El Madrid juega a ratos, pero es el equipo más contundente del planeta. El Celta de Berizzo suele jugar al fútbol muy bien, pero tiene poco gol y sufre mucho sin el balón. Ambos equipos se repartieron el dominio este sábado en un partido extraño, con dos partes absolutamente opuestas: una de superioridad visitante y otra de abrumadora supremacía local, adornada por el póquer goleador de un Cristiano Ronaldo que lleva unas semanas enchufado en su papel de líder y estrella excluyente del equipo.
Como en el Camp Nou, el Celta hizo una magnífica primera parte en el coliseo madrileño: valiente, encarador, combinativo y preciso, los gallegos fueron superiores y quitaron la posesión a un Madrid ordenado pero romo. Lucas, veloz y hambriento, volvía a ser el mejor de su equipo (con permiso de Casemiro) y era esencial en las ayudas a Carvajal para detener a Nolito. El Celta estaba muy bien plantado, con Aspas como estilete único, arropado en ataque por el fantástico triplete que forman Nolito, Wass y Orellana, el chileno de las diabluras permanentes.
De la pancarta a los aplausos
Casemiro mantenía el tipo blanco en la medular en un día sin jerarquías establecidas, pero Keylor Navas volvió a salvar al equipo en un balón a bocajarro de Aspas (una parada inverosímil) cuando el Celta, en el ecuador de la primera parte, era mejor y la frágil calma del Bernabéu amenzaba con convertirse de nuevo en una tormenta de gritos y pancartas. (El fondo sur había retirado ya la suya sobre que “hay que sudar la camiseta”).
El Madrid estuvo estático, con poca frescura física, hasta el descanso; Ronaldo era el que lucía más casta. Isco obligó a hacer un paradón a Rubén en el minuto 21 y el Madrid recuperó brío en un par de córners. Pero a la hora de sacar el balón jugado no estaba Modric y el Bernabéu enseguida sacaba los silbatos. Era un partido con ritmo bajo, al borde del tedio, con un centro del campo local maniatado, salvado del suspenso por la inteligente elaboración celtiña. Las mayores ovaciones del Bernabéu eran para el joven Mayoral por recuperar pelotas. Pasada la media hora tuvo que retirarse el ‘Tucu’ Hernández: su lesión desequilibraría irremisiblemente a los gallegos, que no volverían a su nivel anterior.
Casemiro hizo volar a Rubén en el 40 a la salida de un córner, y en la continuación Pepe remató a gol otro saque de esquina de Isco para permitir un descanso tranquilo, sin pitada al palco: cuando le faltan Cabral o el ‘Tucu’ Hernández, el Celta es un equipo con poca estatura y serios problemas en el juego aéreo. Una debilidad defensiva que en la segunda parte sería angustiosa para su afición.
Cambio radical
Algo pasó en el vestuario, porque el Madrid fue otro equipo desde el minuto 46. Dio un paso adelante, colocó a Isco de mediapunta y, por encima de todo, cambió de actitud. Jugadores que habían parecido cansados parecían atletas; en cambio, Nolito y compañía se encontraban en proceso de desvanecimiento. Todavía no se terminaba de asentar el equipo visitante cuando Ronaldo se giró en la frontal a unos metros del área y empaló un balón que describió su clásica parábola para superar a Rubén. Un minuto antes, al portugués le habían pitado; nadie imaginaba lo que vendría después.
El Madrid le quitó el balón a Celta, mostró otro ímpetu y mordió cada balón como sin fuera la Champions: sus futbolistas, de repente, ganaban casi todos los duelos individuales. Isco tuvo muy buenos minutos (por fin) como mediapunta puro y Lucas convirtió definitivamente la banda derecha en el pasillo de su casa. El Celta estaba desaparecido.
CR7 envió una falta primorosa a la escuadra en el minuto 57 y el público se transformó; dos minutos después, entre palmas del respetable, envió otra al larguero. El Madrid las mete y el Celta no, venían a decir los periodistas congregados en el estadio. Un golazo de Aspas en un contragolpe, elevando el balón con una suavidad magistral por encima de Navas, recordó por un minuto a los asistentes que el Celta también jugaba. Después volvió el festival local, con otros dos goles de Cristiano (el 4-1, tras buena jugada con Lucas e Isco tras robo de Casemiro). Un minuto después salió Bale, que se colocó a la izquierda y trajo la alegría a un estadio que una hora antes estaba al borde del cabreo. También el galés tendría tiempo para meter su tanto y coger sensaciones.
El resto del partido fue un paseo militar merengue. Nolito no tocó apenas la pelota en el segundo tiempo, todavía sin coger la mejor forma, y James calentó un buen rato en la banda, pero no jugó (sigue siendo una incógnita). Jesé salió al campo y también marcó. Fue la tarde de Cristiano: supera con su póquer a Zarra como segundo goleador de la historia de la Liga. El Bernabéu, que había empezado con muchos nervios, acabó gritando “Así gana el Madrid” por primera vez en mucho tiempo. Buenas sensaciones, al fin, para el partido de la Roma.