Farhad Moshiri llevaba años intentando hacerse con el Arsenal. El empresario iraní contaba con el 15% del accionariado gunner. Como los otros socios mayoritarios no estaban dispuestos a vender su parte, Moshiri hizo las maletas y ha encontrado acomodo un poco más al norte, en el Everton. Esta semana, el nuevo club de Moshiri se enfrenta precisamente al Arsenal, el equipo al que promete hacer grande contra su primera opción empresarial.
El fútbol inglés tiene poco de nacional. Actualmente se están marcando mínimos históricos de entrenadores locales (tres) y los jugadores nativos sólo son un tercio de la Premier League. En los despachos, la realidad es similar: el inversor extranjero es lo normal. Lo que en el primer momento fue una confrontación total para los más puristas -multitudinarias marchas contra los Glazer en Manchester- ya se ha estabilizado y, en el caso del Everton, supone la manera más rápida de convertirse en un grande.
El mapa de los despachos de la Premier
Tras varios lustros desde la llegada de los primeros inversores extranjeros, hay demasiados casos de éxitos, fracasos o estabilidad como para generalizar, pero no hay duda de que ese capital es el causante del despegue económico de la Premier League y de la globalización de la competición.
¿Qué opinarán los aficionados del City, Southampton, Bournemouth o Watford de sus dueños extranjeros? Seguramente estén más que felices de ello. ¿Qué opinarán los aficionados del Blackburn, Fulham, Charlton o Birmingham? Que ojalá se vayan para dejar de descender.
En la actualidad, 12 equipos de la Premier League cuentan con un dueño extranjero y otros tres con accionistas que poseen más del 10%. Lo que fue una excepción se ha convertido en norma.
Roman Abramovich fue el primer inversor extranjero que tomó el control de un club. Su objetivo desde el primer día fue hacer de aquel histórico Chelsea en horas bajas un campeón de la Champions. Tras muchos millones, muchos aciertos en fichajes, más de un error caro y años de trabajo, el club consiguió asentarse en la élite y cumplir su objetivo.
El caso del Chelsea abrió el camino. Después, el Manchester City pasó de club humilde que peleaba por la salvación a arrebatar la hegemonía mancuniana al United. Pero no todo son títulos, las mayores rentabilidades han llegado desde abajo. El Southampton es el mejor ejemplo de lo que busca un inversor que no se obsesione por el corto plazo: coger a un club con una masa social importante, sanear las cuentas y empezar a mejorar.
Aquel Southampton que compró Katharina Liebherr en 2009 en League One (la tercera categoría) fue ascendiendo, comprando dentro de sus posibilidades y vendiendo a sus estrellas al precio adecuado. Siete años más tarde, es un club estable, que da beneficios y que ha aumentado su valor en un 1726% (de 15 millones de libras a 259).
Estabilizarse en la Premier es la clave del crecimiento. Mientras el Southampton ascendía bajo dueños extranjeros, otros clubes como el Birmingham o el Fulham han realizado el camino opuesto. Los de Birmingham fueron adquiridos en 2009 por un inversor asiático que pagó 57 millones de libras. El club llegó a ganar una Carling Cup, pero no se estabilizó en la Premier, descendió y entró en barrena, bajando su cotización hasta los 25 millones en 2015. Por su parte, el Fulham ha perdido un 80% de su valor en apenas dos temporadas (de 150 millones a 30).
Hay numerosos casos que ponen de manifiesto una realidad: mantenerse en la Premier League cuesta cada vez más y hay que recurrir a fondos extranjeros, pero asegurarse parte del reparto televisivo y seguir en la liga de fútbol más globalizada asegura réditos.
La cara B del dinero
Prem Sikka, profesor de contabilidad de la Universidad de Essex, aseguró a The Guardian que los clubes de fútbol “se convierten en empresas cuando los adquieren dueños extranjeros”. Los dueños foráneos no valoran la relevancia de sus equipos en la comunidad local de cada región.
De esta forma, se han dado cambios en el color de las equipaciones, nuevas nomenclaturas y variaciones en los escudos que han enfrentado a aficiones y directivas. Pero la mayor preocupación para Inglaterra de cara a la inversión extranjera no es la identidad, sino el flujo de ese dinero y cómo esos entramados empresariales afectan a los impuestos.
Richard Murphy, director del Centro de Investigación de Impuestos de Reino Unido, hacía saltar la alarma en The Guardian: “Los equipos están siendo usados para especulación empresarial. Aunque el dinero que se invierte sea extranjero, mucha parte de los ingresos son locales (derechos de televisión, entradas, merchandising)”. El dinero viene de fuera de Reino Unido, pero también se va en esa dirección. En los últimos años, la Premier League está viendo como sus equipos montan un sistema global para evadir impuestos dentro de la legislación.
De hecho, la empresa que posee el Manchester United está registrada en el paraíso fiscal de las Islas Caimán; el Watford lo gestiona una holding de Luxemburgo; el inglés Joe Lewis, dirigente del Tottenham, está empadronado como residente de las Bahamas, así como sus empresas e inversiones.
Por su parte, el Manchester City se encuentra afincado en Abu Dhabi y varias instituciones clásicas del fútbol inglés como Arsenal, Aston Villa y Liverpool se reparten por Estados Unidos, aunque no dan ubicación exacta porque cada estado tiene su régimen fiscal. Más llamativo es el Bournemouth, cuya dirección fiscal está indefinida de cara al público.
La Premier League ya no es inglesa. Se ha convertido en una industria global, lo cual es tremendamente beneficioso para su fútbol, pero deja una incógnita en cuanto a la especulación con las instituciones que suponen el centro de todo para muchas comunidades.