Los jugadores del Madrid tardaron más de una hora en salir del vestuario del estadio Olímpico, donde seguro comentaron las cariñosas palabras de su anterior entrenador hacia Florentino Pérez. Pero les importaron bien poco. Jesé, el ‘Bichito’ (“¡está de moda el Bichito!”, bromeaba Ramos), resumió de nuevo la sensación colectiva respecto a Benítez: “Nos ha cambiado la cara a todos con este entrenador. El equipo es ahora otro”.
El abrazo eufórico entre Ronaldo y Zidane tras el golazo del portugués es la estampa del alivio (liberador: el Madrid no jugó un partido mejor que muchos de la era Benítez), pero sobre todo de la camaradería. No se recuerdan abrazos a Benítez igual que no se recordaban ruedas de prensa apadrinadas por la estrella del equipo, aunque terminase con el cabreo de Cristiano. Su sonrisa al dirigirse al autobús 24 horas después, satisfecho por haber sido el mejor futbolista del encuentro, por volver a marcar fuera de casa, por terminar con la ‘pesadilla italiana’ del Madrid, era tan amplia como la renta que se lleva el equipo del coliseo deportivo romano.
Zidane repitió en rueda de prensa una idea que preside su discurso como entrenador: la primacía del grupo. “Hay que felicitar a todos por el esfuerzo”, empezó el francés: “La primera parte fue complicada y mejoramos mucho en la segunda. Somos un equipo, un grupo, y todos son importantes para ganar algo juntos. He sido jugador, y jugaba bastante… Pero recuerdo muy bien que el trabajo de todos, también de los que no jugaban tanto, es lo que hace que lleguen los triunfos”.
Zizou cuida a sus estrellas desde el primer día, pero también ha insistido en el valor de los suplentes desde el 4 de enero: “Hacen mejor a los demás, les obligan a ser mejores”, explicó al poco de llegar. El gol de Jesé, que decanta la eliminatoria definitivamente, fue un premio suculento (incluso excesivo) tras una hora de juego sin dominio ante un equipo físicamente recio, distinguido por la velocidad de Salah (que si supiese definir sería un jugador de primera fila mundial).
De repente, todo pareció encajar durante unos instantes: hasta Ronaldo aceptó ser cambiado por primera vez en la temporada y dar unos minutos a Casemiro, otro de los que hacen mejores a sus compañeros.
El Madrid supo aguantar el temblor del Olímpico y las dudas que ofrecía su juego (Zidane reconoció que sufrieron en la primera parte) con oficio, amparado en la solvencia de Varane y el desparpajo de Marcelo, más la templanza de Kroos, mientras la afición contenía la respiración ante los peores 45 minutos de la nueva era en un debut con mucho riesgo para la autoestima blanca.
La Champions no es la Liga e Italia no es Suecia: correspondía correr y bregar. Paradojas del fútbol: pudo haber sido un partido de la era Benítez (por el juego mostrado durante una hora), pero nunca se hubiese visto un abrazo en la banda. Y quién sabe si Ronaldo hubiese vuelto a ser, justo cuando lo pedía la ocasión, el mejor futbolista del campo en un escenario para gladiadores.