", dice Michu al llegar al estadio.
Poco antes de las siete y media, él es el último en salir del vestuario. Lo hace a la carrera, sonriente. Se sienta en el banquillo, lo rodean cámaras de vídeo y televisión, y le desaparece la sonrisa. Aguanta tenso hasta que acaban. Hasta que empieza el fútbol. Detrás de una portería un aficionado ha colgado casi todas sus camisetas: del Real Oviedo, del Rayo, dos del Swansea, de la selección española y del Nápoles. "Me faltan un par del Oviedo y la del Celta", dice. Al regreso se ha acercado hasta Diego Cervero, jugador bandera del Real Oviedo y amigo de muchos años.
En una esquina de la grada, comienza un recital de cánticos sin pausa. El primer tiempo es un intercambio bastante equilibrado, con varias ocasiones desperdiciadas en cada portería. Hasta que, poco antes del descanso, el árbitro expulsa defensa del Covadonga Abascal, por una entrada que apenas parece falta. Hay protestas y tres tarjetas al banquillo visitante. El encuentro llega tocado al intermedio.
La hinchada del córner se va al bar que tienen justo al lado (caña, 1 euro; cañón, 2; cachi, 3), los releva la megafonía y Michu sale a calentar al campo vacío con un preparador. La inminencia del regreso provoca aplausos y codazos.
En la reanudación, Nuño marca enseguida para los locales. El speaker, tembloroso en la presentación por las cámaras que le grababan ("Bienvenidos al Ganzábal, onde se va a jugar el partido..."), pone música de gaitas con el móvil para celebrar el tanto. Michu se prepara en la banda para salir. Lleva el número 16 en una camiseta sin nombre similar a la del centenario del Barcelona: dos mitades verticales, roja y azul. Le deja el sitio Viesca, un zurdo con clase, y entra ovacionado a colocarse entre líneas, libre en un amplio espacio detrás de los delanteros. Son las 20.40.
Enseguida Nuño marca el 2-0 y el speaker vuelve a acercar su móvil al micro para poner las gaitas. Al lado del palco, graba el partido el segundo entrenador del Lugones, siguiente rival del Unión el domingo. "Esta no es nuestra liga -dice-. Nosotros podemos quizá llegar al décimo puesto, pero en cuanto despunta un jugador se lo llevan los de arriba: el Unión, el Caudal... Nosotros igual pagamos 300 euros al mes. Ellos pueden llegar a 800 o 1.000". Son las 20.47 y Michu engancha con la izquierda una volea que se pierde demasiado cruzada.
Ya ha robado dos balones cuerpo a cuerpo y se mueve con calma. Se ofrece en apoyos al primer toque, desperdicia un par de ocasiones claras y da dos asistencias fantásticas que anula la banderola del juez de línea. Con 3-0 (el último en propia puerta), pita el árbitro y Michu sale corriendo al vestuario, sin esperar al saludo desde el centro del campo y el himno. De nuevo la duda sobre cómo estaba en realidad. Si querrá contarlo luego.
"Le vi muy bien -dice su hermano y entrenador-. Ahora lo importante es recuperarlo anímicamente y ver hasta dónde puede llegar. A mí me gustaría que pudiera continuar su camino en la élite. Pero hay que ver cómo van respondiendo el tobillo y el ánimo. Y que empiecen a entrar los goles".
"No sé lo que es un partido sin dolor"
Un par de minutos después asoma Michu por el pasillo hacia la pequeña sala de prensa. De nuevo muy sonriente. "No me acordaba de lo que era competir. Tenía muchas ganas y los mismos nervios de siempre. He tenido molestias, sí, como siempre. No sé lo que es un partido sin dolor, pero hay que acostumbrarse", dice. Y habla también de por qué bajar voluntariamente de golpe tres peldaños en la pirámide del fútbol, en lugar de ir a llenarse el bolsillo a Qatar, por ejemplo. "Uno busca ser feliz, y para mí eso es venir aquí a Langreo. Al final es fútbol: el sábado sé que entreno; el domingo, partido contra el Lugones. Soy feliz así, jugando. Y me voy contento porque hemos ganado".
Es un comienzo. "Tengo ilusión de poder resurgir", dice, y eso es algo que se comparte en voz cada vez menos baja en el Unión. A Beni, que a esas alturas de la noche ya ha dejado la puerta y circula por los pasillos de los vestuarios, se le ve emocionado: "Es que ya me lo imagino volviendo al Oviedo. Cuatro años allí en Primera. Y volver a Europa... Sería la leche", dice.
Michu, que quiere ir despacio, se va radiante con su familia, bromeando con los empleados: "Cuando yo sea presidente de esto, estás despedido", le dice a Juan, que corre en sentido contrario, también feliz. Y continúa hacia la puerta, donde le esperan para dos o tres autógrafos y un par de selfies. Volver a empezar.