Nunca se puede decir nunca, pero parece cuando menos improbable que Valencia o Celta consigan clasificarse para la final de la Copa del Rey. Cierto que cuentan con la ventaja de disputar la vuelta de semifinales en Mestalla y en Balaídos pero las rentas de Barcelona (7-0) y Sevilla (4-0) son tan abismales que el Rey ya sabe que la Copa la levantarán Andrés Iniesta o José Antonio Reyes.
Poco pudo oponer el Valencia al vendaval azulgrana que se encontró en el Camp Nou, pero al conjuno de Berizzo le queda la tranquilidad de saber que en el Pizjuán tuvo la oportunidad, una sola, pero la tuvo.
Justo en la jugada siguiente al penalti que detuvo Rubén Blanco en el minuto 28. En un partido de ida y vuelta, el meta celtiña se convirtió en héroe, festejó por un momento lo que parecía un cambio de tendencia, especialmente a los pocos segundos cuando, en la distancia, en el otro lado del campo, vio estrellar a Sergi Gómez un cabezazo en el travesaño de la portería de Sergio Rico.
Ahí vio Berizzo la oportunidad y casi tan pronto como la sintió la vio escapar entre sus dedos. Al filo del descanso, cuando más duele, un cabezazo de Adil Rami directo al corazón del conjunto celeste. Cabezas bajas y maldiciones por la oportunidad perdida. Aún no sabían lo que venía por delante.
Con el sacrificio de un encuentro liguero para superar al Atlético de Madrid, a ese equipo de defensa infranqueable en el Calderón, con un juego de farolillos, el Celta se plantó en las semifinales con el objetivo de soñar con una final que no visita desde hace 15 años. Casi una obligación, como la del Sevilla, un perro que no tenía intención de soltar su hueso una vez lo agarró.
Gameiro se reconcilió consigo mismo en el 60. También en el 62. Pero fue Krohn-Delhi quien llevó el delirió a la grada de Nervión. Bufandas al aire como respiro, himno a pleno pulmón. Quinto en Liga y en pleno ascenso, la final de Copa el próximo 21 de mayo será la guinda a una temporada que se arregla por momentos y que podría encontrar la felicidad suprema con una victoria sobre el Barça, el mismo que a principio de temporada dio inicio a la cuesta abajo hispalense con aquel 5-4 en la final de la Supercopa de Europa que dolió más en el orgullo que en el palmarés.